Creo que nunca me había sentido tan sola y tan ansiosa, mucho menos tan necesitada de verle. Y él, él cada vez se estaba volviendo más distante, regresando a las viejas manías que tanto dañaron nuestra relación. No entiendo qué fue lo que sucedió, ¿en qué momento dejó de arder con fuerza este amor de verano? Sentía que la llama se iba extinguiendo conforme septiembre se acercaba y me daba miedo qué iba a suceder después.
Ni siquiera mencionó algo acerca de vernos hoy. Es más, por lo que he visto en Instagram, ha decidido hacer sus propios planes, en los que claramente no fui contemplada. ¿Qué estaba sucediendo entre nosotros? ¿Por qué de repente sentía que esto se estaba acabando junto con el verano?
—Ann, dice mi mamá que bajes aunque sea a saludar. —Comunica Frida, entrando a mi habitación—. Que Eddie está abajo.
—¿Y eso qué?
—¿Que mis papás te quieren casar con él desde que tengo memoria?
—Aghh, ya voy.
Frida salió de mi habitación y yo me acerqué al espejo de mi tocador para acicalarme un poco el cabello con las manos. Dejé escapar un suspiro de molestia y salí de mi habitación con dirección hacia las escaleras. Apenas bajé el primer escalón pude escuchar las risas provenientes de la sala, Ricardo, el mejor amigo de mi padre y además socio, estaba aquí con su familia. El pretexto había sido al parecer verse por asuntos del despacho, sin embargo, ha terminado siendo una reunión de ambas familias, como de costumbre.
—Hola Anette, ¿cómo estás?
Saludé a Ricardo y contesté a su pregunta de cortesía. Lo veía todos los días y actuaba como si tardáramos meses sin vernos, o quizás soy yo la que está mal humorada y con pocas ganas de estar aquí en la sala conviviendo. Y aún con todo, puse mi mejor cara, pinté una sonrisa en mi rostro y saludé a su esposa y a su hijo Eduardo, a quién hace mucho no veía. Con eso de que está estudiando medicina y justo cursando el año del internando, no hemos tenido mucho tiempo para ponernos al día.
—¿Cómo te va en el infiernado? —Le pregunto a Eduardo.
—Hoy es mi día libre, estoy muriendo. Ahorita estoy rotando por medicina interna y es horrible, demasiados pendientes, es muy agotador.
—Supongo que sí, aunque creería que estar en urgencias es mucho peor, ¿no?
Le di entrada a Eduardo para que me contara de su vida hospitalaria y cómo fue su rotación por urgencias, incluido un caso de un accidentado que no se ha podido sacar de la cabeza. Él me contaba entusiasta cómo fue que trataron a ese paciente y yo, aunque estaba mirándolo a los ojos, realmente no lo estaba escuchando. Estaba pensando en lo mucho que quería ver mi celular, imaginaba incluso el sonido de la vibración del mismo, solo quería saber de Matías y no entendía por qué seguía comportandome de esta forma tan obsesiva en la que ya ni siquiera podía mantener una conversación con alguien más sin pensar en él.
Después de soltar un «wow, ahora entiendo porque el internado es tan pesado», sin realmente haber escuchado la mitad de lo que me contó, volteé a ver a nuestras madres. A pesar de que estaban platicando en el sofá de dos plazas, no podían evitar voltear a vernos de vez en cuando, ellas les gustaba vernos conversar porque en el fondo esperaban que algún día nos enamoremos y nos terminemos casando para emparentar, pero eso jamás va a suceder. Eduardo está felizmente enamorado de su novia desde hace dos años y yo nunca lo voy a poder ver como algo más. Lo conozco de toda la vida, es como mi hermano, no sé por qué nuestros padres no han entendido eso.
—Voy por agua, ¿no quieres?
—No gracias, así estoy bien. —Responde Eduardo.
Me dirigí a la cocina, ni siquiera quería agua, solo quería una pretexto para poder utilizar el celular sin parecer mal educada. Me recargué en la barra y miré la pantalla, no fue producto de mi imaginación que el celular haya vibrado, en verdad me escribió.
Matías Licea: Vine al gym un rato y hay demasiada gente. No creí que hubiera tanta gente en domingo.
En verdad tenía ganas de verlo, lo extraño como una loca. ¿Por qué parecía que él no? ¿Por qué se ha olvidado de que hoy se suponía que nos veríamos?
Anette Ibarra: He estado un poco sensible ¿sabes? Tengo muchas ganas de verte. Se supone que hoy nos íbamos a ver y se te olvidó por completo.
Matías Licea: Pues... Estoy en la caminadora ahorita.
Anette Ibarra: No importa, ¿puedo ir? En serio necesito que me abraces.
Si estuviera en mis cinco sentidos, seguramente hubiera agarrado a la Anette que caminaba rumbo al gimnasio y la hubiera detenido dos segundos para darle dos bofetadas en la cara. ¿Por qué me estaba mostrando tan necesitada de atención? ¿En verdad salí de mi casa en medio de una reunión familiar y manejé hasta el gimnasio en dónde estaba Matías haciendo ejercicio con tal de verlo? Vamos, ni siquiera tenía contemplado verme hoy y aquí estoy, estacionando el auto en una pequeña plaza comercial que está a unas calles de su casa, plaza a la que tengo años sin venir, tanto que me perdí un poco en el estacionamiento.
Nunca me había sentido tan ansiosa y no me gustaba ese sentimiento. Parecía que Matías para mí se había convertido en alguna clase de benzo que calmaba toda la ansiedad que sentía y eventualmente, tomar tantas benzodiacepinas también genera dependencia, cuando de fármacos hablamos.