—¡Traes unas ojeras impresionantes!
—Apenas si dormí anoche, dormí en casa de Ingrid. —Le respondo a Julieta—. ¿Tan mal me veo?
—Un poco, pero puedo ayudarte con un poco de corrector. ¿Quieres?
Me encogí de hombros y miré a Julieta sacar el corrector de su cosmetiquera. ¡Vaya noche qué he tenido! Dirigí la mirada hacia el techo mientras Julieta se encargaba de ponerme el maquillaje, diciéndome que haría lo posible para hacer desaparecer las ojeras producto de una noche que se me ha hecho eterna.
Y en verdad que aunque la cama de Ingrid es increíblemente cómoda, no pude dormir tan bien. Y no por dormir con ella, hace muchos años que compartimos la cama y dormir con ella nunca me ha parecido incómodo, pero eran mis pensamientos los que no me dejaban conciliar el sueño. Anoche apagué la computadora, me giré en la cama dándole la espalda a Ingrid y lloré en silencio, como lo he estado haciendo todas las noches desde que Matías se fue.
—Mucho mejor, anda vamos.
—Siento que no puedo conmigo misma.
—Lo sé, pero tenemos que entrar a la clase. —Dice Julieta, jalándome de la mano—. Y por cierto, vas a entregarme tu celular, debes poner atención o te va a ir pésimo en el primer parcial.
Caminé con ella hacia el salón de clases, sería una larga jornada. No había dormido bien y tenía el corazón tan roto como mi mejor amiga, ¡vaya combinación! Ahora tenía que pausar un poco todo eso para entrar al aula e intentar mantener toda mi atención en la pizarra y los profesores, no había más. Julieta me ha quitado el celular y no tenía intenciones de devolverlo hasta que terminara la clase.
[...]
—¿Te veo en el salón? Voy por el reporte, se me olvidó en el carro.
—Claro, te guardo lugar.
Caminé con dirección hacia el estacionamiento, mirando el teléfono ahora que Julieta ha decidido regresármelo aunque sea por unos minutos. Hice lo que he estado haciendo los últimos días, revisar la última conexión de Matías en WhatsApp y cualquier actividad que tuviera en redes sociales.
—¡Anette! ¿Estás bien?
Me agaché a recoger el montón de copias que ahora estaban dispersas por el piso, por ir mirando el celular he chocado contra Mauricio, quién ya se había agachado también para ayudarme a recoger lo que le he tirado de las manos.
—Sí, ¡que torpe soy!
—No, no, fue mi culpa, lo siento.
—No, yo venía distraída con el teléfono.
Le entregué las copias que alcancé a recoger y una vez que las recibió, me sonrío amablemente.
—Es cumpleaños de Paty y vamos a ir a celebrarlo al bar que está cerca. ¿Quieres venir? —Hace la invitación con una sonrisa, esperando mi respuesta—. También Julieta está invitada.
—Sí, ¿por qué no?
Acepté la invitación, quizás porque realmente tenía ganas de distraerme y beber un poco, no tanto porque quisiera celebrar a Paty, dado que apenas le hablo.
Después de que las clases terminaron, nos reunimos en el bar que estaba a unas cuantas cuadras de la universidad para celebrar a una compañera a la que ni siquiera le hablo. En serio, lo poco que sé de ella es lo que he escuchado en los pasillos y lo que llegué a ver aquella vez que la stalkeé en Facebook por mera curiosidad. Solo sé que le gusta mucho Taylor Swift, que ama tomarse fotos en clase para presumir la carrera y que casi siempre peina su cabello negro en una trenza que suele caer por encima de su hombro derecho. Delgada, poco pequeña de estatura y obsesionada con hacerse una rinoplastía para eliminar la giba de su nariz que tanto odia, o eso alcancé a escuchar hace rato, que ha cotizado con algunos cirujanos plásticos en Puebla, bromeaba diciendo que ese sí sería un buen regalo de cumpleaños.
Me encogí de hombros cuando me preguntaron si conocía a un buen cirujano, en realidad solo sé que el hijo del mejor amigo de mi papá se quiere especializar en cirugía plástica pero para que eso pase aún debe pasar por el ENARM y todas las residencias. El tema se dejó por la paz cuando llegó Sergio, Paty inmediatamente buscó sentarse en su regazo, confirmando así los chismes que corrían por ahí, chismes de los que apenas hoy me enteré porque no suelo juntarme con mis compañeros de la carrera.
—¿Cerveza clara u oscura? —Me preguntó Mauricio.
—Clara. —Respondo.
—Yo no, gracias Mau. —Responde Julieta—. Con la naranjada estoy bien.
Le sonreí a Julieta, sé muy bien que no toma y el que me deje sola bebiendo cerveza con un grupo de personas que no topamos bien realmente no me hacía sentir tan cómoda. Minutos más tarde Mauricio regresó y me entregó la botella de cerveza clara, sentándose a mi lado izquierdo, con intención de sacarme la plática.
No lo había tratado mucho en realidad, pero sé muy bien cuáles son sus intenciones, por algo dicen las malas lenguas que varias chicas de la generación se han convertido en «hermanas de leche» gracias a Mauricio, quien siempre parecía andar de cacería, buscando quién más caería con sus encantos. Porque, ahora que tuve la oportunidad de platicar con él unos minutos, entendí porque varias de mis compañeras cayeron. Es guapo, gracioso y realmente es encantador si se lo propone. Si no hubiera sabido cuáles son sus intenciones, seguro que hubiera caído en su juego. Pero estoy demasiado ocupada amando a Matías que no soy capaz de aceptarle la invitación a ir a otro lado para «platicar» más tranquilos.