Las horas pasaron y nadie se quería despegar del hospital. Mucho menos Sara, quien permanecía al pie de la cama de Manuel sin despegarse de su lado y sólo salía para amamantar al bebé. Toño y el Gato fueron a una farmacia cercana a comprar pañales y otras cosas necesarias para el pequeño y aprovecharon para traer café y emparedados para todos.
El abogado regresó con ellos y habló con los hombres.
— Todas las denuncias están puestas, sólo hay que esperar que las autoridades den con el culpable pero, honestamente, lo veo muy difícil dado que no hubo testigos. — Empezó a explicar. — Los dueños del rancho se ofrecen a pagar todos los gastos médicos, les dije que se lo agradecíamos pero que no era necesario. Carlos va a absorberlos, igual se va a hacer cargo del traslado del Torito en cuanto los médicos lo autoricen.
— Gracias abogado. — Respondió Toro con seriedad.
Los demás sólo asintieron en silencio.
— Yo ya no tengo nada qué hacer aquí Toro, compré boleto en un vuelo comercial y salgo mañana a primera hora. Pero sabes que cualquier cosa que necesites, basta con que me llames.
Luego se acercó y palmeó el brazo de Toro.
— Confío en Dios que tu hijo se va a recuperar, es joven y fuerte, y tiene mucho por qué luchar.
Toro sólo asintió.
— Despídanme de las mujeres. — Dijo el abogado y luego se dirigió a la salida.
— Toño, deberías buscar un hotel para llevar a Sarita a descansar. — Dijo Toro luego que el abogado salió.
— No la vas a sacar de aquí ni con grúa. — Negó el aludido, luego se fue a donde estaban las mujeres dejando al Gato y a Toro solos.
— Perdóname todas las pendejadas que te dije cuando estaba enojado. — Dijo el gato apenado.
Toro sonrió y negó con la cabeza.
— Te extrañé pinche gato.
— Y yo a ti pinche toro. — Respondió también sonriendo. Luego se puso serio. — Tu hijo va a estar bien. El abogado tiene razón en lo que dijo. Es joven y fuerte, y tiene mucho por qué luchar.
Toro sólo asintió en silencio y caminó hacia donde estaba su esposa.
Cuatro largos días habían pasado y el torito seguía en coma. Sara jamás se despegó de su lado por mucho que la familia le insistía. Sólo se tomaba unos minutos para alimentar a su bebé, malcomer ella o darse una ducha rápida. Pero todo el tiempo estaba junto a la cama de su marido, hablándole todo el tiempo, cantándole o simplemente acariciando su mano mientras lloraba en silencio.
— ¿Te acuerdas mi torito cuando me convenciste de irnos juntos? — Le dijo en voz baja tratando de contener los sollozos. — “Sólo seremos nosotros”, me dijiste y yo acepté. Todo el tiempo estuve de acuerdo en que sólo seremos nosotros pero... ¿Qué voy a hacer si te me mueres? No va a haber un “nosotros” y, créeme, yo también me voy a morir si tú me faltas.
— ¿Y quién va a cuidar a nuestro torito? — Dijo el joven en un susurro sorprendiéndola.
— Manuel... — Musitó Sara con los ojos muy abiertos, luego reaccionó. — ¡Dios mío! ¡Despertaste!
Se levantó de un salto y salió corriendo de la habitación hacia la estación de enfermeras mientras su familia se ponía de pie asustados.
— ¡Me habló! — Gritó Sara totalmente emocionada apoyándose en el mostrador toda jadeante. — ¡Despertó!
Dos enfermeras se dirigieron inmediatamente a la habitación mientras Sara corría detrás de ellas. Toro la detuvo abrazándola.
— Déjalas que hagan su trabajo. — Le dijo.
Sara se aferró a su camisa y empezó a llorar mientras toro le acariciaba la espalda y cerraba los ojos dando gracias a Dios por el milagro.
Unos minutos después, salieron las enfermeras sonriendo.
— Sus signos vitales están firmes y estables. — Dijo una. — El doctor ya viene en camino. El paciente está preguntando por su mujer.
— ¡Voy! — Exclamó Sara soltándose del abrazo de Toro y corrió a la habitación.
— ¡Mi Torito! — Dijo al llegar tomando la mano del joven.
— Mi marcianita. — Respondió él con una débil sonrisa. — ¿Dónde está mi niño?
— Afuera, con sus abuelas. — Respondió ella acariciando su mano.
— ¿Qué dijiste? — Preguntó Manuel sorprendido. — ¿Con qué abuelas?
— Con las dos. — Sonrió Sara. — Nuestros papás han estado aquí todo el tiempo, también el tío Gato.
Manuel cerró los ojos y soltó un suspiro.
— Debo haber estado muy mal para que todos vinieran.
— Estuviste en coma varios días. — Explicó Sara con tristeza. — No nos daban muchas esperanzas.
— ¿Varios días? — Preguntó sorprendido. — ¿Qué fecha es hoy?
— Catorce de febrero. — Dijo Sara con una sonrisa en los labios. — Mejor día de San Valentín no he podido tener en la vida.
FIN
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Editado: 15.02.2021