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Beth volvió a la casa donde Saly ya la aguardaba con el baño preparado, su doncella aprendió a adaptarse a los gustos de su Señorita con los años, porque Beth a veces podía ser igual que un hombre practica y sencilla, pero en otras ocasiones como esta era una joven dama de sociedad con los gustos más exóticos y finos.
Saly sabía que su Lady estaba triste y angustiada por el viaje, bueno es eso lo que se figuraba por cómo se había comportado los dos últimos días, Beth entro a su habitación y con un hondo suspiro miro a Saly y le dijo.
–Mi dulce amiga, llego la hora de enfrentarnos a nuestro derrotero. La voz de Beth sonaba cansada y resignada.
Saly le dedico una gran sonrisa y con entusiasmo como si estuviera emocionada y convencida, dijo. -Mi Lady espero que Londres esté preparado, porque estoy segura que esa ciudad jamás vio joven más decidida, astuta, inteligente, intrépida, dulce y de buen corazón como usted. Lo dijo con sinceridad con verdadero afecto y esperaba que también con la suficiente convicción para alejar el velo de angustia que su lady tenía en sus ojos.
Ambas sonrieron y se tomaron de las manos y con cariño Beth abrazo a Saly, ella no era como aquellas damas que creían inferior a las personas que tenía a su servicio, si una persona le caía bien no importaba quien fuera esta, Beth lo demostraba con sus actos. Pero Saly mejor que nadie sabía que no era típico en ella las demostraciones de cariño muy exageradas, no abrazaba a nadie ni tomaba de la mano a cualquiera y no porque fuera despectiva o engreída era simplemente su forma natural de ser, en eso se parecía bastante a su padre, sus afectos y opiniones eran tan sinceros y claros como que el sol alumbra el día.
-Bueno señorita Phillips es mejor que se meta a la bañera y se relaje, porque tiene una expresión que asusta y no vamos a presentarla ante la alta sociedad inglesa con ese aspecto de muchacha de campo sin chiste. Esa era la pulla que siempre le hacía su hermano mayor lord Daniel.
-Sí mi capitán!! . Soltó Beth cuadrando los hombros y llevando una mano a la visera, ambas rieron, pues era una regla para ellas que cuando alguna no se sintiera con fuerzas la otra debía con voz de mando dirigir al pequeño batallón que formaban las dos, a la batalla, cualquiera sea esta, desde enfrentar a Lady Josefine después de una travesura, tolerar las largas clases de idiomas, no quedarse dormidas con las aburridas clases de protocolo o vencer a sus hermanos en algún juego. Y desde que su partida a Londres se hizo inminente, Beth le dijo a su doncella y amiga que ambas debían demostrar que no por ser del campo se dejarían amilanar por la nobleza inglesa y sus altos estándares y ridículas normas, a Beth no le gustaba ser menospreciada y Saly podía ser una doncella al servicio de su familia pero ante todo era su amiga y Beth se había prometido ayudarla porque una amistad sincera y buena como la suya era muy difícil de encontrar.
Mientras tanto…
-Mi lord está todo listo y dispuesto para el viaje, empaqué todo lo necesario y dispuse que los lacayos fueran muy cuidadosos con sus objetos personales. William observo divertido a su ayuda de cámara el Señor Oliver Silker un hombre de lo más obsesivo y puntilloso, un tanto maniático, pero quien era el para hablar de maniáticos pensó William, si fueron sus manías y extravagancias las que hicieron al Señor Silker ser como es. El pobre hombre tuvo que resistir a todas las obsesiones, antipatías, rarezas, caprichos, berrinches, extravagancias y porque no decir guilladuras del Conde y todo porque en verdad necesitaba el trabajo, de lo contrario el pobre hombre habría huido el primer día.
Una hora después tanto el Duque de Stirling como el Conde de Milford, se encontraban dentro de un mullido y cómodo carruaje rumbo a Londres.
-Antes de llegar a Londres haremos algunas paradas, necesito ponerme al día con ciertos papeleos de ciertas tierras que deseo adquirir, dijo Stirling y en sus ojos brillaba una pequeña luz que no pasó inadvertida para William.
–Dime Stirling, que te traes entre manos?, porque por lo que puedo leer en tus ojos las travesuras aún no han acabado. Una carcajada jocosa y contagiosa resonó en el carruaje en el que ambos amigos viajaban, William no pudo sino dejarse contagiar movió la cabeza negativamente con gesto de resignación y dijo.
-Solo espero que esta vez la Dama valga la pena y no sea uno de tus espejismos producidos por el exceso de limonada o cual quiera sea el brebaje que sirvan en los salones de baile.
-Oye Davenfor podrías por favor ser menos duro con mis pequeñas polluelas, recuerda que en Londres estaré siendo observado todo el tiempo por mi madre, créeme que ya se habrá encargado de que no me dejen entrar en ningún burdel o casa de juego “inadecuada” según sus estándares, en toda Inglaterra La Duquesa viuda es un verdadero peligro para un hombre joven y lleno de “vitalidad” como yo, tú me entiendes. Es por esa razón que no me queda más opción que buscarme a una bella y respetable viuda que pueda hacerse cargo de este pobre y frágil corazón mío, ¿tú me entiendes no es verdad? volvió a repetir con el rostro contraído y aire dramático, a la vez que guiñaba un ojo, desparramándose en su asiento y bajando su sombrero sobre su rostro, suspirando agrego.
- En verdad en ocasiones mi madre puede llegar a ser bastante manipuladora e inquietante.
William pudo percibir que un escalofrió recorría el cuerpo de su amigo y se rio para sus adentros. Tanto la Duquesa viuda como su hijo eran igual de obstinados y cabeza dura cuando se les metía una idea a la cabeza.