~NOAH~
“COMPROMETIDOS”
Sus ojos verdes, sus malditos y preciosos ojos verdes me hipnotizaban como ningunos otros antes. No tenían una forma muy singular, ni siquiera el tono de verde era precioso o, cautivador. Simplemente se trataba de las chispas doradas que destellaban de ellos, la forma inocente y precavida con la que me miraba; puede que solo fuera porque se trataba de ella, de la viva imagen de la pureza, la inocencia y la virginidad, todo lo contrario a lo que yo represento.
En resumen, era mi ángel, mi polo opuesto y mi mejor hallazgo.
Tal vez, fueran sus ojos, su mirada, o incluso sus labios los que me incitaron a tirar todas las palabras que mi padre había metido en mi cabeza hacía tan solo unas horas, los que me incentivaron a hacer tal acto. Pero las palabras de mi padre fueron sustituidas por las mías propias en un impulso genuino y poco común en mí.
—Majestad —me despego del piano y avanzo tranquilo hacía el pequeño grupo conformado por nuestras familias. Mi padre me mira dubitativo, con miedo de lo que pueda hacer o decir, me conoce lo suficiente como para temer un comportamiento inapropiado, por eso sé que no se espera lo que digo a continuación: —, no entendía la fama de las mujeres de su familia hasta que las he apreciado por mí mismo —de reojo puedo ver el leve sonrojo que ha vuelto a las blancas mejillas de la princesita de Whitedale. La reina sonríe de lo más halagada y su esposo se nota impaciente de que continúe. —. No puedo más que continuar afirmando la gran belleza que poseen.
—Es cierto muchacho, y está mal que sea yo quien lo diga pero he tenido una gran suerte al poseer a una esposa tan bella y una hija todavía más preciosa —hace una pausa demasiado larga que casi interrumpe con mi monólogo, pero que acaba antes de que yo hable. —. Pero, ¿a qué se deben todos estos halagos alteza?
—Bien, se lo diré sin más rodeos. Sabe bien porqué estamos aquí, en Whitedale, mi familia y yo —asiente con la cabeza, lo que me da la incentiva de continuar. Sé lo que tengo que decir, lo que debo decir. —. He quedado prendado de su hija, y como siempre me ha dicho mi padre, su gran amistad con usted les llevó hace años a plantearse un casamiento entre nuestras dos casas. Estoy aquí hoy para que me permita el placer y la suerte de contraer dicho matrimonio con Lady Emma Harrison, su hija.
Del bolsillo de mi chaqueta saco el anillo que mi padre mandó forjar para la pedida de mano de la princesa. Un fino anillo de oro con dos esmeraldas incrustadas y un diamante. Después de apreciar sus ojos, este anillo me parece perfecto para ella, pues sus ojos son como estas dos diminutas esmeraldas. No muestro el anillo, sino que lo envuelvo con mi mano cerrando esta en un puño.
—¡Padre! —Emma se levantó del piano, todos los ojos de la habitación recayeron en ella, pero como esperaba, se quedó callada. No emitió un solo sonido al ver a la reina, su madre, dirigirle una mirada severa para que, como es costumbre, dejara que los hombres hablaremos entre nosotros del futuro.
—Creo, Noah, que la persona la cual debe responder esta proposición no soy yo —sin duda, la familia real de Whitedale, es la más extraña y poco tradicional de los reinos vecinos. Mi padre jamás le hubiese dejado esta decisión tan importante para un reino a una chica pequeña y caprichosa, de haber tenido una hija, claro.
—Yo… —los ojos de la delicada princesa viajaron a los de su madre la cual asentía con una leve y sutil sonrisa en los labios. Se notaba que estaba disfrutando el momento. — Será todo un honor que nuestras dos casas puedan unirse.
Por un segundo me plantee que ella se pudiera atrever a decir que no a mi proposición, que no deseaba casarse conmigo. Pero tras mirarla a los ojos, vi ese fuego, ese deseo de lo desconocido, y supe que jamás podría resistirse a mí. Y que por ello, acabaría destrozada de la peor manera…