Solo te quiero para mí [1]

Capítulo 37

El ruido de mi celular me distrajo por completo en el momento en el que sonó. No pude evitar dejar lo que estaba haciendo en la computadora para extender mi brazo y tomar mi teléfono para mirar el mensaje que me había llegado.

Matías Licea: Por poco Tristán nos descubre. Fuimos a correr en la mañana y se me olvidó ocultar nuestra conversación cuando le presté mi teléfono.

Anette Ibarra: ¿Lo viste hoy? ¿Por qué no me dijiste nada? No te hubiera mandado mensajes mientras estabas con él.

Matías Licea: No importa. Todo bien, nuestro secreto sigue intacto.

Anette Ibarra: Sí, no creo que deba enterarse todavía. Aunque si dejamos pasar más tiempo, nos va a terminar odiando cuando se entere.

Bloqueé el celular una vez más y continué con lo mío en la computadora. Hoy el ambiente en el despacho estaba realmente tranquilo, incluso en mi pequeño cubículo todo se sentía tan silencioso, el único ruido que escuchaba era el del teclado mientras continuaba pasando datos a Excel y el de mi teléfono cuando Matías me mandaba mensajes.

Matías Licea: Carla me habló ayer.

Tragué saliva al leer ese mensaje, ¿qué? ¿Por qué Carla lo está buscando de nuevo? Me temblaban las manos al tomar de nuevo el teléfono y mi mente comenzó a mal viajarse con mil pensamientos... Matías me ha mandado un screenshot, su conversación con ella, con ella que le rogaba volver, diciéndole que no ha encontrado con alguien más lo que tenían.

No pude evitar entonces pensar en que antes de este amor de verano él estuvo con ella, mil cosas vinieron a mi cabeza, ¿a qué se refería con eso de que no ha encontrado con nadie más lo que tenían? ¿Qué tenían? ¿Acaso su relación con ella fue más increíble que la nuestra? ¿Cómo la llamaba? ¿Cómo eran sus citas? ¿Cómo era él estando con Carla?

Anette Ibarra: ¿Y qué piensas de eso?

Matías Licea: Nada. Corté la conversación, yo no quiero regresar con ella.

—Hola Anette, ¿cómo va ese trabajo?

—Hola Sergio. —Le respondo amable el saludo a mi jefe—. Ahí va, yo creo que en unos cuarenta minutos ya tengo toda la base armada.

—Perfecto. ¿Me lo dejas en la USB en mi escritorio? Estoy por salir.

—Sí claro.

Fingí regresar a lo mío en la computadora y sonreí sin separar los labios hasta que lo miré alejarse del cubículo. Una vez que me aseguré que nadie más me observaba, tomé de nuevo mi celular.

Anette Ibarra: Vamos a vernos. ¿Te veo a las 4:30 en Café Colón?

Matías Licea: Déjame ver, creo que tenía que hacer algo.

Un poco molesta, bloqueé el teléfono. Lo que me ha dicho de Carla me ha dejado inquieta, sólo quería verlo, quería mirarlo a los ojos y que me asegurara que lo de ellos ha muerto, que estamos juntos, que me quiere...

 

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A las 4:10 p.m. aproximadamente, Sergio ya tenía la USB en su escritorio y yo mi pase de salida para abandonar el despacho. Ahora que he logrado que Matías y yo nos reunamos en Café Colón rogaba con todas mis fuerzas llegar rápido a la hora acordada, no teníamos mucho tiempo, al parecer más tarde tenía que reunirse con su hermano.

Intenté relajarme mientras conducía, olvidarme por un momento de todos esos pensamientos que se han apoderado de mi cabeza desde que me enteré que Carla anda rondando de nuevo por aquí. Pero era casi imposible mantener quietos mis pensamientos. No podía dejar de pensar en todas las fotos y publicaciones que vi en Facebook el año pasado, tampoco podía dejar de pensar en cómo fue esa relación y por qué le ha dicho todo eso. ¿Por qué justo ahora que lo estamos pasando también tiene que regresar? Además, fue ella quien arruinó mi relación en un principio y no quiero que lo haga dos veces.

A las 4:36 p.m., tomé mi cabello castaño en una coleta antes de bajar del automóvil, dejé escapar un pequeño suspiro y me miré por el espejo de vanidad para asegurarme que lucía como siempre, no quería que Matías notara que he estado angustiada todo el camino y que la ansiedad ha hecho que me muerda la uña del dedo índice hasta trozarla. Habíamos quedado de vernos afuera del restaurante y lo único que deseaba con todas mis fuerzas era abrazarlo, no entendía porque este miedo a perderlo se ha incrementado gradualmente hoy, no quiero perderlo. No quiero perderlo de nuevo y que Carla gane, esta vez no.

—Hola Ann, ¿cómo...

Ni siquiera le di la oportunidad de terminar su pregunta de cortesía. Apenas lo tuve en frente lo abracé con fuerza y posteriormente me puse de puntillas para alcanzar sus labios y robarle un beso, tocando su mejilla con mi mano izquierda, dejando todo ese amor que sentía por él en ese simple beso.

—¿Cómo estás?

—Bien, eso creo. —Respondo finalmente—. Quería verte.

—¿Qué pasó?

—Nada nada, mucho estrés en el despacho. ¿Entramos?

Me cedió el paso y fue entonces que entramos a ese pequeño restaurante. Mesa para dos, el mesero inmediatamente nos llevó las cartas apenas nos sentamos y yo, yo ni siquiera quería mirarlo a los ojos. Por más que he intentando disimular que no me siento bien, mis expresiones faciales han hablado por mí y creo que él ya se ha dado cuenta. Además, por más que miro la carta no se me antoja nada, siempre pierdo el apetito cuando mi cabeza me llena de pensamientos como los que estoy teniendo. Quizás con agua mineral me bastaría por ahora.



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Editado: 30.12.2023

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