Claire
—Una cita a la semana.
Grayson lanzó la idea como si fuera una negociación comercial, sentado al otro lado de la mesa con los brazos cruzados y ese maldito aire de suficiencia.
—¿Disculpa?
—Quiero conocerte. A ti. Al bebé. No puedes esperar que sea parte de su vida si apenas sé cómo tomas el café.
—No tomo café —respondí, seca.
Él arqueó una ceja. —Un punto de partida, entonces.
Suspiré. No tenía energía para otra pelea. Y lo peor era que tenía razón. No podíamos seguir en este limbo. Si iba a estar presente —porque había dejado claro que lo estaría, con o sin mi aprobación— necesitábamos, al menos, aprender a tolerarnos.
—Una vez a la semana —repetí—. Sin agendas ocultas. Sin exigencias.
—Sin trajes —agregó él, señalando su impecable Armani—. Prometo un look menos amenazante.
Rodé los ojos. No me hacía gracia.
Pero lo peor era que una parte de mí… sentía algo parecido a curiosidad.
***
Nuestra primera “cita” fue un desastre.
Nos vimos en una cafetería neutral. El ambiente era tranquilo, decorado con libros y plantas colgantes. Yo llegué puntual. Él, cinco minutos tarde. Por supuesto.
—¿Qué tal las náuseas matutinas? —preguntó como si hablara del clima.
—¿Así vas a romper el hielo?
—Estoy improvisando.
La conversación se volvió una sucesión de respuestas cortas, comentarios sarcásticos y largos silencios incómodos. Él insistía en hablar de planificación. Yo me negaba a que el embarazo se convirtiera en una estrategia empresarial.
Pero cuando se distrajo mirando a una niña en una mesa cercana —una pequeña de rizos castaños que reía mientras su padre le servía chocolate caliente—, algo en su expresión cambió. Su mirada se ablandó. Y por un segundo… lo vi de verdad.
No al CEO arrogante. Sino al hombre debajo de la fachada.
Y, sin querer, me encontré preguntándome cómo se vería con un bebé en brazos.