Grayson
Nunca pensé que declararme sería tan sencillo. O que me daría tanto miedo.
Claire dormía, agotada, con el bebé en su pecho. La habitación era silenciosa, apenas iluminada por la luz suave de la lámpara. Me acerqué con cuidado, sin hacer ruido, y me senté junto a la cama.
Tenía una cajita en el bolsillo. No era una sortija de compromiso clásica. Era un anillo fino de oro blanco con un pequeño diamante en forma de lágrima. Sencillo. Como ella.
Se lo compré hace semanas, mucho antes de saber si lo aceptaría.
Saqué el anillo. Tomé su mano, sin despertarla. Lo deslicé suavemente en su dedo anular. Le quedaba perfecto. Como si hubiese estado esperándolo.
—No necesito una ceremonia ahora —le susurré, sabiendo que probablemente no me oía—. Solo quiero que sepas que eres mi hogar. Tú y él. Y si algún día quieres casarte conmigo… estaré aquí.
Me quedé observándola, memorizando cada detalle. El mechón de cabello despeinado, la curva de su sonrisa dormida, el bebé respirando tranquilo contra su pecho.
Y entendí algo que nunca había entendido con ninguna otra mujer: amar no era perder el control. Era entregarlo con confianza.
Claire se movió apenas. Murmuró mi nombre. Y sin abrir los ojos, sus dedos rozaron los míos, como un reflejo.
—Te escuché —murmuró, medio dormida—. Y sí. Algún día, sí.
Mi corazón estalló en silencio.
Y esa noche, en esa habitación de hospital, sentí que el caos de Las Vegas había terminado por darnos lo que nunca supimos que necesitábamos:
Un propósito.
Una historia.
Un amor real.
Editado: 01.07.2025