Nunca me había puesto a pensar en lo vulnerable que es la vida, en cómo en unos segundos, todo cambia. Unos segundos que te arrancan todo, lo que eras, segundos que marcan un antes y un después, unos segundos que este 19 de septiembre cambiaron por siempre a la ciudad en la que he vivido los últimos diecinueve años de mi vida.
19 de septiembre, 2017. 10:20 a.m.
—Bien chicos, hasta aquí dejamos la clase. —Comunicaba la profesora Rosalía, recargándose en el escritorio—. Sé que es bastante temprano pero, a las once tenemos el simulacro y aunque sólo es eso, un simulacro, ¡la alerta sísmica me pone los nervios de punta!
—¿Entonces lo de la tarea, se lo mandamos por e-mail? —Cuestiona alguien al fondo.
—Si chicos, por favor. Y recuerden, atiendan las indicaciones al rato en el simulacro.
Vimos a la doctora Rosalía recoger sus cosas para meterlas en su bolso tote negro, se quitó los lentes y los guardó en su estuche, recordándonos una vez más que leyéramos un capítulo del libro que estábamos utilizando para la clase. Julieta y yo decidimos hacer lo mismo, tomamos nuestras mochilas y salimos del salón, decidiendo en el pasillo a dónde ir. Era demasiado temprano e ir a casa no era una opción aún.
—Hagamos algo, vayamos al café que está aquí en frente. —Propone Julieta, ajustando sus lentes después de limpiarlos—. No quiero estar aquí tampoco durante el simulacro, y ya cuando pase podemos ir al congreso de diabetes que está en el auditorio del central, ¿qué te parece?
—¿Te registraste?
—Sí, pero no tenía esperanza de tener la constancia, ya sabes, por eso de las horas de asistencia.
—Genial, entonces vamos.
La actitud tan apática que teníamos Julieta y yo ante el simulacro seguro que la tenía la mitad de la universidad. «¿Para qué quedarnos a esto? Total, nadie va a seguir las indicaciones cuando sea en serio, mejor vámonos al billar», eso fue lo que escuchamos a Mauricio decir al respecto y así como él, pensaban muchos más.
Así que, Julieta y yo nos fuimos a almorzar un bagel mientras esperábamos a que pasara el simulacro para regresar a la universidad y así asistir a un congreso sobre diabetes. Nos quedamos en la pequeña cafetería platicando, de sus problemas con su novio principalmente.
—Mira Ann, yo no tengo problemas con que tome. Pero me he dado cuenta que se transforma totalmente en otra persona cuando se emborracha y eso no me gusta, no me gusta cómo se comporta.
—¿Ya intentaste hablarlo con él?
—Sí, pero dice que sabe controlarse. Eso no fue lo que vi el sábado, te juro que... ¡Aghh! Incluso tuve que irme de ahí, no me gustó para nada la actitud de Eric.
La alerta sísmica comenzó a sonar, el simulacro ha empezado ya. El personal de la cafetería se ha organizado para hacernos abandonar nuestros lugares de manera ordenada para salir del lugar. Nos quedamos en la calle escuchando indicaciones, guardamos un minuto de silencio por todas las víctimas del sismo de 1985, razón por la que este simulacro se está llevando a cabo. Y una vez que todo terminó, la ciudad entera regresó a sus actividades habituales.
1:06 p.m., en el auditorio del edificio central
—Me encantó la ponente anterior, ¿del hospital Español venía?
—Sí. —Le respondo a Julieta—. A mí también me gustó mucho, sus diapos, su forma de hablar, me fascinó tanto que el tiempo se me fue rapidísimo.
Julieta y yo nos acomodamos una vez en las butacas del auditorio, habíamos regresado apenas de firmar, dos firmas más y tendríamos nuestra constancia, razón principal por la que hemos decidido quedarnos hasta que el congreso termine a las seis de la tarde.
—El Dr. Leandro Jiménez, egresado de...
Han comenzado a presentar al siguiente ponente y Daniel me ha mandado un mensaje preguntándome cómo me estaba yendo. Él se estaba aburriendo demasiado en su clase de alemán y le he mandado una foto de la ponencia que recién iniciaba.
—Algunos de los fármacos que...
—¿Está temblando? —Cuestiona Julieta.
—¡Está temblando!
Aquel grito bastó para que el auditorio entero enloqueciera, de nada sirvió el simulacro que hicieron hace unas horas, todos entramos en pánico. El ponente tiró el micrófono al piso y los gritos se empezaron a hacer presentes en la sala, todos abandonamos nuestros lugares y corrimos hacia la salida. Sin embargo, el movimiento brusco hacia que las puertas del auditorio se cerraran, el caminar casi corriendo se hacía pesado, algo nos jalaba hacia atrás y era bastante difícil mantener el equilibrio.
Sólo miraba las puertas de cristal del edificio central de la universidad moverse al vaivén del sismo, sentía a Julieta aferrarse a mí para no caerse a medida que buscábamos acercarnos a la salida. Todo parecía estar sucediendo en cámara lenta, el trayecto del auditorio hasta la salida se me estaba haciendo eterno y ya me había mareado al intentar correr. Finalmente lo conseguimos, salimos del auditorio e intentamos refugiarnos. Sin embargo, los árboles que estaban en la plaza a la salida del edificio central, se movían tanto que sentía que se iban a caer en cualquier momento.
—Ven, ven... Vamos hacia acá.
Julieta y yo nos refugiamos entonces en el estacionamiento de profesores. La alerta sísmica no se ha activado, el personal de protección civil no ha podido controlar a la comunidad estudiantil y académica de esta universidad y hay algunas personas que se lesionaron al intentar protegerse. En mis diecinueve años de vida, jamás había experimentado algo así, sólo había escuchado de los estragos del terremoto del 85 pero nunca había vivido en carne propia lo que es querer escapar para salvaguardarte. Mis manos todavía temblaban y la ansiedad la tenía al tope, no sabía qué estaba pasando afuera de la escuela, de qué intensidad fue el sismo, ¿cómo estará mi familia?