Claire
Nunca creí que bailar con Grayson Locke pudiera sentirse seguro.
Y eso me aterraba más que cualquier diagnóstico que haya tenido que dar en mi carrera.
Después del evento de caridad, me ofreció llevarme a casa. Acepté, aunque sabía que sería una mala idea. O una buena, dependiendo de cómo se midieran las decisiones impulsivas.
El camino fue silencioso. Cómodo. Inquietantemente cómodo.
—Gracias por venir hoy —dijo, rompiendo el silencio mientras aparcábamos frente a mi edificio—. Sé que no fue tu idea de una noche perfecta, pero… fue importante para mí.
—No estuvo tan mal —respondí, mirando al frente—. Aunque sigues pisándome cuando bailamos.
Él se rió.
—Claire, puedo aprender. Pero vas a tener que darme más oportunidades para practicar.
Hubo un momento. Silencio cargado. Respiraciones contenidas.
—Grayson, esto… —empecé.
—Lo sé. No era parte del plan.
—Exacto.
—Pero a veces el plan es una porquería.
Entonces lo hizo.
Se inclinó. Lento. Mirándome como si esperara que lo detuviera. No lo hice.
Su boca rozó la mía con una suavidad que me rompió. No fue un beso como el de Las Vegas. No fue hambre ni deseo. Fue cuidado. Intención.
Y dolió. Porque sabía que lo estaba sintiendo. De verdad.
Me separé primero. Respirando hondo.
—Buenas noches, Grayson.
—Claire…
—No quiero sentir esto —dije, bajando la mirada—. Porque cuando empiezo a sentir, todo se descontrola.
—Quizás lo que necesitas es justamente eso.
Me bajé del auto sin contestar. Pero mis labios seguían temblando por su roce.
Y por primera vez desde que supe del bebé… deseé que no fuera solo una noche.