La Eternidad del Dolor

La oscuridad parecía haberse apoderado de todo, como si el sol nunca volviera a salir. Me senté en la cama, rodeado de las sombras que parecían tener vida propia, y me pregunté cómo había llegado a este punto.

El dolor era como un peso que me aplastaba, que me impedía respirar. Me sentía como si estuviera sumergido en un mar de tristeza, sin poder encontrar la superficie.

Recordé los días en que todo parecía perfecto, en que el mundo era un lugar lleno de color y vida. Pero ahora, todo parecía gris y vacío.

Me levanté y me acerqué a la ventana, mirando hacia el horizonte. El viento soplaba suavemente, llevándose consigo los recuerdos de lo que una vez fue.

Me sentí solo, completamente solo. Como si el mundo hubiera seguido adelante sin mí, dejándome atrás en este lugar de dolor y tristeza.

La eternidad del dolor parecía haberse apoderado de mí, y no sabía cómo escapar. Me sentí como si estuviera condenado a vivir en este infierno de tristeza para siempre.

Y entonces, recordé sus palabras. "El dolor no es algo que se pueda dejar atrás. Se queda, se incrusta en lo más profundo de ti, se convierte en parte de tu ser".

Me di cuenta de que tenía razón. El dolor no se iba a ir, no importaba cuánto tiempo pasara. Pero tal vez, justamente tal vez, podría aprender a vivir con él.

Me senté en la cama de nuevo, rodeado de las sombras, y cerré los ojos. Respiré profundamente, y comencé a aceptar el dolor como parte de mí.

No fue fácil, no fue rápido. Pero con el tiempo, comencé a entender que el dolor no era algo que me definiera, sino algo que me había enseñado a ser más fuerte.

Y aunque el dolor nunca se fue, aprendí a vivir con él. Aprendí a encontrar la belleza en la tristeza, y a encontrar la fuerza en la debilidad.

La eternidad del dolor seguía siendo una realidad, pero ya no era algo que me consumiera. Era algo que me había enseñado a vivir, a amar y a perder. Y aunque el dolor nunca se iría, yo había aprendido a vivir con él.