Claire
No suelo beber más de una copa. Ni quedarme hablando con desconocidos. Ni reírme con hombres arrogantes que me sacan de quicio.
Pero esa noche en Las Vegas, rompí todas mis reglas.
—Entonces —dije, girando el vaso de martini entre los dedos—, ¿tú también odias las bodas?
—Las detesto —respondió él, con esa voz grave que parecía una caricia con filo—. Son contratos sentimentales disfrazados de romance.
—Eso es cínico.
—¿Y tú? ¿No eres cínica también? No parecías muy emocionada de estar aquí.
Lo miré. Había algo detrás de esa sonrisa arrogante. Cansancio, tal vez. Frustración. Nos reímos de lo ridículo que era estar compartiendo una copa, cuando minutos antes nos habíamos lanzado dagas con los ojos.
Terminamos pidiendo otra ronda.
Y otra.
No hablamos de nuestros trabajos, ni de nuestras vidas. Solo de lo que nos hartaba. La presión. Las expectativas. Las máscaras.
—Me siento como si estuviera actuando todo el tiempo —le confesé, bajando la voz—. Siempre en control. Siempre perfecta. Y estoy agotada.
Él me miró con algo que no era burla. Era… comprensión.
—A veces, lo único que queremos es que alguien nos vea —dijo.
No sé quién se inclinó primero. No recuerdo cómo pasamos de la barra al pasillo. Solo sé que, cuando la puerta de la suite se cerró tras nosotros, ya no era la doctora controlada. Ni él el hombre cínico de traje caro.
Fui solo Claire.
Y él fue solo un hombre.
Sin nombres. Sin historia. Sin futuro.
Solo piel. Deseo. Respiración compartida.
Esa noche, fui libre.
Esa noche, me perdí.
Y no me arrepentí.
Editado: 01.07.2025