Sobreviviendo Con, ¡mi Jefe!.

Capítulo cuatro: Se fue el encanto.

 

—El señor Murphy me ha ordenado que antes de llevarla al muelle debemos pasar por un salón de belleza.

Abrí mis ojos levemente—. ¿Por qué tendría que ir a un salón de belleza?— inquirí con gravedad.

¿Era una indirecta por mi aspecto del día anterior? 

—Sólo sigo órdenes, señorita Gonzales.

—Pues no voy a ir a un salón de belleza— me crucé de brazos y miré por la ventana.

No sabía que tramaba ese vikingo, pero no me gustaba. Iba a iniciar una investigación no a participar en Miss Noruega. 

Stefen Murphy no parecía el tipo de hombre viejo verde. Era joven y guapo,es más, si me lo pedía amablemente incluso podía llegar a meditar la propuesta de…ya saben… 

No obstante,  la forma en la que actuaba, me parecía muy sospechosa, y esta mujer paranoica no estaba dispuesta a seguir el jueguito.

El chófer se estacionó en una calle llena de restaurantes, no para comer, sino para hacer una llamada.

—Señor. Si. Estoy con la señorita Gonzales. No, dice que no irá a ningún salón de belleza…de acuerdo— me tendió el teléfono—. Desea hablar con usted— tomé el teléfono y lo coloqué en mi oreja.

—¿Puede explicarme por qué debo ir a un salón de belleza?— cuestioné con respeto. Era más fácil hablar con él por teléfono, sin que sus ojos me taladrasen.

—Señorita Gonzales, voy a presentarle a los socios de la empresa, si quiere convencerlos de invertir en su investigación, le recomendaría que no llegase como llegó a mi casa ayer— auch

Estaba avergonzada, pero más ofendida que avergonzada. La Nerea normal hubiese refutado sus palabras diciéndole que la imagen no tenía nada que ver con el conocimiento. Si ellos no aceptarían mi proyecto sólo porque parecía una pescadora más, podían irse a la mierda todos. 

Decidí apelar a la discreción. Aquello iba más allá de mí o mi imagen, como decía mi padre “a veces era necesario sólo hacer silencio y asentir, ya después el trabajo hablaría por sí solo”, estuve muchos años en desacuerdo con esa idea, viendo como sus jefes le gritaban y él no hacía más que asentir a sus reclamos y humillaciones. Yo no era así, no podía quedarme callada con las cosas que no me agradaran. Pero esa vez, decidí tragarme el orgullo y acceder.

—De acuerdo, Señor Murphy.

—Gracias por su compresión— colgó. 


Suspiré rendida—. Puede llevarme al salón de belleza— le pedí al hombre. El chofer arrancó y luego de tres cuadras, cruzó hacia la derecha, estacionándose frente al salón más costoso de la ciudad.

Salí del auto caminando nerviosa con mi bolso apretado en mi pecho. Escuché a mis espaldas como la puerta se abría y se cerraba, dos veces.

—Señorita Gonzáles— me giré para ver al anciano chofer. 

El hombre me tendió dos cajas, una cuadrada que era muy grande y otra rectangular que era más pequeña y estaba sobre la otra. Me escandalicé al ver las marcas en las cajas.

—¿Por qué me da esto?— pregunté sin ocultar mi asombro.

—El señor Murphy—

—Ya. No me diga nada más. Quiere que luzca lo que está dentro de estas cajas— afirmé aburrida. El anciano asintió.

—La esperaré en el auto.

—De acuerdo señor…

—Michael— dijo sonriente.

—Señor Michael— repetí devolviéndole el gesto.

Entré al salón de belleza como un ternero que va directo al matadero. Una mujer alta y delgada me recibió cortés. Nadie me miró de arriba hacia abajo o murmuraron cosas, fueron muy amables conmigo. No parecía una andrajosa, sólo que vestía algo rústico, lo admitía, pero no me vestía tan mal. ¿Por qué tenía que pasar por esto?.

—¡Dios santo!— exclamó la rubia al quitar el moño de mi cabello y que este inmediatamente saliera disparado hacia todos lados—. ¡Me encantan sus rizos!— dijo tocándolos—¡Son tan esponjosos!— sonreí incómoda.

—Gracias, pero preferiría que los alisara si quiere dejarlos sueltos.

—¿Por qué, mujer? ¡Si son hermosos!.

—Me estorbaran en mi trabajo, son muy rebeldes.

Me observó a través del espejo decepcionada—. Ya veo…cómo usted diga. Pero puede venir luego, le haría un tratamiento gratis encantada, sólo por ver esos hermosos rizos— sonreí con el ánimo recompuesto. Aquella estilista me había alegrado el día, no supe si lo hizo por ver mi cara descompuesta o sinceramente, pero se lo agradecí.

Estuve tres—¡tres!— horas metida en aquel salón, de las cuales dos se fueron en alisar mi cabello. Me maquillaron poco, ya que así lo pedí y luego me prestaron sus vestidores.

Sinceramente llegué a pensar que en esa caja habría un vestido despampanante y aprovecharía aquello para echarme a correr y encerrarme en mi casa, pero en la caja no había ningún vestido rompe matrimonios, sólo una hermosa falda azul rey de tubo que hacía juego con un bléiser del mismo color y una camisa amarillo champan.

El conjunto era hermoso, al estilo ejecutivo y muy estilizado, se parecía a mí. Esperaba que no me lo descontaran del salario. Abrí la pequeña caja rectangular y habían unos hermosos zapatos de tacón con punta triangular que se amarraban con una pequeña cuerda transparente a los tobillos. Estaban preciosos.

Me puse el atuendo y salí del vestidor, no sin antes sacar mi teléfono, mi gas pimienta y mi electrocutador en los bolsillos del bléiser. Al salir,  todas las mujeres me vieron fascinadas y sonreí apenada.

—Her-mo-sa.

—Gracias— llevé un mechón de mi cabello detrás de mi oreja—. Debo irme, pero he quedado encantada con el servicio, muchas gracias.

—¡No hay de qué! ¡Puede venir cuando quiera!.

—¡Hasta lue-¡ah!— tropecé cayéndome de boca. Ay, ojalá no se haya ensuciado el traje. Me levanté y las miré sonriente—. No uso mucho estos tacones—Las mujeres comenzaron a reír, no de forma burlona, más bien era como una sonrisa ¿compasiva?—. Hasta luego.

Abrí la puerta del salón y cerré mis ojos presa de la vergüenza. Vi al chofer que conversaba con un hombre que iba en bicicleta. Ese chofer conocía a todo el mundo.

—Permiso— interrumpí con cortesía. Los dos hombres voltearon a verme y abrieron sus ojos estupefactos. No me digan que me golpeé la cara—. Señor Michael, ya podemos irnos.

—Si-si. Adiós, Adolf. Permítame abrirle la puerta señorita Gonzales— asentí.

Había olvidado verme al espejo, así que cuando me vi en la ventana del auto, no me reconocí y alcé mis cejas satisfecha con el resultado.

¡Nerea! ¡¿Todo eso es tuyo mami?!. Veamos si esto es suficiente para los socios pretenciosos. 

De camino al muelle comencé a sentirme nerviosa e incómoda con mi aspecto. Podían ocurrir dos cosas; que me respetaran por mi aspecto o que no me tomaran en serio. De verdad prefería ir con mi atuendo normal, sentía que el atuendo era algo exagerado.

Dejé de pensar eso cuando vi en el puerto un inmenso helicóptero, habían cuatro hombres y una mujer enfundados en trajes elegantes que me hacían sentir que lucía bolsas de basura.

Mi jefe resaltaba por sobre todos los demás por su altura, luciendo un elegante traje color negro, con su cabello largo recogido y una sonrisa simpática mientras charlaba amenamente. Me giré y retrocedí en mis pasos hacia la salida presa del pánico. Era buena en mi trabajo, incluso era buena hablando, pero socializar no era lo mío a pesar de mi labia.  

—Señorita Gonzales— cerré mis ojos. Allí estaba esa voz grave y seductora que sonaba más amable que nunca.

Me giré y de inmediato nuestras cruzadas se miraron, digo, nuestras miradas se cruzaron. ¡Ven! ¡Incluso ahora me pongo nerviosa de sólo recordarlo!.

No se molestó en mirar mi aspecto, sólo mis ojos. Aquello me decepcionó un poco, por alguna razón quería que me barriera con la mirada como lo había hecho varios al caminar. Pero no lo hizo. 

Le sonreí y me acerqué hasta ellos implorándole al universo que me iluminara para no caerme con estos tacones o hacer unas de mis “Nereadas”. 

—Buenas tardes— lo saludé a él y a todo el círculo de hombres que allí se encontraba. Uno de ellos me comía con la mirada, ni siquiera disimulaba.

—Así que usted es Nerea Gonzales, un placer conocerla. Ya sabemos que se puede tener belleza y cerebro— bromeó uno. Alcé mis comisuras en un intento de sonrisa.

Contrólate, Nerea. Contrólate.
Encadena a tu zorro de nueve colas, no dejes que salga.

Espera. ¿Me dijo Nerea?. Fantástico. Ahora mi jefe sabe que soy la bestia peluda. A quién engaño, si vio mi currículo sabe mis dos nombres o al menos eso creo. Soy tan insignificante para él que lo dudo.

—Los socios estaban ansiosos de verte— me sonrió. Pero fue una sonrisa escalofriante. No me alborotó el panal ni me generó cosquillas, me puso a la defensiva—. Querían conocer a la precursora de la investigación de las nuevas rutas migratorias.

¿Ya lo sabían?.

—Ya tendremos tiempo para charlar, ¿nos vamos?— interrumpió mi jefe.

Estaba confundida. Pero cuando las personas llevan trabajando tanto tiempo y por fin se les da, omiten cualquier cosa que les resulte fuera de lugar. Ese fue mi garrafal error.

Cuando vi el helicóptero la adrenalina comenzó a fluir dentro de mí. ¡Montaría un helicóptero!. Solo subí a un helicóptero una vez que pensé que a Marcelo se lo llevarían reclutado, era una niña cuando eso ocurrió, corrí y me metí en el helicóptero para que luego todos me vieran confundidos. Al final Marcelo estaba en casa viendo caballeros del zodíaco. 

Saber que volaría en un helicóptero, me emocionaba en demasía, tenía el presentimiento de que mi aventura apenas comenzaba.

—¿Emocionada?— el hombre que me había devorado con la mirada minutos antes me miró sonriente.

—Si— dije sin más y subí al móvil volador. 

Pensé que mi jefe se sentaría a mi lado, era el único con el que había tratado más y me hubiese sentido más cómoda.

Para mi sorpresa se sentó adelante, como ayudante del piloto. Yo me quedé atrás con el resto de los hombres, no me atemoricé pues, la otra mujer se sentó a mi lado y comenzó a hablar conmigo para distraerme. Aunque luego sólo pude ver el mar desde las alturas, completamente embelesada. 
Comenzaron a hablar de todo y de nada, contrario a lo que imaginé, no hablaron de cómo ganaban millones, más que todo política, pesca, problemas actuales, todo de lo que a mí me encantaba hablar. Luego de unos minutos, nos encontramos cómodamente hablando. El tema de la investigación no se tocó, tal vez por respeto al presidente.

—Es usted una jovencita muy inteligente y tenaz, señorita Gonzales, eso me agrada— dijo el hombre más viejo de todos y el que más me agradaba por su naturalidad, era el señor Raimond, el vicepresidente—.¡Me agrada saber que tenemos personal así en la empresa!.

—Gracias por el halago, vicepresidente.

—Para serle sincero, me sorprendió mucho que nos cediera la investigación a nosotros y no a la IMR*. Nos sentimos honrados al saber que cederá los derechos, debe tenerle gran estima a nuestra empresa y eso nunca vamos a olvidarlo, señorita Gonzáles. Usted impulsará esta empresa y le aseguro que vamos a recompensarla por ello.

¿Qué carajos?.

Antes de que pudiese abrir la boca,…me interrumpió.

—¡Llegamos!— el helicóptero comenzó a descender en la plataforma del barco pesquero de la empresa Murphy.  

Estaba aturdida. Mi cerebro no  asimiló lo que  pasaba con la rapidez suficiente, pero comenzaba a hacerme la idea. 
Luego del aterrizaje y que las hélices del helicóptero dejaran de girar incesantes, me quite los audífonos y bajé de inmediato para confrontar a mi jefe. El barco se movía de un lado a otro debido a la violenta marea, los tacones no me ayudaban,p así que al llegar a él tropecé y mi rostro impactó contra su esternón. Me tomó de los hombros para separarme.

—¿Está bien?.

—¿Por qué los socios creen que renunciaré a los derechos de la investigación?— me observó conmocionado, su sonrisa y su aparente preocupación por mí, se esfumaron.

Miró a mis espaldas y aquella maldita sonrisa encantadora volvió a aparecer, aún no me soltaba los hombros y gracias al cielo que no lo hizo porque hubiese rodado por todo el barco.

—¡La señorita Gonzales se lastimó el tobillo! ¡Iré a buscar el botiquín con ella!— gritó, ya que las máquinas y las olas del mar no permitirían que lo escuchase si hablaba con normalidad. Me estremecí al oírlo, más aún cuando me miró amenazante—. Será mejor que comiences a cojear. 

Fue cuando noté que aquella mirada color miel, si había guardado malicia. No. No era malicia. Era la más pura y ruin de las maldades. Perdí toda esperanza de que fuese un malentendido.

Me arrastró por todo el barco hasta la popa, en todo el camino cada trabajador lo saludaba y él les respondía amable e hipócrita, como si no fuese un maldito mentiroso. ¡¿Cómo quería que cojeara si casi iba volando?!.

Bajamos unas escaleras hasta un pasillo angosto donde habían tres puertas de metal, una de ellas se abrió, dejando ver a un hombre que ocultaba su panza en un poncho amarillo, de mejillas, nariz roja y con lentes.

—¿Es ella la señorita Gonzales?.

—Así es—gruñó mi jefe soltándome de golpe y haciendo que me tambaleara. Lo miré amenazante. 

El hombre se aproximó a mí emocionado y estrechó mi mano de arriba hacia abajo.

—¡Es un placer conocerla, señorita Gonzales!. Soy el doctor Dinozzo, el director encargado de su investigación. Le pedí al presidente que la trajera, quería asegurarme de que usted en verdad estaba de acuerdo con todo esto, la ética profesional en el círculo científico, es indispensable. Una jovencita con un talento innato y una ideología como la suya a veces hace estas investigaciones para el ámbito ecológico, no para el comercial.

Lo miré impactada. ¿Jefe encargado? ¿Estar de acuerdo? ¿Ámbito comercial?.

No pude responderle nada, ¿qué le diría si estaba en estado de pasmo?. Me habían traído allí con la promesa de ser la jefa de la investigación para velar por el bienestar de esos peces y luego me encontraba con esto.

—Ya tendrá tiempo para hablar con la señorita Gonzales, Doctor Dinozzo. Ahora ella y yo debemos arreglar unos asuntos, si no le molesta— el doctor dudó al ver mi cara, estaba enojada, pero no con él, sino con el hombre que estaba a mis espaldas. Asintió algo dubitativo y se retiró—. Entre en la segunda puerta a la izquierda— me ordenó.

¿Qué podría hacer?. Estaba en un barco en mar abierto—de aguas turbulentas— rodeada de personas que trabajaban para él, y aunque tenía fuerza y sabía defenderme, me llevaba unas cuatro cabezas. Caminé sin más hasta la puerta y la abrí para entrar en lo que era una oficina. El mar turbulento se veía por la pequeña escotilla circular y no pude evitar compararlo con lo que sentía en ese momento.

Apreté mis puños y mis dientes a tal punto que sentía que iban a romperse. Había sido traída completamente engañada. Me giré bruscamente y lo enfrenté.

—Explíquese, ahora— espeté. 
El presidente alzó su ceja, no disimulando su burla.

Y así era como el amor platónico se iba al caño; conociendo la verdadera personalidad del sujeto. Una horrorosa personalidad.

—¿Hace falta recordarle quién es su superior?.

—¿Hace falta recordarle que me trajo engañada?— contraataqué—. Le perdí el respeto en el instante en que me vio la cara de payasa— sonrió con sorna. Desabotonó su traje y tomó asiento en el mueble viejo que estaba al lado de la puerta.

—Leí su investigación una semana después que me la entregó— lo mire anonadada—. La investigación comenzó quince días después, llevamos seis meses investigando, y tenía razón. Sin embargo, sé que usted no es estúpida y registró los derechos antes de entregarme su tesis. El equipo experimentado que contraté detuvo su trabajo  hasta que usted llegara y le asegurara que estaba de acuerdo con la pesca de los atunes en la nueva ruta que habían descubierto, de no ser así, no continuarían con el trabajo y yo accedí. Sin embargo, al escucharla ayer y ver que sus intenciones era proteger y no pescar, supe que se negaría. No me quedó de otra que traerla aquí y obligarla a firmar. No me lo tome personal, son sólo negocios. 
Fue mi turno de carcajearme y mirarlo incrédula. 

¡Maldito idiota!. 

Todo el encanto del príncipe azul nórdico se rompió como el cristal. Jamás había conocido a una persona tan manipuladora, calculadora y mal intencionada en mi vida. 

Sentí un vacío indescriptible en mi pecho, fue una terrible desilusión descubrir que había sido timada.

—Sabe muy bien que no firmaré su mierda— siseé con un nudo en la garganta.

—Le recuerdo que hizo la investigación trabajando para mi empresa y fuimos nosotros la que la llevamos a cabo.

—Aún así, los derechos siguen siendo míos— dije con mis manos a los costados tratando de contener mi rabia.

—Le daré una indemnización, la ascenderemos, no soy un desalmado como piensa, le recompensaré.

—Puede meterse su dinero por el ano, no voy a cederle los derechos— expuse con seguridad—.—Lo que detesto de los empresarios como ustedes, es que no ven más allá de los billetes. Es obvio que es un heredero, su padre nunca hubiese permitido esto.

Cuando se levantó de golpe comprendí que había tocado un tema sensible. Era lo que menos me interesaba en ese momento, él había jugado conmigo primero, estaba en todo mi derecho de decir lo  que pensaba de él y de su acto tan ruin y descarado.

—No quería llegar a esto, señorita Gonzales, pero no me deja otra opción— comenzó a aproximarse lentamente. Me alejé espantada por cada paso que el avanzaba hasta que choqué con el escritorio y no hubo espacio a donde huir. Posó sus dos fuertes brazos a cada lado de la mesa para que no escapara y el corazón comenzó a latirme a mil por segundo—. Ya que le encanta mencionar familiares que no vienen al caso, sé que es la inversora principal de una empresa pesquera de su hermano en Venezuela, un solo movimiento de mi parte, y puede decirle adiós a todos sus esfuerzos de cuatro años.

Mi vista se nubló, no quería mostrarme débil, pero mi familia era algo delicado, aquel negocio era algo delicado. Era el sueño de Marcelo, uno que compartía conmigo. Todos mis sueldos, mis ahorros y mis bonos eran invertidos en aquel negocio, uno que apenas se levantaba y no tenía comparación con la franquicia del hombre que me tenía acorralada. 

Lloré por ser tan estúpida e ingenua, por dejarme deslumbrar de su palabrería y su apariencia. Fui una tonta, una pendeja soñadora que se había dejado endulzar el oído.

—Es usted un miserable.

—Soy un hombre de negocios, Señorita Gonzales— expuso muy cerca de mi rostro, observó mis mejillas mojadas y no se inmutó—. Así que por las buenas, será mejor que firme. No la despediré y le aseguro que tendrá beneficios, no soy rencoroso. Sólo debe firmar. 



*Instituto de investigación marítima.



 



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En el texto hay: jefe y empleada, jefemalhumorado, humorydrama

Editado: 10.04.2021

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