Cuando me preguntaban cómo desearía morir, siempre respondía que deseaba morir en el mar. Deseaba que mis restos se hundieran y se volvieran parte del vasto océano.
Tenía una idea romántica del océano. Me había criado en el mar y cada vez que lo veía o había algo relacionado con él me daba un cosquilleo en el estómago, me ponía ansiosa, mi pecho se inflaba de anhelo. Quería nadarlo y explorarlo.
Eso fue antes de ver un mar tan furioso, tan violento…
Tan asesino.
Me levanté de golpe y comencé a toser frenética expulsando todo el agua que había en mis pulmones. Cerré mis ojos debido a la intensidad de la luz del sol y posé mi mano sobre mi frente para ver en dónde me encontraba.
¿Estoy en el cielo? ¿Ya me morí? ¿Dónde está San pedrito?.
Me levanté con dificultad, me dolía hasta las puntas de los dedos. Miré extrañada el impermeable que se había inflado, al parecer era una especie de chaleco salva vidas pero…
No recordaba haberlo activado.
Mi traje estaba lleno de arena y al mirar mis pies aún con mis tacones, me sacudí frenética.
—¡Malditos tacones! ¡No puedo creer que aún los tenga puestos!— grité enojada quitándomelos. Alcé la vista para ver donde estaba y abrí mi boca sorprendida—. Santa cachucha.
Me hallaba a unos metros del piélago. El agua era de un celeste cristalino que se perdía y se oscurecía hasta el mar abierto, ver aquello me hizo estremecer.
Di marcha atrás inundada de pavor. No quería ver el océano, me ponía los pelos de punta. Tomé los tacones y me di la vuelta. Ante mí, se levantaba majestuosamente una inmensa vegetación de palmeras imponentes y árboles gigantes de donde salían pájaros de distintos colores. Un volcán en forma de cono simétrico sobresalía entre todo aquel verdor, grisáceo y de color cenizo. El cielo nublado, había sido historia, ahora estaba despejado y los rayos del sol irradiaban con fuerza.
Por más que intenté ver a lo lejos otro espacio de tierra, sólo vi los dos tonos celestes—el del cielo y el del mar— fundirse entre sí como dos paletas de colores.
Sentí un nudo en la garganta al darme cuenta de que estaba rodeada de agua. Caminé en busca de ayuda.
¿Era una isla habitada o estaba desolada?.
Comencé a ver borroso debido a las lágrimas. De sólo pensar que me encontraba sola en esta isla, el pánico comenzaba a invadirme de nuevo.
Para mi alivio, como si de una aparición celestial se tratase, vi a lo lejos un bote blanco a la orilla de la playa.
¡Era una isla habitada!.
Corrí hasta el bote. Se hallaba cubierto a la mitad con una lona negra, dejé los tacones encima de la lona y afinqué mis manos en la madera para impulsar mi cuerpo y subir. Abrí la lona por completo a ver si podía encontrar a alguien pero estaba solo.
Me inquieté, ¿quién había estado en ese bote? ¿se había adentrado en la jungla? ¿el bote había dado aquí solo?.
Mis incógnitas se vieron respondidas al ver sobre la arena un gran cuerpo tirado. Me pasmé.
¿Era ese el presidente Murphy?.
Estaba inconsciente, con su traje mojado y su piel enrojecida. Un cangrejo caminaba por su pierna derecha y tenía una cuerda conectada al bote amarrada a su tobillo izquierdo.
—¡Presidente!— salté del bote para socorrerlo. Parecía una estrella de mar, no solo por la posición de su cuerpo sino también por el color.
Posé mi cabeza cerca de su pecho para ver si su corazón latía.
Estaba vivo. Fruncí mi boca desconforme.
Yuju, que alegría. Mírenme, estoy saltando de una pierna. Traigan el confeti que yo pongo la piñata.
Que él sea la piñata.
No me malinterpreten, no le deseo la muerte a nadie, mas bien deseaba que no estuviese vivo lo cual no era lo mismo porque si ya estaba muerto, estaba muerto, muy diferente que estuviese vivo y le deseara la muerte.
Son deseos que se parecen pero que no son iguales.
Solté un suspiro de alivio, más o menos de alivio. Sonreí maliciosa y arremangué la manga de mi brazo derecho.
Esta es tu oportunidad de brillar, brazo derecho.
Escupí en mi mano diestra y luego le di una firme bofetada que le hundió la mejilla y le volteó el rostro.
—¡AH!—se paró apenas sintió mi mano impactar con su mejilla.
Me sentí mucho mejor.
Me alejé. Miró hacia todos lados desorientado y tocó su mejilla arrugando el rostro debido al dolor. La marca roja de mi mano estaba en su mejilla como un lunar de nacimiento.
—¿Estoy muerto?— inquirió al reparar en mí.
—De ser así, estuviese en las pailas del infierno— dije co amargura.
Fijó sus ojos en la arena asintiendo una y otra vez como si fuese un muñequito de cabeza bailable. Creí que aún no estaba en sus cabales.
O tal vez le removí el cerebro.
—Claro…claro— hizo silencio subió su cabeza y me miró—.¡PORQUE FUI YO EL QUE PERDIÓ UN ATÚN DE MÁS DE DIEZ MILLONES DE DÓLARES Y PUSE EN RIESGO LA VIDA DE TODOS!—salté como los sapos cuando lo echan agua caliente.
¡Mi corazón!.
—¡SI NO ME HUBIESE ENGAÑADO NADA DE ESTO HUBIESE PASADO!—grité con la misma fuerza, tratando de recomponerme de su grito. Su voz era demasiado potente.
—¡PUES POR SU CULPA EL BARCO NAUFRAGÓ!
Jadeé horrorizada al escucharlo. Me llevé la mano al pecho. No era posible. Estaba mintiendo.
—¿Po-por mi culpa?. Pero si lo que hice fue precisamente para que no se hundiera— dije alarmada.
—¿Crees que estaría en este maldito bote si le mintiera?— inquirió con seriedad.
—No lo sé, pensé que usted...me había salvado— me observĺ serio por varios segundos y luego soltó una carcajada. Me miró incrédulo haciéndome enojar.
No sé porque no le di un puñetazo en la bolas en vez de una bofetada.