Capítulo 32
Cameron
No he visto a Blake en todo el día y estoy increíblemente aliviado por ese hecho. No quiero verla porque puedo asegurar que correré a decirle que no me importa si deja o no de vender drogas, que acepto lo que hace y no voy a sacar el tema nunca más. Más no es sano que lo haga, estaría mintiendo descaradamente porque en realidad sí me importa que lo siga haciendo.
He de ser fuerte y mientras llego a ese punto, no puedo ver a Blake.
El sí se cruza en mi camino es Kurt. Nos intercepta a Jordan y a mí en el estacionamiento. Su aspecto es algo tétrico, con ojeras marcadas y ojos cansados.
—Necesito hablar contigo —le dice a Jordan y esta lo observa sorprendida y emocionada al mismo tiempo. Hace varios días que él la ha estado ignorando, igual que hizo Blake conmigo, y el hecho de que haya sido él quien la busque para hablar la pone de un humor resplandeciente.
—Oh, claro —contesta y, agitando la mano en despedida, se va con él en su camioneta.
Camino con paso tranquilo hacia mi auto y me subo en él. Lo enciendo y cuando estoy a punto de arrancar, Blake, Alex y Bianca aparecen en mi campo de visión rumbo al auto de Blake. Alex con el brazo en los hombros de Blake y Bianca va riendo de algo este dice.
Espero sentir una punzada de celos por la cercanía de Blake y Alex, pero esta no llega, debido a que la parte racional de mi cerebro me convence de que ellos son solo amigos. Si ni lo fuesen, Alex no habría intercedido por Blake aquella noche.
Lindo, ¿no? Que mi cerebro decida actuar con madurez en todo lo que respecta a Blake.
Justo en ese momento, Jazmine sale airada del edificio con la vista puesta en Alex y Blake. De inmediato sé que habrá un enfrentamiento, por la cara que trae Jazmine.
Saco las llaves de la ignición y bajo del auto al tiempo que Jazmine llega hasta los otros y se para frente a Alex. Este se detiene de súbito, causando que Blake se detenga con él; Bianca se les une a sus amigos, sorprendida. Jazmine inicia una perorata que no alcanzo a escuchar, solo puedo oír la respuesta de Alex.
—¿Qué? —responde Alex con cara de no saber nada de lo que Jazmine está hablando.
—No te hagas el desentendido, no soy tonta —replica Jazmine subiendo la voz—. De un momento a otro dejaste de responder a mis llamadas y me ignoras cuando estamos en la misma habitación.
Quiero decir que no es la única a la que le pasa, pero me quedo callado.
—Esto no tiene nada que ver con Blake, Jazmine —explica Alex.
A ese punto ya estoy junto a ellos. Sin embargo, ni Alex ni Jazmine se percatan de mi presencia, solo Bianca y Blake.
Esta última me observa por unos segundos más de lo necesario.
—Si no tiene nada que ver —continúa Jazmine con su reclamo—, ¿cómo es que ahora vuelven a ser tan unidos? —Señala el brazo que tiene Alex sobre Blake. Esta, incómoda, sale de debajo del brazo de Alex.
—Jazmine, Blake y yo solo somos buenos amigos —dice Alex, intentando calmar a Jazmine—. He estado alejado estos últimos días porque tengo otras cosas qué solucionar.
Las palabras de Alex no calman a Jazmine. En realidad, perece escéptica.
—¿Qué cosas? —cuestiona ella, cruzándose de brazos.
—Cosas que no puedo decir en medio del estacionamiento.
Jazmine levanta una ceja, incrédula, y le da una mirada a Blake antes de volver a ver a Alex.
—No te creo.
Alex mira al cielo y, cuando vuelve a mirarla, puedo ver que su paciencia ha llegado al límite.
—Me vale que no me creas —gruñe molesto—. Fuiste tú la que dijo que esto era solo sexo y que no había necesidad de contar nuestros problemas al otro.
Ella permanece en silencio sin saber qué responderle.
He aquí la demostración de un dicho que mamá siempre me decía: “La lengua es el castigo del cuerpo”.
—Bien. —Es la respuesta que da Jazmine, se gira hacia donde estoy parado y camina por mi lado hacia su auto.
La sigo, no sin antes darle una última mirada a Blake, y tomo a mi amiga del brazo cuando está a punto de subir a su auto.
—Espera —digo cuando intenta zafarse de mi agarre—. Yo te puedo explicar porqué Alex ha estado actuando de ese modo.
Frunce los labios. Puedo ver que está temblando de la rabia.
—No quiero saberlo —escupe.
Esta mujer y su maldito orgullo.
—Jaz, lo que está pasando va más allá de lo que nosotros podamos hacer.
Ella, viendo mi expresión, se recuesta de su auto un poco más calmada.
—Adelante, dime que está sucediendo.
—Aquí no, vayamos a otra parte.
Asiente.
—Unas calles más abajo hay una pequeña cafetería —dice, retirándose un poco de su auto y abriendo la puerta del piloto—. Sígueme.
Hago lo que me dice; la sigo hasta la cafetería que está a unas cuadras del edificio de economía.