Alessandro se sentía abrumado y agotado. Uno de los trabajadores de Maite lo llamó para que fuera a su oficina. Todo le parecía extraño; el lugar estaba cerrado y la situación comenzaba a preocuparlo. Necesitaba salir de allí cuanto antes. Clarisa, su "lucecita", tenía razón. Alessandro decidió agradecerle a Maite su ayuda y marcharse con Clarisa.
El hombre que lo guió era robusto y de aspecto amenazante. Al llegar a la oficina, Alessandro pudo observar todo con más claridad. De lejos se oía música movida, probablemente de una discoteca.
—Alessandro, toma asiento. ¿Quieres beber algo? —preguntó Maite, mirándolo coquetamente. Alessandro negó rápidamente con la cabeza. Necesitaba decirle que se irían esa misma noche.
—Maite, le agradezco su buena voluntad, pero venía a despedirme. Tenemos que irnos. Muchas gracias por habernos ayudado —dijo Alessandro.
Maite lo miró con los ojos bien abiertos, sin parpadear. Se levantó de su silla y se acercó a él.
—Alessandro, sabías que los favores no se hacen gratis, ¿verdad? —dijo, pasando una mano por su rostro. Alessandro se alejó inmediatamente.
—¿Se refiere a que debo pagarle el favor? —preguntó, incómodo. Maite asintió, mordiéndose los labios.
—Así es, chico lindo. Quiero que trabajes para mí —dijo con tono seductor.
—Está bien, trabajaré para pagar el favor que nos hizo. Dígame el horario y vendré todos los días hasta saldar mi deuda —respondió Alessandro, tratando de mantener la calma. Maite sonrió, pero su sonrisa era inquietante.
—Lamento decirte que no podrán irse de este lugar. Aquí permanecerán encerrados —replicó Maite, caminando de un lado a otro. Alessandro no podía creer lo que oía.
—Estás loca, Maite. Nosotros no somos cualquier persona. Fue un error haber detenido tu auto. Mi novia tenía razón — mencionó Alessandro, sujetándose la cabeza. Maite se rió, diciendo que si intentaban irse estarían en grandes problemas, ya que los matones los buscaban en Santa Marta. ¿Cómo sabía ella su ubicación? No lo entendía, pero la actitud de Maite era desconcertante y ahora más que nunca sabia que su novia tenía la razón y no se la dio.
—Ahora este lugar será su escondite hasta que yo lo decida — espeto Maite con tono amenazante.
—Lo siento, pero ya no tenemos nada que hacer aquí. Estoy agradecido, sin embargo necesitamos irnos cuanto antes —insistió Alessandro. Maite negó repetidamente.
—No pueden irse de este lugar, ya te lo he dicho.
—¿Por qué no podemos irnos? ¿Quién puede detenernos? No creo que le deba mucho. Solo fue una noche aquí y otra en la carretera. Nos equivocamos contigo. Pensé que eras una buena persona — replicó Alessandro sintiendo que su sangre se calentaba del enojo.
—Es malo confiar en las personas sin conocerlas —replicó Maite, con tono de voz molesto y burla.
—Fue un error que no volveré a cometer. Necesito irme. Le pagaré ese favor —dijo Alessandro, sacando el reloj que su padre le había regalado al graduarse—. Te entrego este reloj. Es muy caro, con baño de oro. Con esto te pago el favor que nos hiciste. Es un de los mejores Rolex.
Maite rió a carcajadas.
—Lo siento, pero no se irán de aquí, al menos no por ahora. Y si insistes, entonces deja a tu chica y te largas tú solo.
—¡Estás loca! ¿A qué se debe esto? —exclamó Alessandro, desesperado.
—Te seré muy clara —hablo Maite, haciendo una pausa antes de continuar—. Quiero que trabajes para mí en mi burdel nudista. —Alessandro no podía creer lo que escuchaba—. Si no aceptas, entonces será tu chica quien trabaje.
Alessandro cerró los ojos y apretó los puños. Si fuera un cobarde machista, le habría propinado un golpe en su bonito rostro, pero no era de esos hombres. Prefirió contenerse a cometer tal cosa.
—Jamás permitiré que le pongas una mano encima a mi novia. Esto es una amenaza y una injusticia lo que haces con nosotros —respondió Alessandro, tratando de mantener la calma. Maite lo miró con una sonrisa maliciosa.
—Tómalo como quieras. Quieras o no, trabajarás para mí y empiezas hoy mismo. Te recuerdo que tengo contactos y puedo traer a esos hombres y entregarles a tu chica. Así que, quieras o no, ya estás dentro —declaro Maite con firmeza y sobre todo malicia.
Alessandro comprendió que ella les había dado su ubicación. Mierda, los tiene cazandolos. No pensó que existieran personas tan malvadas en el mundo. Mirándola con odio, golpeó con fuerza la mesa con su puño. Inmediatamente, los gorilas entraron con una pistola apuntando hacia él. Maite no dejó de reír a carcajadas y, con un ademán, les indicó a los gorilas que no pasaba nada.
El gorila asintió y le lanzó una mirada amenazante antes de retirarse. Maite se dirigió a Alessandro con firmeza.
—Ahora, Alessandro, debes decidir si trabajarás tú o tu novia.
—Lo haré, pero no será por mucho tiempo —respondió él. Maite soltó una risita y se sentó en su silla de cuero, indicándole que tomara asiento. Alessandro permaneció de pie.
—Empiezas hoy por la noche.
—Está bien, imagino que deseas que sea mesero —dijo él, esperando que eso fuera todo. Maite negó con la cabeza, alzando una ceja.
—Quiero que trabajes como gigoló para mí —declaró ella. Alessandro abrió los ojos con sorpresa y trató de procesar lo que acababa de escuchar—. Si no aceptas, mis hombres irán por tu novia y se la entregarán a esos matones, o la pondré a prostituirse. Decide ahora o sufre las consecuencias.
No podía creerlo. Esta mujer estaba completamente loca. Su corazón latía a mil por hora. Rogaba que todo fuera un mal sueño del cual pudiera despertar. No podía permitir que algo malo le sucediera a Luz. Necesitaba respirar, sentía que se asfixiaba.
—Entonces, aceptas —insistió Maite. Sin poder articular palabra, Alessandro asintió con la ira carcomiéndole el corazón—. Muy bien, entonces la primera clienta seré yo. Quiero ser la primera con quien pases esta noche. Quiero asegurarme de que tu primera clienta quede satisfecha.
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Editado: 29.08.2025