Un par de horas después, Toro iba sentado en silencio, en el pequeño avión de la familia Lavalle que Carlos, su amigo y ex jefe les había facilitado, junto con el abogado, quien viajaba con ellos.
Cuando Sara le llamó, a duras penas pudo explicarle que su hijo había sido atropellado por un auto que se había dado a la fuga. El llanto casi no la dejaba hablar, como pudo, logró sacarle su ubicación y se sorprendió de que estuvieran tan lejos. ¡Con razón nunca los habían encontrado! Decírselo a su mujer fue terrible, la pobre Mariana se puso histérica, pero tener que llamar al “Gato” y contarle lo que había pasado fue peor. Sin embargo, luego del shock inicial, todos se organizaron y prepararon el viaje en tiempo récord. Manuel observó a todos los demás pasajeros. Mariana su esposa y Sarita estaban sentadas juntas, con un rosario en la mano orando en voz baja mientras discretamente se limpiaban lágrimas ocasionales. Toño, el esposo de Sara estaba en silencio junto a ellas tomando la mano de su mujer, pálido y sin expresión en su rostro.
El gato, quien había permanecido alejado de todos, pues su esposa Margarita se había quedado con sus hijos y los abuelos, se levantó de su asiento y caminó hacia donde estaba Toro, se sentó en la fila de junto y soltó un suspiro.
— Jamás le deseé ningún mal a tu hijo por muy enojado que estuviera con él. — Dijo en voz baja, evidentemente apenado. — Mucho menos algo como esto.
— Lo sé. — Respondió Toro simplemente.
Continuaron el viaje en silencio. ¿Qué podían decir? Al llegar a su destino, inmediatamente alquilaron una SUV y se dirigieron al hospital donde Manuel estaba internado.
No bien se estacionaron, bajaron todos corriendo y se dirigieron al interior hacia el área de quirófanos. Al entrar, se detuvieron de golpe todos, al mismo tiempo. Toño empujaba la silla de ruedas de su esposa delante de todos.
Sarita estaba de pie, caminando de un lado a otro arrullando a un bebé.
— ¡Santo Dios! — Exclamó Mariana. — ¡Somos abuelos!
Sarita, al escucharla se giró a mirarlos sorprendida. Los miró en silencio con los ojos llenos de angustia. Las lágrimas empezaron a correr por su rostro y simplemente inclinó la cabeza y besó a su bebé sin moverse de su lugar.
Sarita movió su silla lo más rápido que pudo hacia su hija, al llegar junto a ella abrió los brazos. La joven la miró por un instante, estremecida por sollozos silenciosos y luego cayó de rodillas refugiándose en los brazos de su madre para empezar a llorar inconsolablemente.
— ¡Se me muere mamá! — La escucharon exclamar. — Se me muere mi torito!
Mariana empezó a llorar también y Toro la abrazó en silencio.
Antonio se acercó a su mujer y su hija y se arrodilló junto a ellas uniéndose al abrazo.
— Perdónenme. — Dijo la joven en medio del llanto.
— No hay nada qué perdonar, hija. — Dijo Toño besando su cabeza.
Manuel se acercó a ellos abrazando a su esposa.
— ¿Mi hijo...? — No pudo preguntar más.
— Está en quirófano. — Sollozó la joven. — Está muy mal. Un doctor me dijo que no sabe si se va a salvar.
Mariana se aferró a su marido y empezó a sollozar. Toro la abrazó y trató de consolarla en silencio. No pudo decir nada, simplemente cerro los ojos y oró. Por primera vez en mucho tiempo, oró desde lo profundo de su corazón pidiendo un milagro.
El gato se acercó a ellos y palmeó en silencio la espalda de Toro, luego se dirigió a Sarita.
— ¿Ese niño es mi sobrino? ¿Puedo cargarlo?
La joven asintió soltando un sollozo y se lo entregó.
— Se llama Manuel Antonio. — Dijo mientras su mamá la volvía a abrazar. Ambas volvieron a llorar.
— Hola becerrito. ¿Cómo estás? — Dijo el Gato tomando al niño en brazos. — Yo soy tu tío abuelo. ¡Mira! Ven a conocer a tus abuelos, él es el Toro, y ella es Mariana.
Se acercó a la pareja y le entregó el niño a la mujer. Quien lo tomó anegada en llanto. Toro se inclinó y besó la cabecita del bebé.
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Editado: 15.02.2021