Sofia

Sofia capitulos 1 al 4

Sofia

Capítulo 1 – La llegada de la flor

Sofía siempre había tenido curiosidad por lo extraño. Caminaba por los mercados de la ciudad buscando plantas raras y flores exóticas, que nadie más podría tener, aquellas que parecían guardar secretos y magia entre sus pétalos. Esa mañana, una pequeña tienda al fondo de un callejón llamó su atención. Entre helechos, hierbajos y orquídeas marchitas, había una flor que no parecía encajar en ningún lugar: sus pétalos eran de un rojo profundo, casi líquido, y desprendía un aroma dulce, hipnótico, que se quedaba impregnado en la mente como un hilo invisible, un aroma fuera de la lógica del mundo normal.

La vendedora, una mujer adulta de mirada cansada y manos arrugadas, la observó mientras Sofía se acercaba:

—Cuidado con esta —dijo, en voz baja, señalando la flor—. No es como las demás.

Sofía sonrió, intrigada:

—Perfecto. Eso es lo que busco.

Pagó la flor y la llevó a su apartamento. La puso en la mesa de la cocina, parecía vibrar suavemente, como si respirara. Esa noche, mientras trabajaba en su portátil, notó algo extraño en ella: un recuerdo que no reconocía se pasó brevemente en su mente. Una conversación con alguien que nunca había conocido, detalles de un lugar que no existía… y un sabor agrio en la memoria. Sofía se frotó la sien, pensando que era el cansancio, pero la sensación volvió a repetirse al día siguiente, más intensa, mas vivida.

A medida que pasaban los días, descubrió que cada vez que tocaba la flor, pequeñas imágenes y sensaciones ajenas inundaban su mente: risas de desconocidos, palabras que no había pronunciado, escenas que no recordaba haber vivido, conversaciones llenas de horrores, dolor y tristezas. Era fascinante y aterrador al mismo tiempo. La flor parecía absorber los recuerdos de quienes la tocaban y reproducirlos con un giro inquietante, como si estuviera jugando con la memoria misma.

Sofía intentó mantener la distancia, pero la curiosidad pudo más. Empezó a anotar los recuerdos que veía en una libreta, ya usada, intentando diferenciarlos de los suyos. Con cada día que pasaba, la flor parecía más viva: sus pétalos se movían ligeramente, como si siguieran la respiración de Sofía, y el aroma se hacía más intenso, más penetrante, hasta que dormir se volvió imposible sin sentir que alguien —o algo— la observaba desde el rincón de su apartamento, el calor también se apoderaba de su cuerpo, sudores fríos, la piel de gallina, escalofríos.

Esa noche, mientras la luna llena iluminaba los pétalos rojos, Sofía tuvo un sueño aterrador: la flor hablaba. Su voz era un susurro frío que emergía entre los recuerdos robadosy con distintas voces pronunciaba:

—Tus memorias… son mías.

Sofía despertó sudando, con la libreta abierta frente a ella. Cada línea escrita parecía moverse ligeramente, como si los recuerdos estuvieran vivos, palpitando dentro de las palabras. La flor, intacta, brillante, rojiza, vibrante seguía allí, inocente en apariencia, pero exudando un poder que Sofía aún no podía comprender del todo.

Capítulo 2 – Primeros recuerdos robados

Al despertar, Sofía se sentó junto a la flor, la observaba y notó que algo había cambiado. Sus pétalos parecían más oscuros, como si absorbieran la luz de la habitación, del lugar, del alma. El aroma dulce que antes la fascinaba ahora la mareaba, la hacía tener ganas de devolver su estómago, y un zumbido sutil resonaba en sus oídos, casi imperceptible, pero constante, como el de las luces de neón.

A lo largo del día, cada vez que la tocaba para regarla o ajustarla en su maceta, recuerdos que no eran suyos se filtraban en su mente. Vio escenas de personas desconocidas riendo en habitaciones que no existían, escuchó conversaciones ajenas y sintió emociones que no le pertenecían, ira, dolor, excitación, alegría. Cada memoria venía con un pequeño giro inquietante: un detalle siniestro que iba cambiando el tono de lo que aparentemente era inocente.

Intentó ignorarlo, pero era imposible. Los recuerdos se mezclaban con los suyos, confundiendo su percepción de la realidad. Por ejemplo, mientras preparaba café, recordó un cumpleaños que nunca había tenido, con invitados que no conocía y regalos que jamás recibió. La sensación era tan vívida que casi podía oler el pastel y escuchar las risas de esos desconocidos.

Muy pronto, la paranoia se apoderó de ella. Cada vez que salía de su apartamento, temía que alguien reconociera sus recuerdos robados. Sentía que la gente la miraba de manera diferente, como si supieran que su mente estaba invadida por ese zumbido, que sus narices solo reconocían ese dulce pero asqueroso olor. Incluso comenzó a dudar de sus propios recuerdos: ¿eran realmente suyos o habían sido implantados por la flor?

Una noche, al tocar la flor mientras se sentaba frente a la ventana, tuvo un escalofrío. Los recuerdos comenzaron a mezclarse más rápido: vio un accidente que nunca presenció, un secreto íntimo de alguien que jamás conoció, y un acto cruel que la hizo retroceder. Un accidente horrible cometido por su imprudencia o por la de alguien más, reconoció olores a sangre, dolores de cortaduras y tristeza por el acto La flor parecía alimentarse de su miedo, absorbiendo su angustia y aumentando la intensidad de las imágenes.

Sofía comprendió que estaba atrapada: cuanto más intentaba analizar la situación, más recuerdos se mezclaban y más difícil era distinguir la realidad de las ilusiones. La flor no solo robaba memorias: las distorsionaba y las devolvía de manera macabra, como un juego cruel de identidad y percepción. Ya Sofia no sabia ni quien era, o quien habría sido, y lo peor quien llegaría a ser, en este juego mental.

Para protegerse, intentó colocarla en la terraza, lejos de su alcance, donde no la pudiera ni ver. Pero incluso desde la distancia, podía sentir su presencia: un calor extraño, un perfume que flotaba en el aire, susurrando recuerdos que no le pertenecían. Sofía comprendió algo aterrador: no importaba cuán lejos la alejase, la flor había empezado a marcarla, a invadirla.




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