Solo eres tú, Estrellita.

Capítulo 8

No quería estar en esta situación; se sentía sucio, asqueado. Tres semanas de encuentros íntimos con diferentes mujeres lo habían dejado repulsionado. Aun así, no podía escapar debido al temor de perder a su pareja.

—Oye, hazlo mejor— insistió la morena debajo de él. Deseaba escapar, sintiendo la urgencia de purgar lo poco que había comido. Decidió que debía encontrar una salida, sin importar qué.

En el cuarto de baño, se lavó con jabón líquido, eliminando cualquier rastro de las mujeres. El olor de ellas lo repugnaba. Maldecía a Maite con todas sus fuerzas, prometiendo venganza si conseguía salir de esa situación.

Se recostó junto a su novia, prometiéndose pasar la noche con ella. Mentía sobre su llegada tardía, ocultando el olor a otra cosa. Besó sus labios rosados, preocupado por su cansancio y palidez recientes.

—¿Estás bien?—preguntó, alarmado por su aspecto.

—Eh, sí, solo estoy muy cansada—respondió ella, esperando no estar enferma.

—Duerme, mi amor— susurró, abrazándola.

Mientras ella dormía, se levantó abruptamente al sentir náuseas. Se inclinó sobre el retrete, vomitando líquido puro. Cuando regresó, ella lo observaba preocupada, preguntándose qué le sucedía.

Presionó la llave del retrete y se levantó, encogiéndose de hombros. Cepilló sus dientes antes de entrar en la ducha.

—Ven, vamos a tomar una ducha—la tomó de la cintura y la llevó bajo el chorro de agua, quitándole el pijama.

La levantó por las caderas, y ella enroscó sus largas piernas alrededor de su cintura, ansiosa por sus besos. Después de un intercambio apasionado, se entregaron al momento íntimo.

—Eres la única que provoca esto en mí— susurró sinceramente.

—Te amo, Alessandro— respondió ella, jadeante.

—Te amo, mi lucecita, mi estrella, eres todo para mí— expresó besando sus labios con pasión.

Después del hacerle el amor, él acarició su piel con delicadeza, disfrutando del contacto con su amada. La bañó con cuidado, mientras ella parecía ensimismada en pensamientos.

—¿Se te ha bajado el período?— preguntó curioso, recordando que hacía una semana estaba en sus días.

Ella arrugó la frente y se palpó.

—Hace una semana tuve mi período, no entiendo por qué se ha detenido, tal vez sean los anticonceptivos— explicó.

Sonrió aliviado y la besó en la frente.

—Avísame si soy demasiado brusco—le pidió con gentileza.

Ella asintió, y luego disfrutaron juntos de un baño relajante.

Después, mientras desayunaban la comida que parecia cárcel, hablaron sobre su situación y el futuro incierto. Él le aseguró que la protegería con su vida.

—¿No has sabido nada de los que nos siguen?— preguntó ella, jugueteando con la cuchara.

—Están ahí afuera, pero no te preocupes, te protegeré— respondió él con determinación.

La tarde transcurrió entre besos, caricias y conversaciones sobre el futuro. Él quería contarle sobre su trabajo en el lugar, pero no sabía cómo empezar.

Llamaron a la puerta, y él se levantó para ver quién era, Alessandro todo desconfiado, al ser consiente que vivían con personas que aparentemente trabajaban ilegal.

—Abre, me mandó Maite— dijo una voz conocida.

Al escuchar eso, su ceño se frunció aún más. Sabía lo que eso significaba: trabajo.

—Tendré que salir a trabajar esta noche— anunció con pesar.

Ella bajó la cabeza, resignada.

—Te amo, pero debo ir—le aseguró, acercándose para darle un beso de despedida.

Ella suspiró, comprendiendo la situación. Mientras él se preparaba para salir, ella encontró un cuaderno y un lápiz en el ropero.

—¿Y eso, lucecita?— preguntó él, sorprendido.

—Lo encontré en el ropero— respondió ella, señalando hacia el armario.

—Debo irme, luego me cuentas qué tanto escribes. Y ya sabes, no le abras a nadie. Si tienes dolor por tu período, las pastillas están en la mesa de noche: solo Dorival e ibuprofeno. No tomes nada más; no sé para qué son las otras pastillas— le recordó a su novia antes de besarla y salir, dejándola sola, temerosa y sensible últimamente, llorando mucho, algo que él preferiría evitar.

Al entrar en la habitación, se encontró con el gorilón que lo guiaba, mirándolo con superioridad antes de salir y dejarlo solo con la mujer.

—Hola— lo saludó una voz a sus espaldas.

—Hola—respondió, esbozando una sonrisa fingida.

—Quiero que me lo hagas bien esta noche— expresó la mujer, coqueta, usando una máscara diferente a la anterior.

—Ya conoces mis reglas. No doy más, ni pienses que haré otras cosas— respondió él, mientras ella reía a carcajadas y se quitaba la máscara, revelando su hermoso rostro.

—Dime qué quieres a cambio de que hagamos el amor y no solo sexo—le desafió ella.

Tragó saliva, sintiéndose presionado por una solicitud que tal vez no podría cumplir.—Nadie puede darme lo que yo quiero— respondió.

—¿Qué quieres?— preguntó ella.

—La libertad, para mi novia y para mí— reveló.

La hermosa mujer lo miró ceñuda, bajó la cabeza y se sentó al borde de la cama.

—¿Qué? —exclamó sorprendida, mirando hacia la puerta de la habitación antes de taparse la boca con ambas manos.

—Así es como sucede. Nunca me lo permitirá. Nadie puede ayudarme a escapar de este infierno —sus ojos y boca permanecen abiertos, mostrando su sorpresa.

—¿Estás diciendo que estás aquí obligado por alguien?

—No puedo decir más, señora. Eso es todo.

La hermosa mujer rondaba entre sus 35 años, era muy bonita y su cuerpo es casi perfecto,— pero la única a la que ama y con la que haría el amor era su estrellita—Se dijo para sí mismo.

—Cuéntame y te juro que te ayudo sin ningún compromiso—ahora el sorprendido era el, y se auto preguntó si sera posible que ella pueda ayudarlos a salir de ese infierno en que estaba sometido.

—No sé si confiar—declaró mirando a todos lados.

—Soy agente secreta de la DA (Departamento de Drogas y trata de m****es )— los ojos de Alessandro se sorprendieron al oír eso.




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