Dylan
El romance más bonito es aquel que nace de la inocencia, ese primer amor que te hace sentir único, seguro y lleno de paz. Si lo tienes cerca, nada te falta, nada te pasa; el miedo se esfuma y la tristeza no te alcanza. Ese amor bonito te refugia entre sus brazos para protegerte del frío en medio de la tempestad, es aquel que te lee cuentos llenos de aventura, aquel que se despierta de madrugada y se asoma a tu habitación porque, como un ángel guardián, siempre cuida de tus sueños. Y así era ella, el primer y gran amor de mi vida. Aquella dulce mujer cuyo rostro angelical portaba dos luceros, color ternura, y ese, sin dudarlo, se convirtió en mi color favorito. Nunca he podido encontrarlo en nadie más, solo podía verlo en los bellos ojos de mamá.
—Ven aquí, mi lobo solitario. No puedes resistirte a los abrazos de mamá —decía la mujer sentada en el césped, con una sonrisa amorosa, atrayendo a Damián hacia sus brazos.
—Ya estoy grande, mami, déjame —decía él intentando alejarse, pero aquella madre enamorada no se lo permitía. Fue en esa tarde de juegos, aparentemente forzados, donde pude ver en los enigmáticos ojos de mi hermano gemelo un brillo diferente. Ella lo hacía sentir feliz, y en su presencia aquel niño frío lograba derretir un poco el hielo.
—No estás grande, eres mi niño, o, mejor dicho, no eres un niño, aún eres mi bebé —aquella demostración de ternura era arrebatadora, y mientras mi hermano intentaba huir, yo me complacía en ver el cabello de mamá ser elevado por la brisa. Ella sonreía para mí al notar mi mirada deslumbrada por su imagen.
—No quiero que crezcan, quédense pequeñitos, ¡por favor! Quédense como bebés para que mamá pueda cargarlos y besarlos a toda hora —nos pedía con voz de ruego, apretujándonos con fuerza.
—¡No somos bebés! —declaró Damián un tanto molesto— ¡Somos niños de nueve años, no bebés!
—Para mí sí lo son, siempre los veré como mis pequeños. ¡Por favor, no crezcan! —Insistía soltando carcajadas al notar la expresión de disgusto de su amargado hijo.
El romance más bonito que he vivido fue aquel que compartí con mi madre en aquel jardín de aquella casa que, sin ella, quedó en tinieblas. Fue aquel que viví con la mujer que se desveló por mí todas las veces que estuve enfermo, fue aquel que me regaló los despertares en medio de afanes para ir a la escuela. Fue aquel que me expresó los "te amo" que se me olvidó pedir, pero que no me faltaron porque siempre fueron míos.