(Narra Elidium)
Suspiro. La lluvia cae insistentemente, colándose entre las hojas de los árboles. El cielo es gris y triste, lo que me gusta. Yo observo desde la ventana de mi cabaña mientras inspiro el olor a tierra mojada y a lluvia. El otoño ha llegado por fin, prometiendo cambios y un frío invierno. Vuelvo a suspirar, sintiéndome a gusto con esta estación que parece rimar perfectamente con mis sentimientos. Con cómo soy.
Esta época siempre me vuelve más reflexivo y nostálgico, pero intento retener esos sentimientos y no mostrárselos a nadie. Los días de lluvia y el color marrón y rojo de las hojas me recuerda a mis días en la Escuela de Magia. A esas tardes leyendo en mi habitación, o esas mañanas en la biblioteca estudiando mientras esperaba a que empezase la primera clase. Recuerdo mis paseos por los pasillos y mis miradas por la ventana hacia los jardines. Fue allí, entre aquellos mágicos muros, donde encontré una nueva y mejor familia.
—¿Te vas a quedar suspirando en la ventana todo el día como una enamorada? —me dice alguien de repente.
Oigo sus pasos acercándose a mí, pero no me giro para mirarle. Mi mirada sigue perdida entre las nubes grises con las que me siento identificado. Zulius me rodea con su brazo, sacándome de mis pensamientos.
—Quizás un rato más… —le respondo en un susurro que no sé si ha escuchado.
De mi época en la Escuela de Magia también le recuerdo a él. Aquel joven que vino nuevo y que no paraba de alardear de que un unicornio le dio su magia cuando era un bebé. Era un chico rebelde y seductor, algo bruto para algunas cosas y un sinvergüenza, aunque eso no ha cambiado mucho. Recuerdo que al principio no me caía bien y que de hecho nos convertimos en rivales. Peleábamos por la atención de los profesores o por quién hacía mejor un hechizo. Por la comida o por quién era más fuerte y poderoso. Él me gastaba bromas y yo me vengaba enfadado.
Y sin embargo, acabamos convirtiéndonos en amigos. En los mejores, de hecho. Fuimos inseparables. Él me enseñó la parte divertida de la vida. Me sacó de esa cárcel en la que me había metido, entre estudio, libros y reglas que me había autoimpuesto. Fue él quién me convenció para cambiar mi aspecto como un gesto de rebeldía ante aquellos padres que me echaron. Zulius fue quien me enseñó a ser yo mismo y quien me dio una nueva razón para sonreír.
Hoy en día todo eso queda muy atrás. Hoy, Yatmael —su nombre real, como le llamo a veces ya que ya no es hechicero—, es mi pareja y el hombre al que más adoro en este mundo.
De repente ambos vemos un rayo en el cielo y escuchamos enseguida el trueno que lo acompaña. Su sonido llena todo el bosque, espantando a algunos pájaros.
—No, no, no, tormenta no por favor —dice tembloroso, mientras se aleja de la ventana. Su cara divertida y alegre se transforma en una de terror y angustia.
Zulius tiene astrafobia debido a experiencias traumáticas que ahora no quiero recordar. Debo cuidar de él ahora y dejar para otro día mis reflexiones nostálgicas. Cierro la ventana y lo dirijo hacia el sofá para sentarnos. Lo abrazo con fuerza y él se agarra a mí como si fuese un niño asustado. Sonrío y busco alguna cosa para distraerlo de sus temores.
—¿Recuerdas cuando nos conocimos?
Zulius asiente. Nos miramos e instantáneamente aparece una sonrisa en ambos.
Un suspiro se nos escapa. Uno que lleva consigo el sabor de los viejos tiempos. Tiempos que regresan a nuestras mentes con dulzura. Y así, mi pareja y yo nos pasamos la tarde recordando los momentos más felices de nuestras vidas, esperando a que la tormenta cese.