~NOAH~
¡EMPIEZA EL JUEGO!
—¡No podéis obligarme! —estallo súbitamente alterado, mientras entro sin ningún miramiento por la gran puerta de la sala del trono.
Mis padres me miran algo nerviosos, sin entender del todo de qué estoy hablando. Su comportamiento es extraño, como si me ocultaran algo.
—¿Qué sucede, querido? — interroga mi madre dulcemente, a la vez que coloca su delicada mano sobre mi mejilla.
—No pienso casarme con ella — continúo con mi verborrea, intentando explicarles lo injusto que es que me obliguen a casarme con alguien a quien ni conozco, ni he visto jamás.
—Si lo harás — sentencia en tono alto y claro mi padre. Excesivamente tranquilo. Estoy seguro de que algo ocurre, porque de no ser así me habría pegado una buena bofetada por desobedecer sus indicaciones.
—Yo me encargo, Jack. Deberías ir a descansar — ¿A descansar? Apenas son las diez de la mañana como para que tenga que ir a "descansar".
—¿Se encuentra bien? — me acerco más hacia mi padre, quien me mira con una extraña sonrisa. Ahora mismo, preferiría que me estuviera gritando, o que al menos, su cara denotara un mínimo atisbo de enfado. Pero no, su expresión es jodidamente neutral y apacible en este instante.
—No te preocupes hijo, solo es un pequeño catarro — le da unas palmadas a mi espalda y se va de la sala dejándome solo con su esposa, que me mira con cara de pocos amigos. ¡Genial! Ya me he metido en un lío.
—Eres el heredero de tu padre, el próximo rey de Anglosh. Te casarás con Lady Harrison, no importa lo que prefieras hacer. Lo harás y punto.
—Pero...
—No hay un pero que valga. Tu padre no está para discutir, y yo tampoco tengo porque aguantar tus quejas de niño mimado. En unas semanas iremos a Whitedale, la conocerás y se arreglará la boda — sentenció la mujer que me ha criado como a un hijo, sin la mínima intención de dejarme rebatirle los planes que mi padre y ella tienen para mí. Abandonó la sala por la misma puerta por la que mi padre había salido hace apenas unos minutos.
—¿Ella te gusta?
—Aura — clavé mis ojos sobre los de ella para que comprenda completa y absolutamente cada una de mis palabras —, ni siquiera la conozco, ni la he visto nunca. Pero aunque así fuese, eso a ti te da igual — me levanto de la cama para vestirme rápido y salir de allí. Hoy salimos a caballo, estaremos más de una semana cabalgando hasta llegar a Whitedale. El único consuelo que me queda para poder afrontar esta mierdade viaje, es que vendrá con nosotros la hija del carnicero. Una pobre niña que va a saciar cada uno de mis deseos. Sé que probablemente, no se lo merezca, pero será lo mejor que puede hacer en su vida. Como siempre ha dicho Catherine, mi madrastra: "No hay mejor regalo que servir bien a un rey". Y yo próximamente seré el rey de Anglosh.
—Pensaba que yo... Bueno, que tú y yo…
—Pues pensaste mal. Acaso creías que me iba a casar contigo o algo así — su rostro, sus gestos, su simple cuerpo enredado entre mis sábanas blancas me daban a entender que si lo había pensando. Una fuerte carcajada emana de mi garganta. Me acerco a la cama para sentarme en el borde, muy cerca de ella que se tapa la cara con la sábana. La destapo y le agarro bruscamente los pómulos con una de mis manos.
—Tú eres la criada que me lava la ropa, y yo soy el futuro rey — de sus ojos empiezan a brotar gotas saladas, y sino me estuviera retrasando en mi salido de palacio, me la volvería a follar sin ningún miramiento. Sus lágrimas y sollozos estaban volviendo a desatar en mí el fuego, pero ahora no podía ser —. Un rey necesita a una reina, las criadas solo servís para una cosa y no es para ser reinas, preciosa — la suelto bruscamente y salgo de mi habitación dejándola ahí sola, mientras termina de llorar.
Con paso rápido y firme llego hasta los establos para coger a Huracán, un caballo de pelaje negro, fuerte y el más veloz de todos. Fue un regalo de mi padre en mi undécimo cumpleaños, desde entonces siempre hemos ido juntos. Me ha acompañado a hacer las mayores locuras y ha sido partícipe de la mayoría de mis enormes secretos y aficiones. Ya está ensillado, como le pedí a uno de los cientos de criados del castillo, me monto en él y salgo de allí para encontrarme con todo el séquito real que salió hace menos de una hora.
—No puede pasar, joven —habla uno de los guardias al oírme llegar montado en Huracán.
—Mi padre se molestará si me sigo retrasando —la cabeza del soldado se levantó de inmediato al oír mi voz y se retiró en un segundo del camino. Pasé junto a él dedicándole una sonrisa satisfecha al imbécil que habían puesto para vigilar a todo aquel que quisiera pasar por el camino real.
—¡Hijo mío, al fin has llegado! —besó la frente de mi padre, quien está solo en una de las tiendas que han montado para pasar la noche. —¿Dónde estabas? —noto que inspecciona mi aspecto impoluto por no haberme detenido ni una sola vez hasta llegar al campamento. Su expresión se contrae y poco después se instaura una sonrisa. —En los próximos días cabalgaremos juntos, es mucho más divertido tener a mi lado que a un guardia cualquiera que ni siquiera me habla —los dos nos carcajeamos por las habladurías que se les suelen otorgar a las huestes caballerescas que nos acompañarán hasta el Reino Blanco.
—Eso está hecho, padre —un criado entra para servir dos copas de vino y se retira al instante. Me quedo un largo rato hablando y bebiendo con el rey y después me retiro para dejarle descansar. Mañana será un día largo y ajetreado en el camino.