Solo hasta que te escuche

Capitulo 1 "Fortuito"

Ya estaba harto, no quería escuchar a mi madre platicarme sobre el proceso de otra operación para mi problema auditivo. A esto, me había arrancado los dispositivos de las orejas, arrojándose los sobre la mesa antes de salir de casa. Afirmando mi decisión de aceptar mi falta del sentido auditivo. Definitivamente.

-Puede remediarse. - Había dicho uno de los doctores a mi madre, cuando tenía seis años.

Después de probar el progreso de mi quinta intervención, por una infección en la parte interna de mi cerebro vinculado a mis oídos con los dispositivos de audición.

Escuchaba con toda la concentración y tranquilidad que le permitía su fuerza materna. Mi madre intentaba contener el llanto, bien sabido que cuando llegáramos a la casa, se descargaría.

No teníamos una religión especifica respecto a mi madre y a mí, en cambio mi padre si, por el que fui bautizado, pero no teníamos la motivada voluntad de concurrir, ni a las misas de un domingo. Pero ella tenía su fe a Dios, diciendo: "... no necesito un monumento en su nombre, si puedo charlar con él hasta en el patio de mi casa.", con el propósito de dejarme a su cuidado, como al suyo, para ser bendecidos con algún milagro.

No era opuso del sentido por completo, gracias a los dispositivos de debía usar por el resto de mi vida podía disfrutar de algunos placeres al escuchar, pero no tanto. Quiero decir, no vendría al caso que me susurraran ni estando cerca de mi oído, porque será igual que, "más siego que un topo", chismoseaban algunos chicos en primaria, sin tener idea que, si los oía al igual de lo que sus mentes minúsculas llegaran a comprender a mis "circunstancias", creyendo en esa infancia inocente de las palabras de un doctor excluido de alguna dolencia de sus pacientes.

De chico, era consciente de la necesidad que tenía a usar los audífonos. Era una costumbre que veía normal en mi vida rutinariamente a llevarlos. Pero, claro, no era algo que daba preferencia de opción a no utilizarlos. Durante la primaria fui a una escuela de hipoacusia, donde había aprendido el lenguaje de señas y la habilidad de leer los labios, y en la secundaria me decidí por una más… normal.

Compartía el carácter de mi viejo, así que por ende al primero que me molestaban por mis audífonos o se mofaran de mi cuando no los tenía, los hacia comer mierda con dos o tres puñetazos. Pensaban que me gustaba buscarme los problemas, pero quedo bien sabido que aun si era sordo, podía saber que decían por sus labios.

No era estúpido.

Con eso, me interesé por el boxeo, con mi amigo Brain, aunque no para inscribirme en las peleas, solo para mi despojo de ira y mantener mi cuerpo activo. Las operaciones, dejaban mi cerebro machacado en sedantes que sentía haber salido de un coma, despertaba con dolor de cabeza y el cuerpo como una mierda luego de estar en cama tantos días.

Caminé dos cuadras y me detuve a estirar mi cuerpo. Si no me deshacía mi bronca, hablaría para luego arrepentirme, me coloque la capucha y comencé a trotar un poco acelerando cada vez más.

Estaba frio, no parecia haber gente en las calles, decidí atravesar el parque para luego dar la vuelta y volver a casa más calmado.

Me detuve cerca de los montículos de ejercicio del parque a estirar por última vez, cuando llamó mi atención una pareja caminado acaloradamente mientras se gritaba. O eso me parecía. No llevaba mis audífonos, pero por la cara del tipo estaba furioso, y a juzgar de la poca visibilidad que los palos de luz pude leer de sus labios como insultaba a la chica. Una rubia de cabellera larga, que no mediría el metro sesenta, suponía. También estaba furiosa, pero la note triste, lloraba y le gritaba, mientras intentaba irse para dejarlo atrás, pero el sujeto la tomo del brazo con suma fuerza, por la manera en que ella se zarandeaba intentando zafarse sin éxito, gesticulando el dolor de su agarre. Ella volvió a gritar, para asestarle una buena bofetada al tipo.

En ese instante veo que el muy maldito levanta su puño, maldito hijo de puta.

Corro hacia ellos, contando con que no me han visto venir, tomo a la chica por sus caderas en un rápido movimiento la posiciono a un costado detrás de mí para recibir el golpe.

“Ahora es mi turno”, le digo, al imbécil, para mis adentro.




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