Solo te quiero para mí [1]

Capítulo 18

El ambiente ha estado demasiado tenso durante todo el desayuno, esta vez mi padre no ha hablado hasta por los codos y mi mamá ha estado mirándome muy extraño. Algo dentro de mí me decía que quizás estaban molestos conmigo porque de nuevo he llegado de madrugada. Lo sé, he roto las reglas familiares una vez más, pero juraba que cuando estaba en el Patrick Miller con Dan y sus amigos anoche disfrutando la temática de 90's y Early 00's se me olvidó por completo mirar la hora en mi celular.

—Frida, ve a tu habitación.

—Pero todavía no...

—Agarra el plato y vete a tu habitación. —Le pide mi madre una vez más—. No te lo estoy preguntando.

Mi hermana tomó su plato con melón picado y dejó el comedor. Lo sabía, me van a regañar por haber llegado poco después de las tres de la madrugada.

—Desde que sales con ese chico se te ha olvidado que en esta casa existen reglas. —Habla primero mi mamá—. Parece que agarras la casa de hotel viernes y sábado. No te vemos la cara en todo el día y llegas a dormir en la madrugada, ¿quién te crees que eres? Además, el otro día tu chamarra apestaba a marihuana, ¡¿ahora también te drogas?!

—¡No! Pero luego a las fiestas a las que voy con Daniel hay gente fumando y se me impregna el olor, ¡te juro que yo no lo hago!

Y decía la verdad. Los amigos de Dan la consumen, incluso Melisa ha confesado consumir otro tipo de drogas, pero yo no lo hacía, yo siempre intentaba mantenerme al margen. Nunca he consumido nada, podría jurarlo y sabía que mi padre me creía.

—¡Pero la gente con la que ahora te mueves sí! ¿Cómo es posible que ahora te juntes con ese tipo de personas? ¡Por Dios! Tú no eras así Anette.

—Caro... —Mi papá toma la mano de mi madre—. Creo que debes relajarte un poco, estás muy molesta. Anette está en la edad de hacer estas cosas.

Mi padre volteó a verme, con seriedad. Como siempre, él siempre era mi eterno defensor ante los regaños de mi madre.

—Carolina, no podemos controlar a las amistades del novio de Anette, ¿estás de acuerdo?

—Pero tampoco vamos a permitir que se mueva con esas personas. ¿Estás de acuerdo? —Le responde la misma pregunta, con un tono irónico.

—No podemos controlarlo, Anette ya no es una niñita. Y por eso mismo —mi padre volteó a verme—, también debes entender que por cómo están las cosas, la ciudad no está para que andes afuera a las horas de la madrugada. Sólo te pedimos que llegues temprano a la casa, por tu seguridad, para que tu mamá y yo no nos preocupemos tanto por ti.

—¿Y eso es todo? —Cuestiona mi madre, molesta—. ¡Ya está sobrepasando los límites! Y ese chico, Daniel, no me agrada para nada. Hay algo en él que no me gusta. Desde que sales con él te has convertido en otra persona.

El desayunó se arruinó por completo, juro que se me fue el hambre. Dejé a un lado mi tenedor e intenté evadirle la mirada a mi mamá, quien se encargó de enlistar todas las cosas con las que no está de acuerdo, empezando por la relación que mantengo con Daniel. No le gusta ni un poco que llegue tarde a casa, no le gusta que ahora cuestione sus reglas, no le gusta que ya no sea tan sumisa como antes. Y a mí, no me gustaría regresar a la burbuja en la que me tuvo encerrada durante casi dos décadas.

Los sermones solo terminaron cuando sonó el teléfono. Incluso el tono de su voz cambió completamente cuando saludó a mi abuela, solo así pude levantarme de la mesa y huir prácticamente a mi habitación para que ya no continuara hablando de lo mismo. ¡Qué desesperación! Encima Frida ha sido poco discreta, apenas escuchó que iba subiendo corrió a su habitación para fingir que ha estado encerrada durante todoooo el sermón que me dio mi mamá.

Me negué ligeramente con la cabeza y apenas pude, me encerré en mi habitación y le puse cerrojo a la puerta. Me recosté en la cama y miré mi celular, tenía una llamada perdida de Ingrid por FaceTime. Después de pensarlo un poco, decidí llamarla, quizás hablar con ella me iba a animar un poco.

—Te juro que a veces te envidio tanto, vives sola y no tienes que rendirle cuentas a nadie.

—Por eso también me fui de México, ya no soportaba que mi mamá me quisiera tener vigilada todo el tiempo. Aquí en San Francisco hago lo que quiero sin tenerla encima. —Me dice, mientras doblaba una playera—. Solo pago el precio de tener que lavar y planchar mi ropa yo sola, pero vale la pena hacerlo con tal de tener mi libertad. No me gusta vivir con mi mamá, si tú crees que tu mamá es regañona y enojona no has convivido demasiado con la mía.

—Créeme Ingrid, aún recuerdo el súper sermón que nos dio tu mamá cuando nos perdimos aquella vez que fuimos a casa de tus tíos en Oaxtepec.

Ingrid esbozó una sonrisa al recordar esa noche. Esa vez fuimos con su mamá a una plaza pública en el pueblo en dónde estaba la casa de los tíos de Ingrid y nos quedamos mirando a unos chicos lindos que jugaban básquetbol, perdiendo a su mamá entre la gente. Teníamos trece años y las hormonas alborotadas, a pesar de que en aquella ocasión sólo nos quedamos mirando. Sin embargo, la mala recepción provocó que las llamadas no entraran en nuestras ahora obsoletas BlackBerry y la madre de mi mejor amiga imaginó lo peor.

—Pero bueno, cambiemos de tema para que te distraigas un poco.

—Sí, mejor cuéntame cómo vas con Gabo.

—¡Todo va perfecto! En serio... ¡Ya hasta me mandó fotos de la mercancía! If you know what I mean.

—¿En serio?

—Sí, me dieron tantas ganas de tomar el primer avión para montar esa cosa.

Me quedé aproximadamente diez minutos escuchando sobre la relación de Ingrid con Gabriel y su pasión por el sexting. Mientras ella continuaba enseñándome la lencería que compró para tomarse fotos más tarde, aprovechaba los segundos en los que se distraía para contestar los mensajes de Dan. Lo extrañaba tanto.

 

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Editado: 30.12.2023

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