Sólo soy yo

“El reflejo que odio”

El local estaba en completo silencio, algunas personas pasaban por ahí sin prestar atención a lo que sucedía dentro y realmente no les importaba. O quizá sí les hubiera importado si hubiesen visto lo que estaba pasado.

Theodore se consideraba a sí mismo un hombre intimidante, dejando de lado su posición social, creía tener la suficiente hombría como para hacer que no quisieran meterse con él, nunca pensó verse doblegado ante un hombre menor que él ni mucho menos permitiéndolo.

Por eso, lo único que podía hacer era sostenerse la nariz con una mano para disminuir el dolor en la misma mientras seguía atónito ante lo que acababa de pasar.

—¡¿Acabas de golpearme?! —gritó, furioso y sorprendido en demasía.
Se notaba que el menor era rebelde pero no imaginó que a tal grado. Al grado de atreverse a darle un puñetazo en la cara sin temor a las consecuencias, al grado de atreverse a responder de la manera más grosera posible ante la gran falta de respeto que acababa de hacer. Y al grado de estar a punto de darle otro golpe al mayor.
Y Theodore estuvo a punto de gritarle de nuevo, pero se detuvo a secas cuando Merritt por fin se atrevió a levantar la cara y sintió algo como un golpe en el pecho.
Estaba llorando.
Claro que eso dejó perplejo al mayor pero no iba a detener su reclamo sólo por ver un rostro bonito llorando por quien sabe qué.
O al menos eso creía.
Pues extrañamente un sentimiento de preocupación lo inundó, así que se calmó sin más. ¿Por qué si debía de estar enojado? No lo sabía, quería saber la razón, pero ese no era el momento, y a pesar de que su nariz punzara su preocupación por el menor fue más grande.
—¿Por qué estás-
Quiso tocarlo, pero su mano fue apartada de manera brusca por Merritt, que continuaba llorando.
—¿Piensa que parezco una mujer?
Theodore se quedó perplejo.
—¿Qué? —Alcanzó a decir con un hilo de voz—, ¿yo cuando dije eso? —De nuevo trato de tocar el hombro del más joven pero éste sin más lo miró con odio.
Merritt, a pesar de que las lágrimas seguían cayendo por sus mejillas y el nudo en su garganta aún no se esfumara trató de hablar lo más firme que podía; se sentía tan mal consigo mismo que lo único que quería hacer era gritarle al hombre que tenía enfrente.
—Le voy a pedir que se vaya —Y otra vez, susurró—. Por favor.
Theodore estaba confundido, quería saber la razón por la cual el jovencito bonito estaba llorando. ¿Tanto lo había ofendido como para que él haya sido capaz de golpearlo?, ¿o es que acaso solo es un chico inestable?
—Oye, no sé qué dije, pero no fue mi intención ofenderte —susurró el mayor, aún preocupado—, sólo vine a pagarte como debía y-
—Llévese su dinero.
Merritt ya no se atrevía a mirarlo a la cara, se sentía tan avergonzado de sí mismo que lo único que podía hacer era mantener la mirada baja mientras le rogaba a Theodore que se fuera, y éste parecía no querer irse a menos de que tuviera una razón válida además del hecho de que el repartidor bonito estuviese llorando frente a él.
—Al menos dame una explicación.
—Simplemente quiero que se vaya, eso es todo —Suspiró y miró otra vez al mayor—. Por favor —repitió.
Y Theodore en el momento en el que vio otra vez los ojos llorosos de Merritt se resignó y le hizo caso. Se fue no sin antes decir un “lo siento” al aire y con una sensación extraña en el pecho salió de la panadería.
El más joven respiró hondo en cuanto el prometido de su amiga desapareció de su vista, se limpió las lágrimas y se mantuvo serio durante el resto de su día de trabajo, no haciendo más que pensar y pensar en su apariencia; su apariencia “masculina” que no servía de nada, a pesar de tener el cabello corto y el pecho plano los demás no paraban de decirle que parecía una mujer, una prostituta o un fenómeno.
Se resignó y decidió no pensar en eso, al menos por el resto del día.
Por otro lado, Theodore seguía caminando confundido por lo que acababa de pasarle; había recibido un golpe sin previo aviso y ni siquiera sabía porqué. Puso su mano sobre su nariz inconscientemente por recordar lo anterior, sonrió a la nada y rio bajo aún con la mano en la cara.
Estaba enojado.
Realmente había permitido tal grosería por parte de aquel jovencito rebelde, el golpe le había dolido, mucho en realidad, pero eso lo hacía gracioso, si pudiera contárselo a alguien lo haría sin pensarlo. También se sentía aliviado, desde hace bastante tiempo no reía por nimiedades como aquella, le hizo olvidar lo infeliz que sería dentro de unas semanas, quizá Theodore vaya más seguido a la panadería, no le importaba recibir más golpes con tal de olvidar algunas cosas.
Volvió a reír al pensar así.
—Que joven tan “simpático” —susurró y continuó caminando a casa de su prometida mientras pensaba en Merritt y lo graciosa que había sido su mañana.
[ . . . ]
Catherine aún se encontraba en cama, su fiebre había aumentado y Theodore se encargaba de cuidarla, cambiaba el pañuelo de su frente cada vez que fuera necesario y se aseguraba de que la menor tomara sus medicinas correctamente.
—Lo siento… —Alcanzó a decirle la joven a su prometido, sintiéndose como un estorbo a lo que el mayor la miró confundido—, sé que no esperabas desposar a una enferma ni mucho menos tener que cuidar de ella, no tienes que-
—Tranquila, te cuido porque me preocupas, no eres alguien que merezca estar en cama la mayor parte de su vida y, perdón por decirlo, pero a la señora Isabella no parece importarle tu estado de salud, pero a mí sí, te quiero y quiero lo mejor para ti en lo posible —respondió sincero.
No le molestaba cuidar de Catherine, le gustaba pasar tiempo con ella y cada día se daba cuenta de que realmente la quería; la quería, como a una amiga tal vez. Estaba seguro de que la apreciaba, pero no al grado de amarla. Estaba seguro de su aprecio y su preocupada por ella era en verdad sincera, no quería que su salud empeorara, no quería pensar en el hecho de perderla, de ya no tener a su lado a esa joven tan linda y sonriente que sólo lo hacía querer hacerla feliz.
La quería.
Sólo eso.
Catherine sentía lo mismo, apreciaba mucho a Theodore, pero nunca llegaría a amarlo, y no sólo por Archie, sino porque estaba segura de que aún sin la existencia de la persona que ama ella jamás sentiría en su prometido un sentimiento más allá del aprecio. Nunca llegaría a amarlo.
—Gracias —respondió la menor.
Theodore al no querer quedarse con ese tema incómodo decidió hablar un poco más sobre cualquier otra cosa.
—¿Has visto a Marianne en estos días? Sé que es tu mejor amiga y seguro la extrañas.
Catherine sonrió.
—Vino a verme hace dos días, la conozco y sé que vendría a verme todos los días si pudiera, pero es una persona algo ocupada.
Theodore soltó una risita.
—No quiero hacerte perder tu tiempo, puedes irte si quieres, no tengo problema —comentó la más joven al darse cuenta de que había estado mucho tiempo con Theodore, o al menos así lo creía, no porque no quisiera estar con él pero en el fondo sentía que él la acompañaba por simple compromiso.
Y el mayor frunció el ceño.
—¿Tan aburrido soy como para que quieras que me vaya? —preguntó fingiendo molestia haciendo reír a Catherine.
—No, solamente no-
—Tranquila, estaba bromeando, te dejaré sola un momento si eso quieres —Theodore se levantó de la cama y le dio un corto beso en la frente a la joven—, pero no vas a librarte de mí tan fácil, en un rato vuelvo, ¿sí? —Catherine le sonrió y asintió sinceramente.
De verdad se querían el uno al otro.
Cuando el mayor salió de la habitación de su prometida se despidió de la señora Isabella, sinceramente no le gustaría quedarse más tiempo allí, lo único que le gustaba de esa casa era que podía visitar a Catherine. Un carruaje estaba ya listo para llevarlo a su siguiente destino, pero justo antes de subir a este alcanzó a ver a un hombre algo mayor que él entrar a la casa, se fue no sin antes preguntarse quién era aquel hombre.
Ya dentro no tenía a nadie con quién hablar, miró el lugar vacío enfrente suyo y no pudo evitar pensar en Marianne, la joven amiga de su prometida, algo audaz y sincera; linda en realidad. Sonrió apoyándose en la pared más cercana, en verdad que era una mujer agradable, se preguntaba si podría verla cuando llegara a su destino.
Bueno, las probabilidades de no verla eran bajas a menos que no se encontrara en su casa ese día. Theodore bajó del carruaje algo nervioso, el padre de la joven en la que había estado pensando durante todo el camino lo había invitado a una cena dentro de dos días para celebrar la llegada de su hijo mayor, todavía estaba dudando de porqué lo habían invitado precisamente a él cuando no era amigo de ninguno de los hijos del señor Loughty ni mucho menos prometido de alguna de sus hijas que, claro, ya estaban casadas, a excepción de su hija menor.
Ya le habían indicado en dónde se encontraba el señor Loughty pero se estaba dando el tiempo de admirar aquella gran casa en la que se encontraba —Siendo eso una excusa, buscaba a Marianne—, alcanzó a ver una enorme biblioteca y dentro de ella a la dueña de sus pensamientos momentáneos sobre tener una conversación grata con alguien, estuvo apunto de saludarla pero las palabras se quedaron en su boca cuando vio a otro joven conversando amistosamente con ella, reían sinvergüenza y se notaba el cariño que se tenían, Theodore suponía que se trataba de el hijo menor, Bram. Catherine le había hablado de él y lo bien que se llevaba con su hermana. Conocía por rumores lo rebeldes que eran los hermanos más jóvenes por negarse rotundamente a contraer matrimonio y eso era algo que Theodore admiraba en secreto de ellos.
Volvió por su camino y por fin llegó a lo que parecía ser la oficina del señor Loughty. Tocó la puerta y de inmediato lo invitaron a pasar, cuando el hombre mayor se dio cuenta de quién era su visita inesperada se levantó para saludar al más joven, amable. A los ojos del menor se veía como un hombre exageradamente amable, pues su apariencia era la de alguien así, vestido de traje y con un bigote algo grande si se lo preguntaban.
—Theodore Edevane —Saludó amable el mayor al mencionado, éste saludándolo sonriente—, ¿a qué se debe su visita?
El menor decidió tomar asiento en la oficina del hombre.
—Vine a agradecerle personalmente su invitación a la cena, aunque me tomó por sorpresa, en realidad no sé por qué usted querría hablar conmigo —Theodore se sintió un poco cohibido al ver la mirada del señor Loughty.
—Bueno, usted es el prometido de la señorita Catherine, como sabrá, ella es demasiado cercana con mi hija menor, Marianne —El joven asintió—, yo quiero a Catherine como si fuera mi hija, todos en esta familia la consideramos parte dé. Y, espero no ser grosero, pero lo invité para poder conocerlo mejor y saber con qué clase de hombre se casará.
Theodore ya se imaginaba lo cercana que era su prometida con la familia Loughty pero no sé imaginó que la estimaran tanto como para eso, en el fondo se sintió mal pues él nunca tendría esa clase de cercanía con la familia de quién pronto se convertiría en su esposa.
Por supuesto que asistiría a la cena, pero con la culpa asechándolo, ya que solo lo haría por razones egoístas, y por su deseo de tener una verdadera familia.
Aunque claro, él no sabía lo distante que era la familia y sobre todo la ruda relación de los hermanos




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