Solo (terminada)

Viejos amigos y recuerdos

Al llegar a casa esa noche, lo primero que me vino a la mente fue querer dormir, descansar, olvidar toda esta locura. Pero cómo iba a hacerlo, si mi esposa ahí me esperaba, detrás de la puerta.

—Marcus, ¿porqué llegas tan tarde? —Me gritó, pero yo evité su mirada, confundida y azul—. 
Te estoy haciendo una pregúnta —en ese momento escuché mi hija llorar, vi que tocaba su mano izquierda y se quejaba, traía puesto en ella un vendaje, lo que me hizo sentir un peyisco en mi cerebro, adueñándome de su dolor.

—¿Qué le pasó a la niña? —pregunté, volviéndose mí mirada a ella—. Estaba ayudándome en la cocina, pero dejó caer un vaso y se lastimó. Estuve llamándote toda la tarde, ¿dónde diablos andabas?

—Debí dejar el celular en la oficina, ¿sabes? Estuve trabajando todo el día, estoy cansado.

—También llamé al trabajo y me dijeron que saliste temprano. Ayer cuando llegaste ocultabas algo, ni siquiera me miraste y entraste al baño, hoy llegas tarde y mientes sobre el trabajo. No se lo que estas ocultándome... pero espero que al menos me tengas confianza y algún día puedas decirme —Luego, cargó la niña y se fue hacia la habitación—. Que descanses.

Cómo iba a descansar, si cada ilusión de mí, estaba en el suelo. Mi vida estaba derrumbándose, y ahora no podía culpar a Sara, solo quise arreglar las cosas, pero yo ya no era nadie, sólo un simple hombre que arrastraba su existencia por el fango de la vida.

Me sentí tan miserable, que me aseguré de no pegar un ojo en toda la noche, porque como a las cuatro de la mañana, los cerré los dos. Allí, sentado en el sofá, se desvaneció aquella ráfaga de pensamientos vagos.

Y a las ocho y treinta, presentía que alguien espiaba entre mis sueños.

Luché para abrir mis ojos, y la luz en demasía que atormentaba mi cabeza, me hizo ver parada frente a mi, a Gina cruzada de brazos, y a sus pies, la caja que sacó de mi carro.

Di un salto de los mil demonios, y me quedé frío, asustado, sin saber que decir.

—¿Puedes explicarme que rayos es esto? —me preguntó, furiosa.
—¿Eso? Eso... Eso es...
—Estoy esperando una respuesta, porque...
—Solo son algunas cosas de la secretaria. Estaba mudándose y me pidió que la ayudara.
—Ah. Y eres tan buena persona que las trajiste a la casa.
—Es bastante tarde, debo irme al trabajo, cielos... van a despedirme, mira que tarde es, una hora retrasado.

Entonces la besé en los labios, tomé el cajón y salí. Entré a mi auto y casi literalmente, volé a mi trabajo.

Lo se, se quedó viéndome mientras partía; yo no quise irme y dejarla así, pensando mal de mí. Pero el amor, ay, el amor, es así de incomprensible. A veces existen cosas más importantes, como saldar cuentas con uno mismo; el problema era que no sabía quién era, ni dónde estaba yo mismo.

Llovía esa mañana, las carreteras húmedas y casi vacías, acompañaban mi melancolía, quizás el presagio estaba escrito ahí, delante del camino, mientras veía dibujados en los charcos sus recuerdos.

¿Por qué pensaba en ella? Me preguntaba una y otra vez sin respuestas. Y cuando el ciclo se rompe, regresan de nuevo sobre mi, aquellos recuerdos. Yo pude haberlo evitado.

Cuando lloraba, y corría lejos, yo estuve ahí. Cuando se asustaba, y quedaba sola, yo estuve ahí. En medio de las burlas, y el rechazo. Cuando todos le gritaban en su cara lo horrible que era; y ahora viendo una foto que parecía reciente, muchas cosas habían cambiado, Se veía más linda que nunca.

Rocé mi mano derecha sobre aquél agrietado cristal, y volví a ponerla en la caja. Al regresar la vista a la carretera, fue como si no existiera sin ella.

Frené, juro que lo hice, gracias a Dios a tiempo. Cuando vi a esa pequeña asustada frente a mi, su pelo largo y rubio se enredaba con sus gritos.

Por suerte me detuve a tiempo. Su madre corrió a buscarla, respiré profundo, esperando que descendiera mi temor y venciera a las lágrimas que rasgaban mis mejillas.

Perseguí su pelota rodando sobre la acera con mis ojos. Me preguntaba si yo estaba apunto de terminar igual. Solo seguí mi rumbo, sin pensar más en ello.

Al llegar al edificio, por fuera gris, y por dentro, yo de negro, decidido a ocupar mi lugar, y al abrir la puerta, sentí que mi corazón tocó el suelo.

Todos mis compañeros estaban allí reunidos, con una sonrisa, celebrando. Había un pequeño pastel en mi escritorio , decía: "feliz cumple, Marcus".

Me prepararon una pequeña sorpresa, mi mente estaba en blanco, les agradecía, pero de verdad no estaba feliz, más bien me sentía algo cansado y estúpido, porque olvidé mi propio cumpleaños.

¿Cómo podría describir ese día?
Fue agotador. Mi mente bailaba con las cortinas nubladas, y luego que todos se fueran, esperé segundo sobre segundo que llegara el final del día para irme a casa, pero unos amigos empezaron a tomar unos tragos de licor, y bueno, como ya estábamos fuera, me les uní y salimos de ahí a un bar.

Éramos cuatro, George, Felipe, Alan y yo, que era el único con automóvil. Antes de llegar, ya estábamos borrachos, riéndonos y burlándonos de la vida.

No importó, cuanto más bebíamos, más "felices" aparentábamos. Entre unos cuantos cuerpos desnudos que danzaban al compás de nuestro dinero, sobre tubos de metal que parecían flotar sobre algún tipo de esquizofrenia maldita. Ese era un pequeño cielo, o otra forma de ver el mundo.

No hay nada mejor que perderse un rato, borrar la mente sin borrarla, olvidar y recordar a la vez, tocando el mismo fondo del olvido mismo, mientras te mira.

No me limité en lo absoluto; el alcohol ahogaba de alguna forma todo lo que antes de eso sentía, y lo llenaba con un cálido vacío, no me detuve. Necesité ir al baño varias veces para vomitar, no se en que momento mis "amigos" se fueron, supongo que ya era algo tarde y que por eso, se volvieron simples compañeros de trabajo.

Estaba apunto de irme cuando, de la nada apareció mi viejo amigo Willy.




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