Grayson
No quería una fiesta grande. Ni Claire tampoco. Pero necesitábamos celebrar.
La casa estaba llena de flores frescas, música suave y el aroma de algo horneado —probablemente obra de Julian, que últimamente se había tomado demasiado en serio sus habilidades culinarias—. El living estaba decorado con fotos nuestras, globos blancos y un letrero discreto que decía “Bienvenido a casa”.
Claire cargaba al bebé con esa mezcla de elegancia natural y ternura que me dejaba sin aire. Vestía un sencillo vestido crema, el cabello recogido en un moño flojo, y aún tenía ojeras… pero estaba más hermosa que nunca.
—No era necesario tanto —murmuró, sonrojada, al ver a su mejor amiga, a algunos colegas del hospital y hasta a mi madre (que había traído una manta de cachemira como “regalo”).
—Era necesario para mí —respondí.
No era una celebración ruidosa. Era algo pequeño, íntimo, nuestro. Gente que importaba. Gente que dudó de nosotros, sí, pero que ahora estaba allí.
—¿Cómo se siente ser madre? —le preguntó su amiga mientras Claire acunaba al bebé con una sonrisa cansada.
—Como si hubiera conocido una parte de mí que no sabía que existía —respondió. Su voz era suave, pero firme.
Yo me acerqué, rodeé su cintura y besé la coronilla de su cabeza.
—Y tú, ¿cómo se siente ser padre, Locke? —bromeó Julian, sirviendo más champaña sin alcohol.
—Como si, por primera vez, no tuviera miedo del futuro —dije. Y no era broma.
Porque ahora tenía algo más que inversiones y cuentas bancarias.
Tenía un hogar.
Editado: 01.07.2025