Solo los Nombres Fueron Cambiados

CAPÍTULO 1: Verano de 2007.

Me puse de acuerdo con mi hermano Steve para encontrarnos en el lugar del concierto. Ya he estado aquí (la banda de Steve ha tocado en esta ciudad varias veces), sin embargo, esta vez no son el plato principal. Decidí acompañarlos en esta gira, dado que este es mi último verano antes de graduarme y de que comience el ‘mundo real’, y también, con esta banda, uno nunca sabe cuándo será la última gira. Si existiese tal cosa como la ‘bipolaridad de bandas’ apostaría lo que fuera a que esa sería la de mi hermano.

Entro y me abro paso, y en eso suena mi celular. Es mi prima, quien aún no entiende que se pueden enviar mensajes de texto desde otro país y salen más baratos que una llamada, o simplemente que puede esperar hasta que podamos hablar por Skype. Pero esto es importante y sé que no le importó comprar una tarjeta de llamadas solo para asegurarse de que cumpliría con todas sus peticiones.

“No, aún no los conocí, acabo de llegar. Sí, te voy a conseguir autógrafos, lo que quieras, a lo mejor hasta una llamada. No prometo nada, pero lo intentaré”.

Mientras camino por los angostos pasillos del lugar, concentrada en la llamada, riendo y disfrutando de la conversación, no me doy cuenta que alguien viene corriendo hacia mí, igual de distraído que yo, y como es de esperarse, me tropieza. Miro hacia abajo solo para ver mi bolso y todo su contenido regado por el suelo.

“Isa, te llamo más tarde, alguien me tropezó. No sé, algún tramoyero”, le digo a mi prima y cuelgo el teléfono.

“Lo siento”, dice el chico, mientras me ayuda a recoger mis cosas. Me doy cuenta que mi amado iPod rosa está en el piso y rezo por que no se haya roto.

“Está bien, yo puedo sola”, le digo, mientras reviso mi iPod y respiro con alivio cuando verifico que no tiene ni un rasguño. Ni siquiera veo a esta persona; para ser honesta, también me siento avergonzada, a la vez que soy tímida y no me gusta ver a la gente a la cara. Es algo en lo que debo trabajar.

Termino de recoger todo y sigo mi camino, mientras trato de encontrar a mi hermano en medio de este laberinto.

Y quién lo diría, por fin lo encuentro, conversando amigablemente con Eddie Stewart, de los Quicksand Swimmers. Sí, esa es la banda principal para la cual mi hermano abrirá, lo cual me emociona ya que no creo que hayan tocado juntos antes. Eso me ayudó a tomar la decisión de venir a esta gira.

“Hey, ¿Dónde has estado?” Me pregunta mi hermano.

“Lo siento, Steve. Me retrasé un poco”. Yo siempre llego un poco tarde.

“Eddie, esta es mi hermana menor, Zara. Zara, este es Eddie”.

“Ya lo sé, es decir, gusto en conocerte, Eddie”, le digo mientras le doy la mano y él se ríe. Siempre encuentro la manera de avergonzarme enfrente de los colegas de mi hermano. “Pero si son los dos bateristas más altos del rock and roll, juntos de gira”, exclamo, intentando hacer un chiste. Tanto Steve como Eddie miden casi dos metros.

“¡Y los dos somos de Michigan!” Eddie comenta.

“¡Dios mío, es verdad!” Digo, sonriendo, ya que Steve nació en Michigan al igual que Eddie.

La historia de los Quicksand Swimmers me es familiar. Supongo que cualquier chico que creció en los 90s la conoce, ya que era difícil escapar del frenesí del disco ‘Fear and Loathe in California’ en 1998, en especial si tu vida en ese entonces solo consistía en ir a la escuela y ver MTV toda la tarde y fines de semana.

Steve y Eddie siguen conversando. Mi hermano le comenta a Eddie que le gusta traer a su familia de gira con él, porque lo mantiene con los pies en la tierra, y le da a sus hijos una perspectiva más amplia del mundo desde temprana edad, con lo cual Eddie está de acuerdo. Steve agrega que mi cuñada Rosie y ‘la pandillita’ se unirán a la gira dentro de unos días (soy la orgullosa tía de dos diablillos, Lucas y Vanessa, de 6 y 5 años).

“Y esta que está aquí”, dice Steve, refiriéndose a mí, “No tenía nada mejor que hacer este verano, así que decidió acompañarnos”.

“Sí, se podría decir eso”, contesto tímidamente.

Pero antes de que pueda pensar en nada más, veo que alguien se acerca, y abro bien los ojos: no es otro que Sean Laguardia, el guitarrista de los Quicksand Swimmers. Por lo general permanezco tranquila cuando conozco a gente como él, pero esta vez no puedo ocultar el hecho de que me siento deslumbrada por su presencia y no dejo de sonreír.

“¿Qué tal, hombre, cómo estás? ¡Qué bueno tenerlos de gira con nosotros!” Sean le dice a mi hermano mientras se dan la mano. Aparentemente se conocían de antes, pero yo no lo sabía.

“No, hombre, gracias a ustedes por invitarnos” Steve le contesta, y me presenta ante Sean.

Yo no podía dejar de ver a Sean a los ojos, sus ojos multicolores (¿son verdes o avellanados?). Antes mencioné que no miraba a la gente a la cara en principio, pero esta vez no puedo evitarlo, y me doy cuenta que hay un alma dulce pero atormentada detrás de esos ojos y esa sonrisa.

“¡Isabella se va a MORIR!” pienso para mis adentros. Isabella, o Isa, es mi prima, que ha estado enamorada de Sean Laguardia desde que vimos a los Quicksand Swimmers en vivo en 2004. La cabeza me da vueltas. “Necesito pedirle un autógrafo para Isa, pero ahora mismo no, sería muy apresurado, parecerá que estoy desesperada. Pero ¿y si no se presenta la oportunidad después?”



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En el texto hay: amor, viajes, musica

Editado: 18.02.2018

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