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CULTURA E IDENTIDAD CULTURAL *

Al abordar este problema: Cultura e identidad cultural, en la Colombia finisecular nos asaltan conceptos de los que no podemos prescindir. ¿Qué es la cultura? ¿En qué consiste la identidad cultural? ¿Cómo se define la nuestra, si es que la tenemos? ¿Cuál es la relación entre lo universal, lo nacional, lo regional y lo local? ¿Entre lo moderno y lo tradicional, entre lo popular y lo elaborado? Para plantear algunas ideas en relación con la temática necesa­riamente hemos de indicar desde cual perspectiva estamos hablando.

A partir del Renacimiento se viene hablando de cultura, así no se dieran definiciones epistémicas. Luego, los ilustrados, los románticos, la antropología y la sociología, el positivismo, y en fin, todas las tendencias del pensamiento, (1) que cuando el hombre dejó de pensarse desde y para lo sagrado y examinó su corporeidad y su necesidad, pero también su historia, su capacidad y su posibilidad, debieron dar cuenta de lo humano. Hoy el debate continúa y se habla de la cultura desde las ciencias humanas tradicionales de la modernidad, desde ciencias anfibias o nómadas o desde ella misma definida como ciencia. Sin embargo, se mantiene una impreci­sión de origen. La definición clásica de la antropología que definía lo cultura1 por oposición a lo natural es tan amplia que todo lo que el hombre ha sido, es y está siendo, y todo lo que ha hecho como sapiens sapiens o como faber, y lo que está haciendo cabrían dentro de ella, convirtiéndola en ciencia de las ciencias, arribando a un determinismo cultural tan pernicioso como todo determinismo. La cultura, a nuestro modo de ver, no son cosas ni conceptos ni teorías ni estructuras sociales. Desde ella se hacen cosas, se piensa, se estructuran sociedades y tejidos sociales y se fundan valores y normas, pero no es ninguno de estos productos, así todos ellos lleven su huella y sus significaciones. No es nuestro propósito ir más allá de la referencia así que simplemente pensamos que la cultura como cualidad suprabiológica (2) típicamente humana es la perspectiva, la matriz de su relación con el mundo, con la vida y con el otro, definida por el pensamiento y modificada en todo o en parte por la vida y por la historia. La cultura es, pues, esa matriz de recepción, relación, valoración y práxis que constituye el signo de lo humano. Trama de significación, la denomina Geertz. (3) Al apreciar el desenvol­vimiento de la historia encontramos que más allá de lo que se piensa o se hace hay un sello distintivo que diferencia los pueblos, las sociedades, los imperios, las naciones, las épocas. Un "ethos" podríamos decir resemantizando el concepto de Benedict y Kardiner citado por Orlando FaIs Borda.(4) Tendríamos entonces que la identidad es la forma particular de esa matriz cuando hablamos de un conjunto humano presente o pasado nacional, multinacional, local o regional. Pero, tendríamos  también,  que la identidad de los hombres mas allá del género ha sido múltiple, variable, híbrida, en permanente proceso de reelaboración, superación y reactualización. Si bien en algunos momentos de la historia, en algunas sociedades, pueblos o regiones ha sido una estructura de larga duración, (5) lo sintomático ha sido su carácter dinámico. ¿Qué decir si hablamos de la contemporaneidad cuando por la expansión de los medios de comunicación y transporte, la internacionalización de la economía, la globalización de la vida y la presión universal por el alfabetismo y la educación, los vínculos de relación rompen todas las barreras y estrecheces reales e intencionales y se imbrican de modo no clarificado todavía? Pareciera que los asertos de la Ilustración, de Kant, Hegel y Marx sobre la existencia de hombres histórico-universales y sobre el surgimiento de una cultura y una historia universales, cobraran cuerpo en las postrimerías del siglo XX.

Sin embargo, al lado de este proceso que objetivamente tiende a la homogeneización o uniformidad, en medio de él y contra él en algunas ocasiones, asistimos a eventos de sentido contrario:

1. El reavivamiento de los sentimientos nacionales, raciales, religiosos, es decir, de los exclusivismos culturales en Europa del Este y la URSS, quizá el imperio más centralizado del siglo XX.
2. La confrontación cultural entre la "Gasa común" europea y sus identidades, contra los EE.UU. el Japón y los Tigres Asiáticos.
3. La beligerancia de las culturas islámicas y las guerras tribales en Africa.
4. La reanimación de los conflictos territoriales, lingüísticos, raciales, religiosos en España, Irlanda, Canadá, Bélgica y el Medio Oriente.
5. La puesta al día de la discriminación de la élite tradicional norteamericana anglosajona y luterana contra los negros, los hispanos y las culturas no norteamericanas en sentido histórico.
6. La exigencia de derechos y autonomía de las comunidades indígenas de América del Sur, sobrevivientes pese a quinientos años de colonialismo y genocidio.
7. Los movimientos de negritudes en las Antillas y el Caribe continental.

Tal pareciera que la oposición a un mundo uniforme y masivo, cobrase alientos, ya sea por un proceso de asimilación tardía de los valores más significativos de la Ilustración Europea (emancipación, autonomía), como resistencia a la oleada de internacionalización y avasallamiento económico más reciente o como reflejo de la "Aldea Global" que conecta directamente con el mundo a los más recónditos lugares del planeta, dándole un lugar y una legitimación a la extraordinaria variedad de la cultura humana. (6) Quizá pudiera tratarse de que rotas todas las relaciones de identidad y pertenencia primarias, y designificadas las que corresponden a la modernidad, aunque entre nosotros jamás han tenido una existencia real, los hombres y los pueblos se aferraran a una cultura que les permite tener identidad frente a la universalización, la desterritorialización y todos los desarraigos en que viene concluyendo la modernidad.