Viajar a Colombia no estaba en sus planes, pero su papá decidió que un viaje de negocios sería lo mejor. Olvidar lo sucedido en su país no era fácil; la muerte de su madre y su hermana los había marcado de por vida. El país era muy bello y el clima, agradable. Sin embargo, lo único realmente destacable de ese viaje fue conocerla a ella, su estrellita, como la llamaba en su mente desde aquel día que la vio.
Su presencia le llamaba la atención: su rostro delicado y su forma de caminar eran cautivadores. Ella parecía un poco tímida, reservada, pero había algo en su mirada que despertaba su curiosidad. Ella tenía la misma edad que él, y desde el primer encuentro empezaron a coincidir más seguido.
—¿Esperas a alguien? —preguntó él con una sonrisa amistosa.
—Sí, espero a mi transporte —dijo ella, algo tímida.
—Si quieres, puedo acercarte a tu casa. No hay problema.
Ella dudó un momento, pero aceptó, y él la acompañó hasta su casa, asegurándose de que llegara con seguridad. Lo que más le sorprendió fue descubrir que vivían cerca: ella era hija de un buen amigo de su padre, y parecía que compartían mucho más que coincidencias. Desde aquel momento comenzaron a conocerse, a hablar y a compartir tiempo juntos. Él decidió apoyarla para que se sintiera más confiada y feliz, y poco a poco ella empezó a sonreír más y a disfrutar de la vida.
Pasaron unos meses hasta que empezaron a sentir algo especial el uno por el otro. Estaban en el parque de la residencial compartiendo un helado, riendo y disfrutando el momento, cuando se miraron a los ojos y se dieron cuenta de que lo que sentían era mutuo. Ese día quedó marcado como un recuerdo hermoso para ambos, un comienzo de algo que prometía ser significativo y sincero.
....
Aquel día le pidió que fuera su novia y ella aceptó sin dudar. Habló con su padre y luego con don Carlos, quien aprobó la relación con naturalidad.
Desde entonces habían pasado tres años, y verla convertida en toda una señorita lo hacía sentir el hombre más afortunado. Ella era bella en todos los sentidos. Hoy era su fiesta de graduación, y él planeaba pedirle algo muy especial. Ya llevaba dos años de su carrera como médico, y ella deseaba estudiar lo mismo. Ahora que había terminado la escuela, quería irse a vivir con él a Medellín para comenzar su carrera profesional. Dejó de lado sus pensamientos para concentrarse en su novia.
Ella apareció junto a su padre y, al verlo, se acercó y lo abrazó con cariño.
—Estás muy bonita, mi Lucecita.
—Tú también estás guapo, mi Aless.
Su padre la saludó con una sonrisa, seguido por su madre, que observaba con cierta reserva. A él le alegraba saber que su novia estaba a punto de dar un paso importante en su vida, y sabía que ella también se sentía emocionada por su futuro juntos.
Se acercó a ella y la tomó suavemente de la mano; ella le respondió con una sonrisa. Caminaron saludando a los invitados, entre compañeros y familiares. Su padre lo observaba con orgullo, consciente de que era el momento adecuado para hacer su propuesta.
Algo nervioso, tomó una copa de vino y llamó la atención de todos los presentes.
—Buenas noches a todos. Hoy celebramos la graduación de mi novia, pero quiero aprovechar este momento para decir algo importante —dijo, dirigiéndose a Luzclarisa.
Todos guardaron silencio, atentos.
—Clarisa, quiero pedirte que seas mi compañera para toda la vida —dijo, arrodillándose y mostrando una cajita negra con un anillo—. Sé que aún es pronto, pero deseo estar comprometido contigo y acompañarte en todos tus sueños.
Ella, sorprendida y emocionada, apenas susurró:
—Yo acepto...
Él le colocó el anillo en el dedo, que encajó perfecto, y la abrazó con ternura. Los aplausos y vítores llenaron el salón.
Su padre y don Carlos lo felicitaron con alegría, y aunque su madre mantenía cierta reserva, él sabía que lo importante era el amor que compartían. Se acercó de nuevo a su novia, abrazándola y susurrándole palabras de cariño. Esta vez no permitiría que nada ni nadie empañara su felicidad.
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Editado: 29.08.2025