Aquel desayuno me parecía amargo ¿ni si quiera la miel me brindará de sus delicias? Me pesaba el corazón pensando que Alen había dejado de quererme, no entendía su indiferencia y su falta de afecto así a mí.
—¿No le gustó el desayuno? ¿Quiere que le prepare otra cosa?—le preguntó Megmed a Armin al verla jugar con la comida.
—No es eso…es solo que…no le encuentro sabor a nada.—le respondió ella cabizbaja.
—¿Está enferma?—Megmed le colocó la mano en la frente y no encontró nada raro.
—No es eso, solo, estoy decaída.
—Escuché bien señorita, sacúdase la ropa, lévese la cara, dese unas bofetadas si es necesario, pero usted tiene que seguir adelante con su vida, no se deje caer en la miseria, no es que sea insensible, haber perdido a sus padre sin duda fue un golpe duro, darse cuenta de que sus sirvientes la engañaron fue doloroso, pero no puede estar triste por siempre ¿acaso quiere vivir deprimida toda al vida? ¿He?
—No…claro que no, quiero volver a sonreír, sentirme viva y confiada, pero me cuesta mucho trabajo adaptarme a mi nueva vida, no es que extrañe la vida en la escuela de monjas, pero haber vivido en la ignorancia me mantuvo a salvo, el no saber me dió paz…
—¿Y le gustó que la engañaran? La ignorancia nunca es buena, ahora tiene una ventaja y es que conoce la verdad ¿para que quería seguir teniendo en su casa a esos parasitos? Seguro se abrían salido con la suya y ahora usted estaría bajo tierra.
—¿Como sabes todo eso?—le preguntó Armin con curiosidad, pues ella jamás le había platicado nada.
—EL viento trae todo tipo de información, soy una sirvienta, escuchó todo tipo de cosas, no quise ser irreverente, por favor discúlpeme.
—No, está bien, siento que…eres la única persona en este castillo a la que le caigo bien, eso me hace sentir aliviada.
—¿Megmed?—se escuchó una voz fuerte aproximándose hacia ellas y Megmed enseguida se puso alerta y derecha.
—Señora Plericoth.—expresó Megmed carraspeando la garganta.
—¿Que tanto le dices a la señorita? ¿Por que no estás haciendo tu trabajo?—la señora Plericoth era una mujer madura y muy alta, robusta y de semblante amargado y agrio.
—Lo lamento señora Plericoth, la señorita tenía hambre y me atreví a prepararle algo de comer.—externó Megmed sin mirarla a los ojos, aprecia un robot.
—¿Y acaso usted es la encargada de la cocina? ¿No se encarga usted de llevar los platos y limpiar la casa?
—Si señora…
—Tienes prohibido.—Armin la interrumpió de golpe, poniéndose de pie.
—No la regañe, yo misma le pedí que me diera algo de comer, le insistí tanto que terminó accediendo.—desde ese mismo instante, la señora Plericoth no le cayó bien, pues le parecía una persona de carácter horrible y de la cual debía cuidarse.
—Con todo respeto señorita Armin, usted apenas llegó hace unos días, no sabe como funcionan las cosas en este lugar, así que le pido que me deje manejar esto.
—Bueno, quizá no sepa eso, pero usted no fue muy amable con Megmed, no debería hablar tan golpeado.—declaró Armin sin tenerle miedo.
Los ojos de Megmed se abrieron de golpe, no podía creer que alguien le respondiera aquella irritable mujer.
—¿Disculpe?—la señora Plericoth comenzó a molestarse porque Armin no le quitaba la mirada de encima y antes de que pudiera decirle algo con esos labios secos, se retiró cuando la campanilla que usaba el señor Nicolas para llamarla sonó.
Y una vez que se fue, ambas soltaron el aire que tenían contenido en sus pulmones.
—Cielos…si que es aterradora jajaja.—dijo Armin con una sonrisa brillante y añadió.—no te preocupes Megmed, no dejaré que esa señora Plericoth te regañe, eres mi única amiga ene este lugar, te cuidaré bien.—le dijo Armin mientras le daba un abrazo efusivo.
Megmed se quedó perpleja, ¿como podía llamarla amiga y mostrarle afecto tan fácilmente? ¿Todo por un plato de comida? ¿Acaso era así de inocente he ingenua?
—Es…igual a un cachorro…tan falto de cariño…que pena que vino a terminar en este lugar.—se dijo Megmed en sus adentros y sintió pena por ella.
Mientras esto pasaba, Alen se encontraba frente a Irene, la ansiedad la había llevado a buscarlo, ambos estaban afuera de su residencia.
—¿Que haces aquí?—le preguntó Alen mirándola fijamente.
—No contestas mis llamadas…no respondes mis mensajes… ¿que te pasa? ¿Esa monja re prohibió hablar conmigo?—le preguntó Irene llena de rabia.
—¿Que parte de que ya tengo una novia no entiendes? No sería bien visto que tuviera una amante.—le dijo Alen con una sonrisa burlona.
—¿Una amante? Ni que estuvieran casados, ademas ella me importa un carajo ¿por que no me habías dado la cara? ¿He? ¿Que es esto? ¿De repente te dio por tener una novia? ¿Y yo que? ¿Que se supone que somos?—Irene contenía las ganas de llorar, estaba roja del coraje y temblaba de impotencia.
—¿Por que estás tan enojada? Me reclamas como si tuviera alguna obligación contigo, te recuerdo que nosotros solo pasamos el rato.—le dije Alen con indiferencia.
—¿Pasar el rato? ¿Acaso eres un idiota?—Irene intentó abofetearlo y él le detuvo la mano en seco, apretándola con fuerza.
—Cuidado que te rompes la mano.—Alen acercó a Irene hacía él y la sostuvo de la cintura y estando muy cerca de ella, susurró robándole los labios.
—Suéltame…
—Yo no te debo ninguna explicación, nunca fuimos nada serio, te advertí desde el principio que no te enamoraras, si te sientes ofendida es culpa tuya, pero podría darte un beso de despedida.
—¿Qué?
Alen besó a Irene y ella se derritió entre sus brazos y le correspondió aquel beso.
—Tú no la amas…yo lo sé…—externó Irene sonrojada.
—Tú no sabes nada.
—Tu padre te obligó ¿no es así? Tienes que estar con ella por su fortuna, tu padre quiere el poder de los Tesland en sus manos, por eso la recogió.
—¿Que dices?—Alen la sacudió y ella no se dejó intimidar, así que le sostuvo la mirada y añadió.
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Editado: 09.12.2024