Sol, Arena y ¿quién me cree?

Capítulo 1: Bienvenida a Lampedusa

Isabela

El aire salado y el calor abrasador me golpearon en cuanto bajé del pequeño ferry que me había traído hasta Lampedusa. Por un instante, me quedé inmóvil, con una mano sujetando mi sombrero de ala ancha y la otra aferrada a la correa de mi bolso. La vista era impresionante: aguas turquesas que parecían derretir cualquier preocupación y casas encaladas que escalaban las colinas. Pero yo no estaba allí para unas vacaciones. Oh, no. Estaba allí para trabajar, para probarme a mí misma. Y ya podía sentir la presión apretándome el pecho.

Pero yo podía con cualquier cosa, ¿Verdad?

─ ¿Estás lista, Isabela?─ murmuro para mí misma, intentando ignorar el sudor que empezaba a pegarse a mi blusa de lino. La voz de un hombre mayor interrumpió mis pensamientos.

─ ¡Señorita Santos, aquí!─ miré hacia donde un señor de pelo canoso, vestido con una camisa de lino blanco y pantalones cortos, agitaba una mano desde un pequeño auto azul que parecía tan antiguo como la isla misma.

─ Ah, gracias. Usted debe ser Giuseppe─ dije mientras caminaba hacia él, arrastrando mi maleta por el camino de piedra.

─ Así es─ respondió con una sonrisa amplia y algo desdentada─ Soy el encargado de llevarla al hotel. Bienvenida a Spiaggia dei Conigli o como muchos le dicen, Lampedusa.

─ Gracias─ respondí, tratando de sonar más segura de lo que realmente me sentía. Esa sensación de sentirme asfixiada me mataba. Giuseppe tomó mi maleta y la cargó en la cajuela con una facilidad sorprendente para alguien de su edad.

Giuseppe me guió hasta la puerta de atrás abriéndola para mi, a lo que le agradecí con una sonrisa. El trayecto hasta el hotel fue una mezcla de paisajes que me dejaban sin aliento y el intento de Giuseppe por llenarme de información sobre la isla. En algún punto lo dejé de escuchar y dejé mi mente en blanco mientras mis dedos jugaban con los rizos de mi cabello.

─ Aquí todo el mundo conoce a todo el mundo─ decía con entusiasmo mientras sorteaba curvas cerradas─ Y todos sabemos del proyecto del hotel. Algunos no están muy contentos, pero bueno, no se preocupe, señorita. Usted caerá bien.

Mi estómago se encogió y captó mi atención con eso último que había dicho.

─ ¿No están contentos? Pensé que este proyecto iba a beneficiar a la comunidad─ Giuseppe se encogió de hombros.

─ A algunos les gusta el progreso, a otros les gusta dejar las cosas como están. Ya verá, el tiempo lo arregla todo.

Cuando llegamos al hotel, un edificio pequeño y encantador con paredes blancas y detalles de cerámica azul, me encontré con el dueño, el señor Alfio. Era un hombre robusto y de voz grave que me dio la bienvenida con un fuerte apretón de manos.

─ Isabela Santos, ¿cómo estuvo el viaje?

─ Interesante─ respondí, intentando no parecer demasiado abrumada─ Gracias por recibirnos en su isla para este proyecto. Estoy segura de que haré mi mejor esfuerzo para crear algo que respete la belleza de este lugar.

Alfio asintió, aunque en sus ojos vi una pizca de duda.

─ Eso espero. Pero también espero que sepa que no será fácil. Algunos locales, bueno... son un poco tercos.

Estaba a punto de preguntar más cuando escuché un ruido fuerte. ¿Era un silbido? Me giré justo a tiempo para ver a un grupo de niños corriendo hacia la playa y, entre ellos, a un hombre alto, de cabello oscuro y piel bronceada, que salía del agua con un salvavidas rojo bajo el brazo. Era como una imagen de revista, excepto por la expresión seria que llevaba en el rostro.

─ Ahí está Luca─ dijo Alfio, señalando al hombre─ Es el salvavidas de la playa. También es el hijo del famoso Stefano Moretti. Quizá lo haya oído mencionar.

─ ¿Stefano Moretti?─ mi ceja se arqueó. Claro que conocía ese nombre. Era un magnate que había construido una cadena de hoteles de lujo por todo el mundo─ Él y yo tenemos algo en común─ murmuro para mí misma, aunque sin saber exactamente qué.

Antes de que pudiera decir algo más, Luca levantó la vista y nuestras miradas se cruzaron. Su expresión se endureció al instante. Y justo en ese momento supe dos cosas: uno, era increíblemente atractivo. Y dos, me odiaba, aunque ni siquiera había abierto la boca.

─ Bienvenida a Lampedusa─ me susurro a mí misma de nuevo, sintiendo que todo estaba a punto de complicarse. Mucho.

Estaba en el muelle, de nuevo. Ya casi era de noche y en el horizonte se escondía el sol poco a poco. Las maletas estaban en la habitación del hotel y yo veía con el ceño fruncido el mar, ¿Cómo podía ser tan maravilloso? Era una escena maravillosa, pude haberla visto con más atención de no ser por el hombre que en ese momento iba pasando con una caja de pescados frescos a mano.

─ ¿Primera vez en la isla─ no esperaba que me hablara, y menos con esa sonrisa amplia y descarada.

─ ¿Se nota mucho?─ respondí, tratando de no sonar molesta. No es que estuviera de mal humor pero el viaje de doce horas más un retraso en el ferry había dejado mi paciencia en un hilo. Y desde que había llegado no paraba de pensar en lo que había dicho Giuseppe, parecía que las cosas iban a estar un poco complicadas.

El hombre soltó una carcajada.




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