(Narra Hino)
Volamos por el cielo como dos rápidas aves. El viento en nuestras caras nos arranca risas que se funden en el firmamento. Nos miramos una y otra vez mientras nos hacemos uno con la brisa. Nos dejamos llevar, elegantemente, a merced del viento. Somos aire y vida. Somos alegría y diversión.
Diana y yo damos un paseo con nuestros pegasos, para romper un poco con la rutina. La sensación de poder alcanzar las nubes y de ver todo Álfur bajo nuestros pies me llena de adrenalina y libertad. Es un día nublado, típico en esta época otoñal. Sin embargo es un día precioso y lleno de color. Ella monta sobre el lomo de Yin, un pegaso negro y rebelde. Tan rebelde como ella, así que creo que por eso se llevan tan bien. Yo cabalgo sobre Yang, una pegaso blanca y tranquila.
—¡Te hecho una carrera hasta aquella montaña! —me dice ella, alzando la voz por encima del susurro del viento.
—¡Acepto! —respondo, apretando las riendas de Yang.
Ella suelta una risa que se me hace música en mis oídos. Su pegaso acelera el ritmo de su vuelo, aleteando con energía y viveza. Yo lo sigo con Yang, sintiendo el entusiasmo en cada una de mis células. El viento sopla con fuerza a favor, lo que nos permite ir muchísimo más rápido. Ya no siento vértigo, sino una profunda sensación de alegría que estalla en mi pecho. Quiero ser viento y velocidad. Quiero alcanzarlo todo. Quiero estallar de emoción y renacer entre risas.
Consigo alcanzarla, y me mira con unos ojos traviesos y desafiantes. Nuestras monturas relinchan y parecen divertirse también con la carrera. Sobre todo Yin, que parece querer demostrar lo rápido que es. Me alegra mucho que nos regalasen estos pegasos como obsequio de bodas, pues siento que son ahora parte de nuestra familia.
Mi esposa aprovecha mi distracción para adelantarme. Yo me quejo amistosamente y decido usar mi dominio del agua para mover una nube delante de ellos. Yin frena un poco, lo que le arranca un grito de sorpresa a Diana. Entonces, aprovecho para adelantarles con Yang mientras me río con fuerza.
—¡Eh, eso es trampa, elfo bobo! ¡Vuelve aquí! —dice, pero yo ya estoy llegando hasta la montaña.
Río, porque me siento vivo. Río, porque no puedo estar más feliz. Esta vida, ahora calmada y sin baches, es todo lo que podía desear. Una vida junto a ella, en un mundo en el que ya no hay guerras, en una época de expansión y crecimiento.
Diana aparece con Yang de entre las nubes y ambos llegamos casi al mismo tiempo hasta el suelo de la montaña. Yo me bajo de Yang y me acerco al precipicio para contemplar el grandioso paisaje que se abre ante nosotros. Observo los tonos naranjas y marrones en los árboles. Los colores verdes en algunas partes. El mar azul mucho más allá, abriéndose al infinito. El cielo nublado cubierto de nubes espesas y grisáceas.
—¡Eres un…! —dice ella, que se ha bajado de Yin y me golpea amistosamente en el brazo.
—Shh… Mira. —Le cojo la mano y señalo a la inmensidad de aquellas vistas.
Mi esposa observa también y aprieta más su mano contra la mía. Los pegasos se ponen a nuestro lado y buscan pasto para comer. Ella y yo sonreímos ante la belleza de aquellas vistas y nos arrimamos más el uno al otro. Diana está helada, así que la rodeo con mis brazos para que entre en calor.
—Quedémonos aquí un rato más… —me susurra mientras me abraza con fuerza—. Así.
Yo sonrío y asiento. Una brisa fresca nos besa con dulzura. Huele a otoño y a pino, a lluvia y a recuerdos. Cuando la respiro, siento como el aire que entra a mis pulmones me llena aún más de vida y energía.
Con cada brisa que nos roza, más feliz me siento.