~EMMA~
"QUIZÁ..."
Después de que Noah recibiera ese golpe derecho por parte de Hamilton, este último se marchó del jardín. Noah estaba en el suelo, tirado como un pañuelo. Verlo así me llenó de pena, estaba malherido y golpeado, le salía sangre del labio inferior y tenía los nudillos destrozados. Nunca antes había visto a dos caballeros en tal grado de discusión. Mis hermanos se pelean, pero mi padre siempre interviene antes de que empiecen a arrearse.
—¿Está bien? —le pregunté mientras me arrodillé a su lado. Levantó la cabeza y me miró de una forma que me asustó. Sus ojos desprendían una furia con la que nadie, jamás, me había mirado.
—Déjame. —dijo con un resoplido enfadado.
—¡Por dios! —exclamé a la vez que cogí su mano delicadamente. Sé que, quizá, no debería haber hecho eso, pero mis manos estaban cubiertas todavía por la fina tela blanca de mis guantes, y me pareció necesario establecer contacto físico con él en las circunstancias en las que se encontraba. Aunque él se negara, lo creí correcto.
—Puedo solo —me aparté de él en cuanto me gritó esas dos palabras. No habrían significado nada si no hubiéramos estado en esas circunstancias, si él no hubiera estado tan enfadado. Y si yo, no hubiera sido una estúpida niña.
Aun así, no me fui de su lado. Avanzamos en silencio hasta la cocina, que a estas alturas de la fiesta estaba desierta. Cogí desinfectante para sanar su herida y un trapo que mojé con agua para limpiarla. Noté su mirada puesta en mi durante todo el tiempo que me ocupó recolectar todos los utensilios que me eran requeridos. Luego dejé todo en una mesa y le miré para que se acercara. Noah se sentó en una silla y yo, todavía de pie, tomé el trapo húmedo y lo acerqué a su cara. Nunca había estado tan cerca de un hombre que no fuera mi padre, y el hormigueo de mi estómago hizo que mi mano tardara más de lo necesario en llegar a la sangre, ya seca, del príncipe.
La herida estaba fresca y sería lógico pensar que el contacto de la tela con su piel le hiciese, al menos, echar la cabeza hacia atrás. Pero, este no fue el caso. No se movió ni un milímetro de la silla. Mi función fue sencilla y rápida. Cuando hube acabado me alejé de él y puse el paño encima de un mueble cualquiera.
No habíamos articulado palabra alguna desde que lo encontré en el patio, y pensaba marcharme de allí y que nuestro trato siguiera igual, pero Noah habló antes.
—No debí hablarte así —su mirada estaba perdida en el suelo. Me acerqué al príncipe de Anglosh con la esperanza, supongo, de llegar a saber más sobre él, sobre su personalidad tan cambiante. Pero fue el primer intento fallido, con el que empecé a acumular otros nuevos desde entonces. —. Y tú, no debiste haberte inmiscuido en una discusión entre caballeros que no te incumbía en absoluto.
—Discúlpeme, pero todo lo que pasa en este castillo tiene que ver conmigo y con mi familia. Si usted quería que nadie se enterara de la pelea, haberse ido fuera de los muros de este castillo para que lo matase allí.
—¿Qué me matase? Ese cualquiera de Hamilton no me hubiera podido matar ni, aunque se lo hubiera propuesto, no es capaz de hacerlo. —me sacan de quicio sus aires de superioridad, pero lo decía tan convencido, tan seguro de todo, que como la niña estúpida que era por esos días me lo creía.
—Discrepo. Si no llego a entrar en ese momento al patio habría acabado muy malparado. —soltó una risa. Una fuerte y sonora carcajada que retumbó por toda la estancia. Seguíamos solos allí, no se oía ni a un alma, y esto incrementó que su diversión pareciera mayor.
—¿Discrepa? —repitió incrédulo. —Bonita palabra que resuena en sus labios —dio un paso hacia mi volvíamos a estar a la misma distancia que anteriormente. Su respiración caía en mi rostro, el ambiente empezó a cargarse de un aura extraña. —, en sus preciosos labios... —con su dedo índice acarició mi labio inferior. Su delicadeza me cautivó desde el primer instante, y fui débil, no me aparté. Me quedé inmóvil ante su tacto. Cerré mis ojos esperando. ¿Qué esperabas, Emma? A día de hoy todavía no lo sé.
Unos segundos después, él se apartó de mí como un pajarillo vuelo cuando ve peligro, o como un ciervo corre antes de ser cazado. Inclinó su cabeza ante mí y se marchó de la cocina tan rápido como entramos. Me quedé allí unos minutos más, y después volví a la fiesta, que no duró mucho más.
Quizá, debí darme cuenta. Quizá, debí saberlo entonces. Pero los quizá ya no sirven, tengo que ser fuerte. Tengo que acabar con todo esto.