(Narra Diana)
Camino por los bosques vestidos de otoño con una sonrisa tranquila en el rostro. De vez en cuando hago excursiones para ver si encuentro a algún animal herido o que necesite ayuda. Es un deber que me puse tiempo atrás, uno más de todos con los que pretendo crear un lugar mejor para todas las criaturas de este mundo. Llevo una mochila con alimento y un botiquín de primeros auxilios. A lo largo del tiempo he rescatado todo tipo de animales. Lobos, serpientes, conejos, y hasta una mariposa. Y puedo asegurar que no hay nada más sincero y puro que la gratitud de un animal.
Mientras camino, algunos pájaros se posan en mi cabeza, y miro atrás para ver cómo me siguen algunos conejos y ciervos. Escucho sus voces dentro de mi alma. Me saludan y me dan la bienvenida a su hogar. Yo sonrío, porque me siento plena y en paz cuando estoy entre ellos. Recojo algunas bellotas y se las entrego a ardillas y pájaros, que necesitarán para el invierno. Acaricio a los ciervos y a los conejos que han decidido acompañarme. Algunos son viejos pacientes a los que salvé.
Un pequeño gorrión vuela delante de mí entonces. Parece agitado y no necesito mucho tiempo para entender que quiere que le siga, que hay alguien en peligro.
—Te sigo —le digo al pájaro.
Él empieza a aletear con fuerza y yo lo sigo a paso rápido. El resto de criaturas siguen mis pasos. Llegamos hasta un enorme roble. Y de repente la veo: Una ardilla con la pata herida. Está deshidratada y hambrienta, y se ha encogido sobre sí misma en un ademán de protegerse.
Me acerco a ella con paso lento, y la ardilla intenta escapar a duras penas. Es su instinto huir cuando ven a una criatura más grande que ellas. Pero yo no le voy a hacer daño, y se lo transmito conectando mi mirada con la suya. La ardilla, finalmente, se relaja y yo la cojo entre mis brazos para que se sienta segura. La pongo sobre mis piernas, le doy agua y le desinfecto y curo la herida. Sospecho que tiene la patita rota, porque sino habría salido corriendo hace mucho. Así que le coloco una férula y le vendo la pata. Aprendí a hacer esto tiempo atrás, pues lo vi necesario para mi misión.
Cuando le doy una bellota por portarse tan bien, la ardilla me muestra su enorme alegría y gratitud. Me pide más, y yo río mientras la acaricio. Creo que me la voy a tener que llevar hasta que pase el invierno, pues estando así es presa fácil para los depredadores.
—Creo que te llamaré Bellota —le digo con una sonrisa—. ¿Vendrás conmigo hasta que te recuperes? Puedes invernar en mi hogar. Te prepararé un lugar cómodo y cuando te pongas bien te llevaré hasta este mismo roble.
El animal me mira con esos ojos negros en los que podría caber un universo. No hacen falta palabras para entender que acepta. Que me deja ser su guardiana hasta la próxima primavera.
Y así, Bellota y yo nos marchamos. Los animales nos siguen hasta el límite de aquel bosque que es su hogar. Yo regreso al mío, donde me espera mi gente. Ojalá este otoño sea dulce para todos los animales del mundo.