Omnisciente – Casa de los Brooks
Jueves 1 de octubre
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Hanna entró a su casa furiosa, la señora Brooks observó a su hija subir las escaleras, su corazón latiendo con fuerza. ¿Qué había hecho para merecer esto? Joshua era un peligro, y su esposo... bueno, su esposo podía ser impredecible cuando se enfadaba.
Por su parte, Jackson estaba confundido. No entendía la reacción de Hanna ni lo que había sucedido. La señora Brooks le pidió que la siguiera, y él, obedeciendo, se sentó frente a la isla de la cocina. Ella preparó té y galletas, manteniendo una aparente calma.
—Mamá, tú sabes lo que pasa, ¿verdad? —preguntó Jackson, observando la expresión de su madre.
—Matthew estaba aquí para hablar con Hanna. Le estamos preparando una sorpresa. —respondió ella.
Jackson intentó protestar, pero su madre lo interrumpió levantando su mano, Jackson se quedó en silencio.
—No, Jackson. Hay cosas que no puedes entender con tu carácter impulsivo —dijo ella, golpeándole suavemente la frente mientras le servía el té.
—Mamá…
—Hablaré con tu padre sobre Hanna y lo que pasó hoy —respondió ella con calma, aunque por dentro se sentía agitada. La señora Brooks estaba preocupada por su hija, por las posibles acciones que podría hacer su esposo y por las intenciones maliciosas de Joshua. Suspiró y dejó la taza en la isla.
—A partir de hoy iré a buscar a Hanna a la escuela —anunció con firmeza—. Y tú tendrás las tardes libres.
—Mamá, a mí no me importa ir por Hanna a la escuela.
—Quizás sea así, cariño, pero hay algo que necesito evitar.
Y eso fue todo lo que dijo la señora Brooks antes de dejar solo a su hijo e irse a su habitación, tomó su teléfono, y, aunque sabe que no debería, llamó a su esposo. La primera llamada no la contesto, al igual que la segunda y la tercera, no fue hasta la cuarta llamada que su esposo finalmente contestó.
—Cariño, sabes que no me puedes llamar cuando estoy de turno. —fue lo primero que escuchó decir a su esposo. —¿Pasa algo? ¿Alguna emergencia con los chicos? ¿Contigo? ¿Con mis padres o con tu madre?
—Es Hanna. —tomó aire y comenzó a explicar la situación. —Hay algo que está muy mal con ella.
—¿De qué hablas cariño? Hanna es una niña muy dulce. —dice riendo. —¿No será que solo está estresada? Ya sabes como se pone con los exámenes finales.
—Elijhan Brooks. —dijo seria, su esposo se quedó callado al otro lado de la línea. —Conozco a mis hijos, yo los crié, los di a luz, he vivido con ellos desde que estuvieron en mi vientre.
—¿Quieres qué hable con ella y…?
—Quiero que vengas para el cumpleaños de Hanna.
—Pedir un permiso tan rápido… —El silencio de la señora Lana hizo que respondiera algo más. —Iré, si, lo compraré si es necesario.
—Cuando llegues te enteraras de todo lo que sucede.
—¿No me lo puedes decir por teléfono? —preguntó tomándose el puente de la nariz.
El señor Elijhan amaba profundamente a su esposa, pero le desesperaba el hecho de que no le dijera las cosas por teléfono, aún sabiendo que su siguiente permiso sería en navidad y se estaría arriesgando a no ver a su familia en esas fechas.
—Solo ven ¿Si? Es importante, te necesito.
—Intentaré ir ¿De acuerdo? Intenta que las cosas sigan funcionando.
La llamada se acabó, la señora Lana sintió un pequeño descanso luego de hablar con su esposo, aun así, sabía que las cosas no acabarían ahí, los siguientes días tendrá que tener a Hanna tan protegida como una cárcel de máxima vigilancia, no quería que a su hija le pasara nada malo.
Hanna, encerrada en su habitación, sollozaba con el rostro oculto en la almohada. Imágenes de Joshua, pálido y con el ojo hinchado, se reproducían una y otra vez en su mente. La ira que sentía hacia Matthew era como un fuego que consumía todo su ser. ¿Cómo podía “mejor amigo” hacerle daño a la persona que amaba con tanta intensidad?
“No me dejes, por favor.” Las palabras resonaban en su cabeza como un eco doloroso. Había suplicado, había rogado, pero Joshua se había mostrado inflexible. Su amor ciego la había llevado a aceptar cualquier trato, cualquier humillación.
Hanna no sabía qué era lo que tenía Matthew en contra de alguien tan dulce como lo era Joshua, estaba enojada y frustrada, cuando Hanna observó el rostro magullado de Joshua sintió un nudo en la garganta. Sus ojos se llenaron de lágrimas, estaba preocupada y triste a la vez.
La frustración la consumía. Se sentía impotente, como una prisionera de su propia vida. Tenía 17 años, solo faltaban 9 días para cumplir la mayoría de edad. Pero ese año se le hacía eterno. Quería gritar al mundo, quería que todos supieran lo que estaba pasando. Quería liberarse de las cadenas que la ataban a la casa, el miedo de perder a Joshua la paralizaba.
Hanna se aferraba a la esperanza de que todo esto fuera solo una pesadilla, una mala racha que pronto terminaría. Pero la realidad era implacable. Estaba atrapada en una situación que no podía controlar. La frustración la consumía al pensar que no podía hacer nada, se sentía pequeña, insignificante, como si su opinión no importara.
La tensión en la casa Brooks era palpable. Mientras la señora Lana luchaba por proteger a su hija, Jackson buscaba respuestas y Hanna se aferraba a una esperanza cada vez más frágil.
Andar con pies de plomo se convirtió en su día a día. Cada mañana, la señora Lana observaba a Hanna con preocupación mientras entraba en la escuela. La sombra de los últimos acontecimientos parecía haberse cernido sobre su hogar. Mientras tanto, Jackson, impulsado por una mezcla de curiosidad y preocupación, intentaba acercarse a Matthew, pero este eludía sus preguntas con evasivas.
Las cosas estaban mal, muy mal, y todo se echaría a perder el día del cumpleaños de la princesa Hanna, que por estar ciega de amor… Comenzaría a dañar su vida por culpa de un “amor” que para ella era real.
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Editado: 09.11.2024