De niña aprendí que uno debe conformarse con lo que le da la vida.
Esto
obviamente me trajo problemas.
Si una niña se acostumbra a las migajas,
siempre se sentirá en falta o insuficiente;
porque el conformismo nos moldea.
Fui la niña que observó con lástima su muñeca favorita,
su perfume favorito;
o su hermana irse.
Fui la que cedió el espacio,
porque creía fervientemente que no era
suficiente.
Con el tiempo,
fui la mujer que añoraba un amor bonito,
pero que
temía no ser suficiente.
Fue entonces,
que acepté el amor que creía merecer.
Fui la idealista enamorada de ideas,
la misma que elaboraba mundos alternativos para
no aceptar lo que la realidad me presentaba.
Besé serpientes y abracé ideas.
Todo
con tal de no quedarme sin nada;
que difícil es merecer lo que nadie quiere.
Hoy en día,
sé que el conformismo fue mi peor enemigo.
Que apagué mi brillo por miedo a opacar;
y que bajé mi estándar
pensando que nadie podría alcanzarme.
Nadie merece menos.
Nadie merece conformarse.
Todos nacimos para amar y recibir amor bonito.
Estamos aquí para brillar junto a otros.
No te conformes porque,
una vez que cedes,
ya no podrás detenerte.
La niña no sabía que había más que conformarse.
La mujer sabe lo que vale y se niega a callar su voz.
Habla, brilla y ama.
Mucho es poco,
si tu gran anhelo,
está en tu corazón
desde hace tantos años.
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Editado: 10.09.2025