El sábado por la tarde, Oliver y Valeria pasaron a recogerme a mi casa. Subí a la parte trasera de su auto y no pude evitar ver que Valeria se hizo una cola alta bastante perfecta, ni un solo cabello negro ha quedado suelto. ¡Ojalá que yo pudiera peinarme así! Pero soy un desastre a la hora de peinarme. Además, está usando un lindo vestido, precioso, le quedaba tan bien a su delgada figura.
—No sé porque estoy casi segura que Fabiola nos va a terminar arrastrando a otro lugar después de Bellas Artes. —Decía Valeria, bajando el volumen de la radio.
—Oh si, el huracán Fabiola va a arrasar con nosotros hoy. —Replica Oliver—. Yo por eso preparé mi hígado para esto.
Sonreí sin responder nada, escuchándolos hablar de viejos recuerdos que tenemos los tres en común de Fabiola, especialmente sobre todas esas fiestas que hacía en su casa, con su famosa playlist, con la cual empezábamos bailando a las 8:00 de la noche y terminábamos llorando a la 1:00 a.m. ¡Hace tanto que no la veíamos! Desde que se mudó al norte de la ciudad nos ha sido imposible agendar algo que coordine con los horarios de todos, realmente me sorprendía que tuviéramos la oportunidad de salir hoy.
[...]
Caminamos hacia Bellas Artes después de dejar el auto en un estacionamiento cercano. Fue imposible no reconocerla, Fabiola siempre ha sido una chica que llama la atención, delgada figura, trasero prominente y outfits sacados de tableros de Pinterest, con esas ondas de color castaño claro cayendo por encima de sus hombros y esos ojos color hazel... Ahí estaba ella, esperando por nosotros.
—¡Vaya, vaya! Por fin se me hizo volver a verlos. —Comenta, una vez que nos tiene en frente—. Vivo al norte de la ciudad, no del país.
—Lo sé, pero yo empecé a trabajar, Valeria estudia por las tardes, Anette estudia química y siempre está ocupada, no habíamos podido ponernos de acuerdo.
Ella puso los ojos en blanco e hizo esa mueca con la boca, misma que siempre hacía cuando no se creía algo.
—En verdad te extrañamos, Fabiola. —Le digo, buscando su mano.
—Dime algo que no sepa, Ann.
—El polígono de Willis es la unión de varias arterias en el cerebro.
Ella me miró aparentando una mirada seria.
—Y luego te preguntas porque estás soltera.
Fabiola nos abrazó uno a uno, saludándonos tan efusivamente como siempre solía hacerlo. Después, cuando tuvo a Oliver en frente, tomó su mano y giró ligeramente su muñeca para mirar el reloj, se nos hace tarde y si no entramos ya no podremos ver la obra. Entramos al palacio de Bellas Artes y subimos las escaleras, esperando a que hicieran el corte de los boletos para poder tomar el programa, listos para entrar y sentarnos en nuestros respectivos lugares para disfrutar la puesta en escena de Carmen por el ballet y la orquesta nacional.
—En verdad que nadie como Ana para el papel de Carmen, baila precioso. —Les digo—. Y todo lo hace ver taaan fácil.
—No sé si he mencionado ya que estoy enamorada de Roberto. —Musita Valeria refiriéndose al bailarín principal del Ballet nacional—. Es hermoso.
—Lo hemos mencionado tantas veces. —Recuerda Fabiola—. Pero yo sigo prefiriendo mil veces a Sebastián, aunque ya se haya ido al ballet de San Francisco.
Mantenía fija la mirada en los movimientos de Roberto, se movía con gracia deleitando al público con su danza, vestido totalmente de blanco como torero. Valeria lo seguía con la mirada por el escenario, y no la culpo. Carmen es una obra que te atrapa de inicio a fin y estamos demasiado cerca como para tener un amplio panorama de toda la danza y la estética de este ballet.
—Sé que si me tocara bailar con él, fracasaría torpemente en la coreografía. —Susurra Fabiola—. Mantendría toda mi atención en él, en sus músculos... En ese increíble trasero.
—Es por eso que amo que usen mallas. —Confiesa Valeria—. Tenemos un mejor panorama.
—¡Dios! Dejen de desnudarlo con la mirada. —Rogaba Oliver—. ¿Podemos disfrutar de esto en silencio?
—Vamos Oliver, no te pongas celoso. —Comenta con ironía Fabiola—. Que tú también tienes lo tuyo. A ti también te desnudaría con la mirada.
El comentario que Fabiola hizo respecto a Oliver logró sonrojarlo, pero ella sólo hablaba con la verdad. El atractivo que tenía Oliver logró hacer que muchas de las chicas que asistían al estudio de danza al que asistimos por años cuando éramos más más chicas estuvieran enamoradas de él en secreto, entre ellas mi hermana Frida. ¡Y cómo no estarlo! Si tenía un cuerpo de campeonato y aunque no lo admitiera tan fácilmente como Fabiola, compartía lo que acababa de decir.
—¿O miento acaso? Oliver también tiene un trasero lindo. ¿Verdad Anette?
—No diré nada al respecto.
—¿Podríamos por favor dejar de hablar de traseros y ver la obra en paz? —Cuestionaba Oliver.
—De acuerdo, no más traseros por hoy.
La presentación terminó poco antes de las ocho, y Fabiola tuvo la magnífica idea de pasar el resto de nuestra noche en algún bar en Garibaldi, escuchando a los mariachis cantar todas esas canciones que Fabiola amaba escuchar sus noches de fiesta por ahí de las tres de la mañana, cuando el alcohol lograba ponerla sentimental.
—Tequila y una noche con mis amigos, ¿qué más puedo pedir? —Comentaba Fabiola, al mismo tiempo que chupaba un limón después de haber tomado su primer trago de la noche.