Solo soy Bruno

O C H O - Imprevistos y pijama de carnicero

CAPÍTULO 8

Mis padres siguen en California visitando a Tefi. No vendrán hasta dentro de un par de semanas más.

Tenía todo cubierto.

Excepto que el abuelo regresé antes de tiempo.

            - ¿Dónde está Bianca?

Casi se me escapa un suspiro por su pregunta, pero lo disimulo tomando mi vaso de agua.

Por primera vez en ocho años no sé cómo actuar con ella. No tengo idea de que paso dar. Estoy congelado. Me siento tan tonto por haberme dejado llevar, por haber puesto sobre una cuerda floja mi relación con ella. No puedo permitirme arruinar lo nuestro. Jamás lo nuestro.

No puedo perderla.

Bianca llegó a mi vida cuando no sabía que la necesitaba y se convirtió en lo que necesitaría para siempre. Es más que mi mejor amiga. Ni siquiera puedo describirlo, por Dios. A veces pienso en ese primer instante. Es tan raro como sin que yo me diera cuenta, se trazó un antes y un después en mi vida. No lo sabía. No lo sospeche. Ella era una niña que me hablo. No la conocía. No sentí nada especial ni deferente. Pero entonces, cuando pienso en lo frágil de ese momento… en todo lo que podría haber echo que no suceda, en los pequeños detalles que podrían haberlo cambiado… ni siquiera lo podría ver como una opción.

¿Cómo es que un desconocido se vuelve parte de tu mundo de un día para otro? ¿En qué instante se cola tan profundo en tu piel, en tu alma y en tu vida? ¿En qué momento toma lugar en tus pensamientos diarios? ¿En qué momento se adueña de tus sonrisas? ¿En qué momento pasa las fronteras, sin visa ni papeles, dando un golpe de estado en tu corazón, sin permiso ni aviso?

El abuelo, ajeno a mis pensamientos, continúa hablando mientras come una manzana.

            - ¿Sabías que me envió un ensayo médico? Quería que lo corrigiera, pero yo solo podía preguntarme porque no me lo mandó antes ¡es brillante! ¡Ja! Casi corrí a presumírselo a mis amigos.

-Hay más de donde vino ese, créeme. - hablo contagiado con el orgullo del abuelo. – Suele escribir muchos de esos en “sus tiempos libres”

Ambos compartimos una risa amena y luego la conversación continúa en torno a ella por un rato. Entonces llega el momento justo una vez más. No se presenta muchas veces, pero justo aquí y ahora, debería ser valiente y contarle al abuelo mi verdadera vocación. “¿Y tú?”, esa pregunta invisible en sus ojos ilusionados me aprieta la garganta. No puedo usarla cómo excusa. Fui yo el que dejo pasar tanto tiempo. Fui yo el que no lucho por su sueño. Fui yo el que tomo el camino equivocado.

            -Estuve leyendo tus diarios médicos. Termine uno entero hace poco.

Ahí está. Le doy la respuesta que esperaba. La respuesta falsa.

En la tarde me lleva a su estudio para mostrarme lo libros nuevos que compró. Me cuenta todo de su viaje. Me da detalles sobre todo lo nuevo en el campo, lo perfeccionado y lo olvidado. También me cuenta algunas historias viejas de sus amigos. Me río con él y disfruto del momento. Me gusta esto, como me comparte su pasión y me enseña con tanta dedicación y esmero. Se esfuerza tanto en tratar de vaciar en mí todos sus conocimientos, todos los grandes y pequeños detalles, todos los consejos e instrucciones. Todas sus experiencias, las de sus amigos y las de sus profesores. Todo lo que necesito para ser un gran doctor, cómo se supone que quiero ser.

Pero a la larga solo me siento tan culpable por esto, por engañarlo así.

Simplemente no puedo encontrar el camino de vuelta. No puedo revertirlo.

Nuevamente las dudas me explotan en el pecho y siento que me ahogo en este mar de decisiones tomadas y no tomadas, en el que yo mismo me metí a nadar.

Cuando salgo del estudio, tengo un único lugar en mente. Cojo mi guitarra y salgo de mi casa. Me sé el camino de memoria, podría llegar con los ojos vendados sin ningún rasguño.

Toco la puerta. Espero un momento. Escucho pasos, y sé que es ella por el solo sonido de sus pasos.

Lleva un polo que reconozco de inmediato porque solía ser mío. Lleva el pantalón de pijama horrible que le gusta tanto y sus viejas pantuflas. Su cabello está amarrado con un lápiz y en su mano lleva un bol con una cuchara, eso me hace mirar sus labios que efectivamente van manchados con una marca de helado de chocolate. El recuerdo de la sensación al besarla me desestabiliza un poco, pero me concentro en tratar de que no lo note. Me concentro en volver a la normalidad.

            -Hola. – saluda atropelladamente.

No puedo evitar sonreír con eso, porque el leve temblor de su voz se me hace tierno. Me gusta ponerla nerviosa. Me repito que solo es porque me gusta fastidiarla.

            -Hola. – respondo con voz presumida.

Ella levanta una ceja y cambia a una postura recta.

            -Trajiste a margarita, eh. - dice refiriéndose a mi guitarra.

Sabe que no me gusta que la llame así.

            -Te pusiste el pijama de carnicero, eh. - le respondo.

Contengo una risa cuando achina los ojos y cómo para recalcárselo, doy una mirada larga a las figuras de órganos humanos estampadas en su pantalón gris.

"¿Enserio se supone que los ojos grandes deberían hacer que se vean tiernos?”

No pasa mucho para que me muestre una pequeña sonrisa. Sin embargo, no es como las que siempre tiene, lleva la sombra de algo más. Levanto las cejas sonriendo, tratando de salir de este hoyo en el que hemos caído.

            -No hemos hablado mucho… desde la fiesta. – agrega

Sus ojos me miran con atención, y noto que vuelve a estar nerviosa. Yo también me siento nervioso. Su comentario me cae como balde de agua fría. 

            - ¿Desde la fiesta? - le pregunto con fingida duda. – Pero si ayer estuvimos con los chicos conversando y todo.

Abre la boca para hablar, pero no dice nada. Puedo ver las preguntas tatuadas en su rostro. Su expresión empieza a decaer con algo que no me gusta.




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