Claire
Había algo extraño en estar acostada en una cama de hospital cuando normalmente soy yo la que está del otro lado.
Mi mente sabía que el bebé estaba bien. Los médicos lo confirmaron. Pero el miedo no escucha razones.
Grayson no se movió de mi lado. Dormitaba en una silla incómoda, con la cabeza apoyada en la pared y la mano entrelazada con la mía. Su mirada no era arrogante ni impaciente. Era otra cosa. Determinación. Angustia. Amor.
—¿Tienes idea de lo feo que es verte así? —murmuró en la madrugada, con la voz ronca.
—¿Así cómo?
—Frágil. Preocupada. Sola… Y sin poder hacer nada.
Le apreté la mano. Lo entendía. Él estaba acostumbrado a tener el control, como yo. Pero esto… esto no lo podíamos manejar como una reunión o una cirugía.
—No estoy sola —susurré—. Estoy contigo. Estamos con él.
Se quedó en silencio. Luego se levantó, se sentó en el borde de mi cama, y me besó la frente con una ternura que me hizo llorar sin querer.
—Vamos a salir de esto —me prometió—. Los tres.
***
Una semana después, me dieron el alta con indicaciones de reposo parcial. Grayson reorganizó su agenda sin que yo se lo pidiera. Puso una cama en su oficina. Tenía reuniones por Zoom en casa. Cocinaba o pedía delivery según cómo me sintiera. Y no se quejaba. Nunca.
Una noche, mientras doblaba ropa de bebé y hablábamos sobre nombres, lo miré y dije sin pensar:
—Creo que ya no tengo miedo.
Grayson me miró como si hubiese estado esperando esas palabras desde el primer día.
—Y si vuelven… —dijo, dejándose caer a mi lado— los enfrentamos juntos.
Y así fue como dejé de correr. Porque por primera vez, no estaba huyendo. Estaba construyendo algo.
Editado: 01.07.2025