Sobreviviendo A Sí Misma

CAPÍTULO II

Gabriela

Las puertas del ascensor se abren y la imagen a través de los cristales de la sala de reuniones me llena de nervios, más que nada, de dolor. Verlo ahí siendo feliz con aquella mujer que no le importó mi condición e intervino en nuestra relación, me afecta de maneras que desearía poder soportar; sin embargo, en ocasiones por más fuerte que aparente ser, hay situaciones inevitables como esta en la que las lágrimas descienden por mis mejillas.

—Por aquí —habla mi abogada, pero niego huyendo hacia el baño más cercano de la planta en la que nos hallamos.

Recorro los pasillos hasta que encuentro el lavabo de mujeres y luego de cerciorarme de que no hay nadie, cierro la puerta principal y me dejo caer por culpa de la amargura y la rabia que me provoca el verlo tan feliz y recordar como éramos antes de que los problemas comenzaran, de que mi enfermedad despertara.

La aflicción en mi pecho aumenta en el momento en que su imagen, con las maletas en mano y yo, sin poder procesar lo que sucedía, regresa, pero no lo hace sola, ya que aquellos instantes en que la desesperación pudo más y quise dejar de vivir, atenté contra mi propia integridad con el objetivo de no sentir más, también se hacen presentes.

Lo amé con locura y me pagó con traición y abandono, lo hizo en mi peor momento, justo cuando más lo necesitaba.

—Gabe —Me llaman desde afuera y lo único que consigo es levantarme del suelo, tal cual lo he hecho desde que me dejó sola.

—Dame un momento —pido acercándome al lavabo para humedecer mi rostro.

Me observo al espejo y no entiendo como es posible que su sola presencia me vuelva un manojo de llantos, que me perturbe a tal punto que toda la seguridad que he construido en este proceso se esfume y me deje así: débil, un completo desastre.

«—Eres fuerte, Gabe —En medio del llanto me recuerdo aquellas palabras que en situaciones similares me ayudan a recomponerme—. Eres hermosa, valiente, maravillosa, valiosa y amada, ¡carajo, te amas! —continúo intentándolo, pero solo logro que el aire me escasee—. Tú puedes.»

—Gabe, abre —pide y el llanto incrementa—. No tienes que estar sola —asegura y eso me hace sentir peor, por el hecho de que las personas no siempre van a estar a mi lado cuando verdaderamente lo necesite, Richard lo demostró.

Me doy por vencida una vez más y camino hacia la puerta, la abro y encuentro allí con una sonrisa en su rostro a la morena que ha pasado por una situación parecida a la mía. Extiendo mis brazos y en medio de mis sollozos los suyos me acogen, lo hacen con fuerza.

—Lo siento, no tuve tiempo de avisarte —comunica acariciando mi espalda con el objetivo de reconfortarme—. Cuando me enteré de que vendría, ya estaba aquí, pero sabes muy bien lo que busca, exactamente esto: bajarte la guardia para que aceptes ese estúpido trato, más, estoy aquí para evitar que te jodan de esa forma y que separe a las chicas —asegura y mi confianza en ella es plena.

Elegí a Sloan por esta razón, es una mujer que me entiende, ya que nuestros procesos son similares y así como dejo los casos de familia de la fundación en sus manos, estoy segura de que al igual que yo, está dispuesta a dar pelea por mis nenas.

—Ahora vamos, demostrémosle a ese poco hombre y a esa señora quiénes somos, enseñémosle que si el cáncer no nos derrotó y fuimos capaces de aferrarnos con garras a la vida, pelearemos por el bienestar de nuestras pequeñas —da palabras de ánimo que logran erizarme la piel, me estremecen por completo.

Nos separamos y llevo ambas manos a mi rostro, limpio las lágrimas antes de volver a lavarlo, agradeciendo al cielo que el maquillaje sea a prueba de agua.

—En momentos como este, no me arrepiento de haberme tatuado las cejas —Con mis palabras estalla en carcajadas, puesto que por poco se arrodilla para que lo hiciera.

Con un poco más de valor y fuerza interior, abandonamos los baños y regresamos cada uno de nuestros pasos, llegamos a la sala de reuniones y con la frente en alto, pareciendo casi que imperturbable, tomamos asiento.

Los saludos hipócritas por parte de Richard y su esposa, no se hacen esperar, las sonrisas falsas y las miradas de lástima menos.

—Queremos diez millones y la custodia completa de Cala —dice el abogado luego de tanta charla sin el más mínimo sentido.

Me pongo en pie y me doy la vuelta, puesto que no le daré la custodia de la pequeña a un hombre que solo ha mostrado interés por el dinero que desea obtener con afán de la fundación 

—No ganarás en el juzgado —asegura aquella mujer que desde hace mucho comencé a aborrecer—. No eres una mujer, eres todo menos eso, eres basura —grita y siento mis ojos arder—. Me quedé con tu esposo y cuando te mueras, porque así terminarás, lo haré con tu hija y tu dinero —alega y por más dolor y desesperación que experimente, por la gran probabilidad que tengo de perder a mi niña, entiendo que esta batalla no es con ellos, es conmigo, puesto que yo soy la única con el poder de destruirme.

—-Eso lo veremos…

(…)

—Buenas noches —saludo al Dr. Stevenson y la sonrisa en su rostro se acrecienta. Niego al dejarme contagiar.

—Gabe —Se acerca, me rodea por la cintura para luego dejar un beso demasiado cerca de la comisura de mis labios, logrando que los nervios se extiendan de manera incontrolable por todo mi cuerpo, hasta mi pecho se acelera y el rubor se apodera de mi rostro.




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