Despierto, me levanto, pastilla 1, pastilla 2, pastilla 3, cepillar dientes, recuerda que los de arriba son para abajo y los de abajo son para arriba, muelas en pequeños círculos, minoxidil para el cabello una roseada, dos roseadas, tres roseadas, perfume… si claro ¿Por qué no?
Desayuno en familia, Alex come rápido pues ya va tarde para su primera clase, Martha nos sirve jugo de naranja. Debo apurarme también tengo cosas que hacer.
-Qué rico hueles- me dice mi esposa.
-Gracias- le respondo sin tomarle importancia.
-¿Hay algo especial?- me pregunta curiosa.
-No- de nuevo no le presto importancia.
-Los veo luego- Alex se levanta corriendo –ya se me hizo tarde-
-Que te vaya bien- le respondemos al unísono.
Alex sale corriendo.
-¿Quieres algo más?- me pregunta Martha.
-No la verdad todo esta delicioso, pero me debo de ir- Pongo un pan tostado en mi boca y me pongo mi saco, me saco el pan y le doy un beso en la frente a mi esposa.
Alex regresa corriendo.
-Pa me das dinero para inv…-
-Ve con tu madre- Me le escapo a mi hijo y corro a mi auto.
-¡Alejandro!-
-¡Papá!-
Escucho a mi esposa y mi hijo a mi espalda. Me río.
Llegando a la escuela comienzo mis clases, la misma rutina, la misma antipatía de mis alumnos, los mismos ejercicios mal resueltos por parte de los flojos, los mismos dieces de los aplicados.
El receso es un día soleado pero con una extraña sensación de frescura. Almuerzo un triste emparedado que compre en la cooperativa, un grupo de alumnos se amontona a unos 20 metros de mi mesa, parecen entusiasmados.
Termino mi sándwich y me levanto con menos entusiasmo… sigue ese estúpido grupo, literalmente estúpido, soy un terrible educador no debería pensar así de mis estudiantes. Pero es que verdad son malos.
Camino por los solitarios pasillos de la escuela, aún falta para que la campanada de regreso a los salones toque, de modo que todo está vacío, paso frente al salón donde escuche a la sirena por primera vez… la tentación me mata, tengo que ver… me acerco a la ventanilla del salón….
-Se equivoca de salón profe- escucho esa voz detrás de mí, mis ojos se abren como platos, puedo sentir como mi frente suda, lentamente volteo, es ella. Me volteo rápidamente para verla… es ella, ¡La sirena!
-Su salón es aquel- me dice la hermosa joven de ojos aceituna y pelo castaño; señalándome un salón más adelante. Por primera vez la tengo frente a mí, su piel es tersa y blanca, sus labios rosados y carnosos.
-A… a… a…- no salen palabras de mi boca, ella sonríe frente a mí tambaleándose de manera inocente. –Sí… gracias- logro soltar, el portafolio se me resbala de las manos pero lo atrapo. Le doy la espalda y comienzo a avanzar al salón a paso veloz, ella me sigue y se coloca a lado de mí, la miro de reojo y ella no deja de mirarme… sus labios carnosos distraen mi mirada, pero recobro la compostura y vuelvo a mirar al frente debo ir a mi salón ¿Por qué esta niña me sigue? Maldita sea, ahí está mi salón, jamás imagine tanto querer ver a esos chicos repetidores y de bajos promedio.
Coloco mi mano en la chapa, pero ella se me adelanta y la toma primero, mi mano queda sobre la de ella, su piel es delicada, la volteo a ver, ella me sonríe, tiene una sonrisa perfecta entre esos labios.
-Lamento haberme perdido el primer día- me dice la joven sirena, acto seguido mi recorre con la mirada desde abajo deteniéndose un poco altura de mi cierre –Le aseguro que no volverá a pasar- abre la puerta y pasa frente a mí.
Varios jóvenes comienzan a llegar al salón.
¿Qué acaba de pasar? ¿De verdad se detuvo en mi pantalón? ¿Imagine todo? La prefecta llega junto al último alumno.
-Profesor Alejandro, aquí está su lista de asistencia- me dice la prefecta entregándome una hoja con nombres frente a mí.
Entro al salón.
Observo la lista.
Mis ojos recorren entre los nombres y como si fuera un canto de sirena lo que los atrae, se detienen en un nombre –Sofía- digo en voz alta sin pensar.
-Presente, profesor Alejandro- Me responde la sirena.
Su nombre es Sofía.