—Ian, me gustas —Comenzó diciendo cuando apenas me había acercado a saludarlo.
Tenía la mirada en el suelo e intentaba inútilmente cubrirse el rostro con su cabello. Parecía un farol de navidad. Claramente estaba nervioso, tenía los brazos firmemente a los costados y sus manos en puño.
—Yo… Ammm… No sé qué decir… yo… —Contesté rápidamente, buscando las palabras correctas mientras tartamudeaba y sentía como mi cara comenzaba arder.
—No te preocupes, sólo quería darte a conocer mis sentimientos. Esto no cambia para nada nuestra relación de amigos. —Me interrumpió con la voz ronca y salió corriendo.
— ¡Espera! ¡Andrés! No quería decir eso. —Grité. Andrés no se detuvo y yo no hice nada por alcanzarlo.
Un golpe sobre mi pupitre me saco de los pensamientos sobre el día anterior.
— ¡Sr. Navarro! ¿Sería tan amable de responder la pregunta que acabo de hacer? —Dijo el profesor Leonardo con un libro en la mano mientras me lanzaba una mirada apática.
—Lo siento… no presté atención —Contesté mientras me sentaba recto en la silla.
—Ponga más atención, Sr. Navarro. Lo que expliqué en esta clase vendrá en el examen de mañana. —Dijo dirigiéndose hacia el pizarrón.
El profesor comenzó a anotar la fórmula sobre la correlación de Pearson. Sólo sabía lo que era porque se encontraba en el temario para la clase de hoy.
Mierda.
Estoy casi seguro que reprobaré.
Salí de clases y me dirigí directamente a la biblioteca. Tenía que estudiar si no quería reprobar la materia.
¿A quién quiero engañar? Realmente esa no es la razón por la que me dirijo a la biblioteca.
Cruzo la puerta y busco una cabellera rubia entre los alumnos que estudian para sus exámenes finales. Por lo general, Andrés siempre se encuentra aquí. Es demasiado dedicado a la universidad, se centra mucho en su carrera porque ha dicho que trabajará como psicólogo y debe de ser de los mejores. Esa es una de las partes que me encanta de Andrés; su dedicación, los esfuerzos que hace por ayudar a todos los que quiere, su inteligencia, la mirada de sus ojos a través de las gafas cuando estudia. Pero me encanta aún más cuando me mira sin ellas, a pesar de que le dan un aire más profesional.
Pero parece que no está en ninguna de las mesas repletas de estudiantes. Otro de los lugares tranquilos que viene a mi mente, y es perfecto para que Andrés pueda estudiar, es la cafetería que está a 10 minutos caminando desde la universidad.
En estas fechas, con el calor de la entrada del verano, siempre hacen unas malteadas heladas muy buenas que nos ayudan a mitigar el calor. Andrés suele ir a ese lugar no sólo porque es tranquilo, sino porque ahí trabaja uno de sus mejores amigos, Eduardo. Usualmente, él y yo no nos llevamos bien, pero hacemos el intento por Andrés.
Arg.
Lo menos que quiero en este momento es toparme con Eduardo, pero necesito hablar con Andrés antes de que empiece a hacerse ideas negativas por la respuesta que no pude darle ayer debido a mis nervios e idiotez.
Conozco a Andrés desde el primer día de clases debido a que nos perdimos buscando los edificios de nuestras facultades. Resultó que el edificio de psicología estaba a lado del mío, ingeniería y al no conocer a nadie en la universidad, además de mi amigo Benjamín que desgraciadamente está en la facultad de medicina, al otro lado del campus, terminé siendo amigo de Andrés después de toparnos en cualquier sitio: ya sea en la biblioteca, a la cual he ido pocas veces; en la cafetería, cerca de la escuela; o en algún evento escolar.
Soy directo y sin asertividad al hablar con los demás, tampoco se podría decir que la amabilidad fuera una de mis características. No soy muy platicador, pero a veces me sorprendía al intentar buscar de manera desesperada un tema de conversación para escuchar su voz y sentirme tranquilo. En ocasiones, verlo esperando por mí fuera del campus para ir juntos de regreso en metro después de un estresante día era suficiente para mejorar en cuestión de segundos mi estado de ánimo. Cuando veía cómo sus ojos se hacían más pequeños al sonreírme y aparecían unos característicos hoyuelos en cada mejilla, me sentía tentado a dejar un beso en ellos, y el siempre intentar animarlo con halagos fueron otra de las cosas que me hicieron ver que mi trato hacia él era diferente. Era como si alguien apretara mi corazón haciéndome difícil el respirar al estar a su lado, y me sentía a punto de hiperventilar cuando teníamos un breve contacto piel con piel. Fue así como sin llegar a proponérmelo, terminé enamorado de él. Fue inesperado, pero no me parecía imposible. El que fuera un chico era un tema de relevancia para mí, pero no saber que pensaba Andrés sobre ello era lo que me aterraba en ocasiones.