Dylan
—Mamá, ¿de qué color son mis ojos? —pregunté curioso.
—Tus ojos son del color de la travesura, cariño mío. Eres todo un aventurero —respondió con una hermosa sonrisa—. Mira cómo te has lastimado las rodillas al trepar por el patio de la vecina. Eres muy pequeño, ¿cómo piensas enamorar a esa niña? Ella es dos años mayor que tú.
El regaño de mi madre sonaba más como un dulce "te quiero". Era increíble cómo sabía encontrar el equilibrio perfecto entre el amor y la advertencia.
—Pero es que es muy linda. Me gusta mucho, siento que la amo y algún día será mi novia. —Sentencie seguro—
—Por ahora, hablemos de otra cosa. Mejor dime, ¿de qué color son los ojos de mi hermano? —pregunté curioso por descubrir más sobre esa mirada que parecía indescifrable.
—Los ojos de tu hermano son de color misterio, él tiene el poder de ocultarse a través de su mirada para que nadie sepa dónde está —respondió mi madre con ternura.
—Y, ¿cuál es mi poder entonces? —inquirí emocionado.
—Tú tienes el poder de hacer realidad los sueños, eres muy persistente y solo aquellos que nunca se rinden son capaces de lograr lo que quieren —me explicó con orgullo—. Y sabes algo, ustedes dos siempre, siempre, pero siempre, deben ser solo uno. Si permanecen unidos, lograrán todo lo que se propongan, incluso tocar el cielo con las manos.
—¿Así como lo hacen las aves? —pregunté fascinado.
—Exactamente, como las aves. Nunca se separen para que juntos toquen el firmamento. ¿Me lo prometen?
—Sí, mamá, te lo prometo —respondí mientras intentaba ser valiente, cerrando mis ojos con fuerza para soportar el ardor que provocaba en mis raspones la mota de algodón empapada de algún líquido rojo, que parecía quemar mi piel. Había caído de la paredilla de la vecina mientras intentaba espiar de cerca a su hermosa hija de 11 años. Tuve mucha suerte, porque por poco el perro que custodiaba su ventana me arrebata la vida.
—Tú también, Damián, prométeme que siempre serás solo uno con tu hermano —pidió mi madre, dirigiéndose a mi hermano, quien permanecía en silencio. Era extraño, callado, parecía un lobo solitario. Le gustaba la oscuridad y su única diversión era cazar lagartijas y convertirlas en prisioneras.
—Te lo prometo, madre. Seremos solo uno —respondió Damián con solemnidad.
Aquella noche, nuestra madre nos hizo prometer lo que parecía posible en ese entonces. Damián solo la miraba, enigmático. Era como si escondiera un mundo entero en su interior. Sin embargo, aunque no lo expresara en palabras, sabía que él también estaba comprometido con la promesa de permanecer unidos, sin importar lo que el futuro nos deparara. O, por lo menos, eso era lo que mi mente inocente de ese momento imaginaba.