Solo eres tú, Estrellita.

Capítulo 16

La felicidad por fin llegó a sus vidas. El dolor y el pasado quedaron enterrados en un cajón con llave. Desde entonces, él decidió olvidar todo lo vivido en Colombia. Ahora vive feliz al lado de sus tesoros más preciados: su esposa y su hija Alessandra.

Después de dejar Colombia, se fue a encontrarse con la hermana de su difunto padre. Ella los acogió por meses. Buscó trabajo y, durante ese tiempo, Clarisa le contó que Jacobo había dejado mucho dinero en una cuenta de banco, suficiente incluso para comprar una casa. Sin embargo, decidieron no tocar ese dinero. Rebuscando por toda la ciudad de Managua, encontró trabajo en la Zona Franca. Pasó meses allí hasta que conoció a un buen amigo de su padre, quien lo contrató en su empresa de dulces, Diana. Su "lucecita" dio a luz el 25 de diciembre. La llegada de Alessandra fue una inmensa felicidad en sus vidas.

Cuando su hija cumplió un año, le dijo a Clarisa que terminara la secundaria. Mientras tanto, buscarían quién cuidara a la niña. Todo en sus vidas cambió con la llegada de Alessandra. Disfrutaban de ella, salían a los pequeños departamentos de Nicaragua, y su estrella estudió y finalizó la secundaria. Luego decidió estudiar medicina, una buena opción, pensaba él, mientras seguía trabajando en la empresa.

El Jaque llamaba casi a diario para saber de Clarisa y la nena, claro, también de él. Incluso lo amenazó con venir a cortarle las pelotas si le hacía algún daño a su hija. Él le respondió que eso jamás sucedería, ya que su vida entera le pertenecía a su estrella. Cada segundo y cada minuto que pasaba a su lado era una alegría desbordada en su ser. La amaba desde el primer día que la vio en el cafetín de la escuela; desde entonces supo que ella sería la mujer correcta para él.

Cuando Clarisa cumplió 20 años, se casaron por el civil y por la iglesia. Luego emprendieron la universidad juntos. Cada día a su lado era una oportunidad de aprender nuevas cosas de la vida. Todo, absolutamente todo, lo era y lo es con ella. Pasarían los años y Clarisa seguiría siendo su motor para vivir. Por ella vivió en aquel entonces y por ella y su hija viviría hasta el día en que sus ojos se cerraran. Dios les abrió grandes puertas al conocer a Mauricio, el mejor amigo de su difunto padre. Con él aprendió muchas cosas buenas y, gracias a él, finalizó la universidad. Ahora es un médico general y su estrella, una muy reconocida ginecóloga.

Alessandra ya tenía 10 años de edad. Era muy inteligente y se había ganado un concurso como la mejor en la clase de literatura. Le encantaba leer y tocar el piano. Mauricio, su padrino, le regalaba muchas cosas. Además, el Jaque mandaba regalos con sus hombres. La mimaban demasiado, pero ella se lo merecía. Incluso les regaló una casa en la residencia Las Delicias. Tuvo que aceptarla o el mismo Jaque vendría a meterlos dentro, según su advertencia. Era tan impulsivo.

Dejó de lado sus pensamientos al sentir las suaves manos de su esposa en su cintura.

—¿Qué tanto piensas? Llevas horas sentado. ¿No tienes frío? —musitó su estrella, posando su cabeza en su espalda. Él acarició sus brazos, miró las estrellas en el cielo y alegre comentó:

—Las estrellas son luminosas e inmensas. Jamás podría contarlas. Creo que nunca habrá alguien que pueda.

—¿A qué te refieres, mi amor? —preguntó ella, girándose para mirarlo a los ojos.

—A que te amo de esa manera. Tú eres mi luz resplandeciente, tu corazón es inmenso y mi amor por ti es grande. Creo que sería un amor incontable, por esa razón eres como ellas —le dijo acercando su rostro al suyo.

—Te amo, Aless. Tú eres el que me sacó de esa oscuridad. Soy yo la que está agradecida contigo. Hiciste tantas cosas por mí que jamás nadie había hecho.

Juntaron sus labios con un suave beso, mientras su corazón seguía latiendo de manera deslumbrante por ella. Afortunadamente, su hija estaba dormida, lo que les permitiría estar juntos. Deseaba tomarla allí mismo, pero siendo romántico, decidió llevarla a su habitación. La depositó suavemente sobre la cama, quitó su ropa con delicadeza, y ambos quedaron desnudos, entregándose en cuerpo y alma. Al terminar, se abrazaron como siempre lo hacían antes de dormir, en las frías o calurosas noches.

—Te amo, mi estrella —le dijo atrapando sus labios, besándola con ansias y amor. Sus manos fueron hasta su intimidad, palparon y luego él metió su dedo anular haciendo círculos dentro de ella.

Ambos gemían agitados por el placer, ella bajó sus manos a su miembro y lo acarició de arriba abajo. Sus labios se separaron para besar su cuello, chupándolo y mordisqueándolo, cada gesto de ella hacía que su deseo creciera más.

—¡Ah! Aless, te amo —jadeó él, mordiendo su hombro.

—Yo te amo más, mi amor —respondió ella, adorando su desnudez y su belleza. Sacó su dedo de su entrada, su lengua hizo un recorrido por todo su cuerpo hasta llegar a su sexo y lo chupó. Sus cuerpos se agitaron, él se levantó y luego la penetró delicadamente, moviéndose al compás de sus suaves embestidas. Gemidos salieron de sus bocas, llegando al orgasmo que sacudió sus sentidos. Se abrazaron con amor, su encuentro fue fascinante.

—Creo que nuestro hijo saldrá igual a ti —susurró ella, riendo suavemente.

Él se levantó de la cama, mirándola sorprendido.

—¡Dios! ¡Dios, qué alegría, qué noticia! —exclamó, tirándose nuevamente en la cama y abrazándola con fuerza.

—Deja de gritar, vas a despertar a nuestra pequeña.

—Está bien, me callo, mi amor, pero te juro que estoy emocionado. Es la mejor noticia de este año —dijo sinceramente, mientras ella lo acariciaba y besaba, las lágrimas de felicidad brotaban de sus ojos y se mezclaban con las de ella.

—Mi vida es plena, Aless, gracias por cruzarte en mi vida —dijo, poniendo ambas manos en su mejilla y mirándola fijamente, luego besó todo su rostro, demostrando el gran amor que le tenía.

—Solo fuiste tu y nadie más mi estrella.




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