Capítulo # 10
En la mansión Greco Di Rossi.
En la habitación de Máximo y Fiorella.
Quedó mirándola fijamente, sin poder decirle ninguna sola palabra, sintió una presión en el pecho.
Es la noticia que ansiaba escuchar por tanto tiempo, también le entro una rabia por dentro, sí, no era verdad. No tenía que ilusionarse.
—Vamos a eliminar esa posibilidad —comentó mirándola—. No quiero, que nos ilusionemos.
—Es…
—Vamos a descansar —dijo él atrayéndola a su cuerpo—, mañana será otro día.
Ella no dijo nada y se acostó a su lado.
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Al día siguiente.
En la mansión Greco Di Rossi.
—Aquí está el desayuno —habló Fiore dejando las arepas a un lado de la mesa—, espero que les guste —sentándose al lado de su esposo.
—La comida venezolana es buenísima. Igual a la italiana —comentó Blanca sonriendo, mirando a su hija en su moisés.
—Tanta comida rica y Fiorella que no aumenta ni un gramo —habló Rosalie.
—Mi hija, come muy saludable —sonrió Pedro.
—Mucho diría yo —anexo Gerardo.
—A mí me encanta así —afirmó Máximo sonriendo.
—Mírenlo, pura miel —bromeando Maximiliano.
—Así me gustan —aseguró su suegro alegre.
—¿Y qué hora comienza la fiesta? —preguntó Fiorella.
—A las nueve —respondió su suegra.
—¿Y ustedes van? —preguntó mirándolos su madrastra.
—Yo no voy —respondió rapidez su hijastra.
—Sí, mi esposa no va, menos yo —afirmó Máximo.
—Qué lástima —habló Mario—, ustedes se quedarán con su sobrina.
—Será un placer —dijo él.
—Sería, mucho pedir. Sí, se pueden encargarse de Selena —dijo Rosalie avergonzada.
—Claro que sí —afirmó Fiore—. Selena es una nena muy tranquila.
—Gracias —dijo Rosalie agradecida.
—Lástima, que no tenga hijos —bromeando su hermano.
—Deberías casarte —dijo Fiore.
—Termine con mi novia, no sé decidía. Todo se acabó —comentó sin más.
—Los hombres son así —habló Blanca seria—, ni sufren.
—No todos somos así —habló su esposo.
—Casi todos —aseguró su suegra—, algunas tienen suerte y otras no.
—Eso sí es verdad —apoyándola Fiorella.
—Ya se unieron las mujeres —se quejó Maximiliano.
—Bueno, a comer —ordeno Máximo.
Todos terminaron el desayuno con tranquilidad y salieron, solo quedaron las mujeres.
—Ya terminé —habló Fiorella dejando de coser.
—Se puede —preguntó su esposo asomándose.
—Sí, termine de acomodar este vestidito, es para Selena —comentó sonriendo.
—Te quedó hermoso —afirmó entrando.
Fiorella se levantó y sintió un mareo.
—¿Qué pasa? —preguntó mirándola como se apoyaba en la mesa.
—Un mareo —contestó sintiéndose un poco mejor—, mañana me haré unos exámenes.
—Ven, vamos para la habitación —dijo Máximo agarrándola de la cintura.
—Suéltame —pidió—, no quiero que pienses que soy una inútil.
—No lo pienso —aclaró con tranquilidad.
Ella se separó de él.
—Estoy bien —aseguro seria.
—Lo que digas —dijo él siguiéndola.
—Hermana —habló Blanca con la bebé en brazos—. ¿Vamos a pasear?
—No estoy de ánimo —sonrió levemente.
—Vamos, nosotras —habló su suegra, mirando a Mariela y a Rosalie.
—No es mala idea —comentó Mariela—. ¿Y ese vestido? —preguntó mirándole la mano derecha.
—Es para Selena —respondió Fiorella.
—Gracias, Fiorella —dijo Rosalie agradecida y mirando el vestido como la esposa de su cuñado se lo mostraba—. ¿Y en dónde la compraste?
—No la compro —respondió Máximo, orgulloso—, mi esposa lo hizo.
—Wow, de verdad —dijeron sorprendidas.
—Mi esposa, hace las ropitas de las niñas y lo tenía en secreto —informó mirándolas como ellas estaban que no lo creían—. ¿Sorprendidas?
—Maxi —murmuró Fiorella sin poder creerlo.
—¿De verdad hija? —preguntó su suegra.
—Sí —respondió avergonzada.
—Eres un genio —dijo abrazándola su hermana—, me harías unas ropas para mí.
—Bueno, ahora estoy de reposo. Me puse un poco mal —comentó ella con una media sonrisa.
—¿Qué pasó? —preguntó Mariela, mirándola con preocupación.
—Estrés, se puso a hacer unos encargos y casi le daba algo —explicó Máximo abrazándola por detrás y sonriendo—, ya está mejor.
—Hija, tienes que cuidarte muchísimo —habló su suegra—. Cuando estés más tranquila, vendré para que me hagas un hermoso vestido.
—Claro que sí, aunque Rosalie y Blanca, tengo dos vestidos en el maniquí —comentó risueña.
—Entren —le dio la orden Máximo.
Ellas entraron a la habitación que estaba llena de ropa, Blanca y Rosalie quedaron encantadas con los vestidos que estaban mirando.
—Están hermosos —habló Rosalie sin poderlo creer.
—Sí.
—Gracias, pueden verlo con calma, yo iré a recostarme un rato —anunció separándose de su esposo, su suegra se ofreció en acompañarla. Mientras, Máximo se quedó con sus cuñadas y Mariela platicando de los vestidos—. Gracias por acompañarme —dijo mirándola y acostándose en la cama.
—De nada y dime, ¿para cuándo el bebé? —preguntó sonriendo.
—No lo sé, desde que nos casamos, no nos estamos cuidando —comentó con sinceridad.
—A mí me paso, casi igual. Me costó mucho quedar embarazada de Máximo, hasta que lo logre Maximiliano se encontraba desesperado por no quedarme embarazada inmediatamente —contó con suavidad—. Tómalo con calma, hablaré con mi hijo para que no sientas presión.
—¿Y qué tienes que hablar conmigo? —preguntó él entrando a la habitación.
—Que no estreses a Fiore con un bebé. A mí me consto mucho embarazarme y tu padre vivía estresado por eso, tómenlo con calma, que los hijos llegan cuando Dios quiera —explicó con suavidad, sabía que su hijo mayor se parecía mucho a su esposo en personalidad.