La semana transcurrió para Alessandro paso, como viento en popa, implacable e inexorable. Hoy, lamentablemente, comenzaría a desempeñar el trabajo más desagradable que jamás hubiera imaginado. Todo por su terquedad, por no prestar atención a las advertencias de su pareja cuando le rogó que se fueran. Aunque su alma sufra, sabe que debe hacerlo para proteger a quien más ama.
Con las manos en la cabeza, las lágrimas brotan como un torrente. Cierra los ojos y ruega a Dios por ayuda y valor para enfrentar lo que debe confesar a su amada. Algo difícil, porque quizás ella no acepte tal cosa.
Tras media hora de reflexión, abre los ojos y sonríe con amargura al contemplar su desnudez, recordando la semana de pasión desenfrenada que compartieron. Se sentía desquiciado. Agradece internamente haberle pedido a la chica que entrega la comida que comprara anticonceptivos para su novia, no quería que hubiera un accidente, mas por lo qué ambos estaban sucediendo y por supuesto necesitaba casarse y al salir de ahí llevarla lejos para vivir juntos.
Alessandro dejo sus pensamientos aún lado, suspirando, besa la espalda de su estrellita, consciente de lo que estaba a punto de hacer, era algo doloroso, no obstante era necesario. Sabe que debe actuar con serenidad, cumplir con lo que esa mujer le pidió. Recordando la promesa de la semana pasada, se viste y se acerca a su novia en un susurro.
—Estrellita, saldré a trabajar. Recuerda que hoy es el día—le comento antes de partir, deleitándose por última vez con su belleza.
—¿Te vas?— pregunta ella, limpiándose los ojos.
—Sí. Descansa. En cuanto termine, volveré. Tengo una copia de la llave. No salgas ni dejes entrar a nadie— le recuerda, asintiendo con tristeza. Se acerca a ella, levanta su mentón y la besa tiernamente.
—Te amo, mi amor, solo eres tu— expresa tristemente.
—Te amo, Aless. Estaré despierta esperándote, si es que no me quedo dormida— murmura con voz adormilada. Él le sonríe y sale de la habitación.
***
Observó a su alrededor con fastidio, viendo a varios hombres patrullar el área con sus armas. Un nudo de ansiedad se formaba en su pecho; lo único que deseaba era escapar de allí, huir de una vez si fuera posible, irse lejos junto a su novia para que nadie los encontrara jamas.
—Apúrate, ella te está esperando —le dijo uno de los guardias que custodiaba la parte trasera. Dejo sus pensamientos aún lado.
Avanzó por un pasillo oscuro, donde el bullicio y la música retumbaban al fondo. Tocó la puerta y, segundos después, la mujer rubia apareció frente a él.
Maite llevaba puesto un pijama blanco traslúcido que apenas cubría su figura. Con una sonrisa provocadora lo tomó del brazo y lo arrastró hacia la habitación. Ella estaba mas que maravillada por lo que estaba apunto de ocurrir.
—Con solo verte, me enciendes —susurró ella, acariciando su piel.
Él se apartó y, con voz firme, estableció sus condiciones:
—Haré lo que pidas, pero bajo mis reglas. Nada de besos, nada de caricias innecesarias, y todo bajo protección.
Ella apretó los labios con disgusto, pero terminó sonriendo con desafío.
—Eres exigente, pero sé que tarde o temprano olvidarás esas reglas. Desearas mucho estar a mi lado.
Alessandro rió con sarcasmo. Él perfectamente sabía que desde hace mucho tiempo, estaba enamorado de una sola mujer y no había nadie que reemplazaría el amor hacia su estrellita.
—Déje de hablar y empecemos.
—Vaya. Veo que estás urgido.
—Urgido de alejarme de usted.
Maite sonrió de lado, tratando de actuar coqueta.
Luego, se despojó del pijama, quedando desnuda ante él. Tenía un cuerpo cuidado, imposible de negar, pero a él lo único que le provocaba era repulsión. Su mente, su deseo, su corazón… pertenecían a otra mujer. A su estrella.
Maite se acercó, dispuesta a provocarlo, pero él se obligó a mantener la compostura. Cerró los ojos, evocando en silencio la imagen de quien realmente amaba: sus labios dulces, sus ojos brillantes, la ternura de su sonrisa.
—Perdóname, Estrellita, por pensar en ti en este lugar, haciendo algo que no deseo —murmuró en lo más profundo de su ser.
Hizo lo que debía hacer, sin involucrar un ápice de emoción. Ella se mostró satisfecha al final, aunque él salió de la habitación con un peso insoportable sobre los hombros y sobre todo sentía terriblemente mal.
Uno de los hombres lo llevó hacia otra habitación, donde otra mujer lo esperaba. Él repitió el proceso, mecánicamente, sin dejar que su mente se quebrara. Al terminar, se vistió con rapidez, rechazó cualquier insinuación y tomó el dinero que le ofrecieron.
Al salir, pidió con voz seca:
—¿Puedo largarme ya?
—Sí, pero mañana dudo que descanses —respondió el guardia con un tono lleno de burla.
Alessandro se alejó con pasos tambaleantes, sintiendo náuseas. Corrió al baño, se inclinó sobre el lavamanos y vomitó. Luego se metió bajo la ducha, frotando su piel con desesperación, como si quisiera borrar cada segundo vivido con esas mujeres que ni siquiera deseaba tocar.
Cuando al fin regresó al cuartucho, se acostó junto a la mujer que realmente amaba. Su estrellita dormía plácida, ajena al infierno que él estaba viviendo. Al verla, el nudo en su pecho se deshizo un poco.
Ella abrió los ojos de golpe, asustada por sentirlo encima.
—Alessandro, me asustaste —susurró con ternura.
Él la abrazó con desesperación.
—Perdón, mi amor, te necesito más de lo que imaginas.
—Está bien… pero la próxima vez dime cuando llegues. Me llevé un susto —respondió ella suavemente, acariciando su rostro —Te bañaste de nuevo.
—Es que estaba trabajando, y había mucho humo y alcohol en el lugar. Por eso me bañé antes de venir —mintió, con un nudo en la garganta.
Ella lo miró con confianza, sin sospechar nada. Sonrió y lo besó con dulzura.
—Te amo, Aless.
Él le correspondió, aferrándose a ella como si fuera su única salvación.
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Editado: 29.08.2025