Sobreviviendo a Alen Bradford

El día de la noche estrellada.

 

Mientras caminábamos a las habitaciones me di cuenta de que había cuartos de chicas y chicos en los mismos pasillos, justo al lado de la habitación de Cecilia dormía Yeral.

—¿Enserio no les dicen nada? ¿Nadie vigila sus habitaciones? —pregunté sorprendida.

—No, tienes que hacerte a la idea de que aquí ya no hay monjas amargadas ni anticuadas haciéndote la vida imposible. —me respondió de manera directa.

—Es dificil acostumbrarme, pero reconozco que no hay nada como la libertad. —le dije con alivio.

—Aquí no solo puedes visitar a tus vecinos, sino que incluso algunos duermen con sus parejas, unos más ruidosos que otros claro.

—¿Qué? ¿duermen juntos? Pero…

—Que ingenua eres pequeña, tienen sexo, todo el sexo que quieran, a nadie le importa.

—Cielos... esto es más liberal de lo que pensé. — y realmente estaba sorprendida, el tema sexual era algo intocable para mí.

—Claro que no todos son unos pervertidos, pero si un día quieres hacerlo con un chico, lo mejor es hacerlo en la madrugada, así nadie te escuchará, aun que quiero hacerte una pregunta.

—Eh, dime.

—Estuviste en un internado de monjas con solo mujeres durante toda tu vida ¿te gustan las chicas o los chicos?

—Los chicos... —le dije de manera inmediata.

—Entonces tendrás un montón para escoger, seguro que todos querrán salir contigo. —me dijo en un tono resignado, supuse que le gustaba alguien.

—Por el momento solo quiero tener amigos, gracias por invitarme a tu habitación.

La habitación de Cecilia era muy bonita, olía a vainilla y tenía algunas plantitas en su escritorio, además de un mini refrigerador.

—¿Quieres algo de beber?

—Si por favor.

—Tengo te verde sin azúcar o agua mineral, o tengo agua simple si prefieres.

—Agua esa bien.

—¿Te molesto si me tiro en mi cama para lamentarme? —me preguntó casi arrastrándose.

—Eh... no adelante. —creí que estaba bromeando, pero comenzó a gimotear y me asusté pensando que estaba llorando, pero al parecer solo estaba frustrada, no pude evitar a acariciarle la cabeza a lo que ella respondió lanzándome una mirada fiera.

—¿Te gusta alguien? —le pregunté mientras me recostaba a su lado.

—¿Qué? ¿Cómo lo supiste? ¿se me nota tanto? —pregunto escandalizada.

—No, lo disimulas muy bien, es solo que yo actuaria igual si alguien me gustara ¿Quieres hablar sobre él?

—No pienso decirte quien es, eso sería aún más vergonzoso, de todas maneras, ya me hice a la idea de que nunca va a suceder, pero el proceso del desamor es frustrante.

—Yo nunca me he enamorado, no sé qué se siente amar a alguien, pero me encantaría encontrar el amor, me lo imagino, así como en los cuentos de hadas, un príncipe que me rescate de la torre del dragón y todas esas cursilerías. —le expresé ilusionada.

—No te preocupes, no te será dificil encontrarlo, se nota que jamás sufrirás por amor ¿Quién querría rechazarte?

—Pues no sabría si darte la razón, mis padres están muertos, no tengo familia, prácticamente me criaron mis empleados y las monjas del colegio no eran las más amorosas del mundo, he vivido con tantas reglas que me cuesta tomar mis propias decisiones, no se distinguir entre el amor de verdad y el de mentira, no creo que yo sea fácil de querer, si no, ya alguien me hubiera amado...

—Lo siento...no conocía tu historia.

—¿Y qué hay de ti? ¿de dónde vienes?

—Soy la hija menor de cinco hermanos, ya todos casados, mi familia se dedica al comercio y exportación de alimentos orgánicos, son las personas más extrañas que conozco, bueno, no es cierto Yeral se queda con ese puesto.

—Jajaja, entiendo.

—¿Y qué hay de tus amigas? ¿No las extrañas? —me preguntó Cecilia con naturalidad.

—No tenía, hasta que te conocí. —le sonreí de oreja a oreja y pude ver como sus ojos se abrieron poco a poco.

—¿Apenas me conoces y ya quieres ser mi amiga? —me dijo lanzándome una mirada fiera.

—¿No puedo? —le pregunte sorprendida.

—Ya que, sin mí no sobrevivirás a este clan de hombres robustos y hermosos, supongo que otra chica en el grupo no es tan mala idea. —externó casi resignada.

—Gracias, estoy feliz de haberte conocido. —le dije emocionada por las aventuras que viviríamos juntas.

—Si, si, como sea, vayamos a dar un paseo ¿Qué te parece si llevamos nuestra cena al jardín? Podremos ver las estrellas y recibir aire fresco.

—¿Enserio podemos cenar? —le dije emocionada.

—Por Dios Armin ¿En qué reclusorio te tenían tus padres?

—No lo sé, creí que era normal en todos los internados.

—Pues no, esas monjas estaban locas, aquí si nos dan los tres tiempos de comida.

—Genial... este es el paraíso jeje.

Cecilia y yo llevamos nuestra cena al jardín, el clima estaba muy agradable, ambas teníamos panqueques y leche de fresa con helado y agua fría por si nos empalagábamos y había un árbol justo detrás de nosotras, me sentía en el cielo.

—Jamás imagine que cenaría tan delicioso y en una noche estrellada. —dije llena de alegría.

—Pobre de ti, te prometo que demandare a esa institución.

A lo lejos se escuchaban ruidos de pelea, risas y bullicio, había un gimnasio en la parte de atrás y parecían estar en una arena romana.

—¿Qué está pasando? —pregunté confundida.

—Ay, son nuestros muchachos, seguramente el griterío que escuchas sea el de las chicas viendo a Alen entrenar, todas sueñan con estar en los brazos de alguno de los chicos, en especial de Alen y Nil.

—¿Nil también boxea?

—No, él solo los acompaña, tienen una hermandad muy fuerte, estamos juntos desde que éramos niños, los ocho siempre hemos estado en el mismo internado.

—Ya veo, son muy unidos.

—Eso es lo que buscamos, mientras crecemos parece que una grieta nos intenta separar más y más.




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