Solo Un Fantasma

Capítulo 36

La campana que anunciaba el final de las clases por fin había sonado. Recogí mis cosas con cuidado, metiéndolas en mi mochila mientras fingía no escuchar a Violeta y Rubí llamándome desde sus asientos. Salí del aula, los pasillos estaban llenos, había mucho bullicio, en especial cerca a las escaleras principales. Ahí estaban Joshua y su grupo de amigos, sonreí al ver su brillante y linda sonrisa.

Caminé por el pasillo, casi pegada a la pared, intentando que no me notara para poder sorprenderlo, pero entonces escuché los murmullos, pequeños fragmentos de conversaciones que parecían clavarse en mi.

—Dios mio, Sarha siempre luce tan bien, la envidio. —dijo una chica que pasaba junto a su amiga, ambas agarradas de brazos.

—Lo sé, ¿has visto su cuerpo? Lo he intentado, pero no he podido adelgazar.

Ignoré esa conversación, solo son conversaciones de pasillo, nada relevante. Seguí caminando hasta que los vi. Ahí estaba Sarha, apoyada contra los casilleros mientras Joshua hablaba con ella. Ella reía, y él tenía esa sonrisa despreocupada que hacía que mi pecho se apretara. Su mano estaba sobre el casillero, inclinándose hacia ella, como si estuviera protegiéndola.

“Solo somos amigos”. ¿Es esa la mirada, sonrisas y risas que se les da a los “amigos”?

Apreté la correa de mi mochila mientras intentaba convencerme de que lo que veía no significaba nada. Pero la forma en que Sarha se inclinaba hacia él, jugueteando con su cabello, me hacía pensar lo contrario.

—No sé qué le ve a ella. Es tan… —otra voz femenina sonó a mis espaldas, cada palabra me perforó. —Gorda. Seguro está con ella por pena.

Mi rostro se calentó al instante, y sentí cómo mi estómago se encogía. Bajé la mirada, acelerando mis pasos para salir de ahí, ignorando todo a mi alrededor.

No hablaba de mi, se que no hablaba de mí, no dijo mi nombre, solo son conversaciones de pasillo, no soy yo. No lo soy.

Llegué a la salida, rápidamente vi a papá de pie, junto a la puerta de entrada, giré la cabeza, viendo al pasillo, donde ellos seguían hablando. Tomé aire y salí. El camino a casa fue igual de silencioso que cuando salimos de ella.

Cuando llegamos a casa iba a correr directamente a mi habitación a mirarme en el espejo, pero la voz de papá me detuvo.

—Hanna. —me detuve justo en el tercer escalón de las escaleras, pero no me giré. —¿Qué es lo que pasa?

Me giré, lo miré directamente a los ojos, sintiendo cómo la rabia se acumulaba en mi pecho, mezclada con el dolor que había estado intentando esconder todo el día.

—¿Qué pasa? —pregunté con un tono de burla mezclado con enojo. —Pasa que ustedes no me dejan ser feliz.

—¿No dejarte ser feliz es decirte que no puedes salir con ese chico?

—Si. —afirmé. —Joshua es mi felicidad.

Papá me miró en silencio por unos segundos, como si buscara las palabras adecuadas para responder. Finalmente, dejó escapar un suspiro pesado, frotándose la sien con una mano.

—Hanna, eres una niña, tú–

—¡No soy una niña! —grité. —Soy adulta, tengo 18 años. ¡No quiero que me sigan tratando como una niña porque ya no lo soy!

—¿Adulta? ¿Adulta por haber cumplido 18 el sábado? —preguntó levantando la voz. —Crees que los adultos se escapan de casa solo porque ¡Oh Dios! ¿La persona que me gusta me lo pidió? ¿Crees que eso es ser un adulto? Porque entonces déjame decirte que jamás serás adulta, porque todo tu comportamiento infantil grita que eres una niña.

—¡Tú no lo entiendes! —grité frustrada, mamá salió a vernos, pero no dijo nada.

—Claro que no lo entiendo —replicó, su voz endureciéndose. —No puedo entender cómo puedes poner toda tu vida en alguien más.

Apreté mis manos enterrando mis uñas en las palmas de mis manos.

—Ustedes solo me limitan. —susurré, me di media vuelta y subí a mi habitación.

—¿Limitarte? —escuché preguntar a papá.

Me apoyé contra la puerta, temblando.

¿Qué sabía él? Solo se limitan a regañarme, a castigarme aun sabiendo que Joshua era todo. Su sonrisa, sus palabras, la forma en que me hacía sentir importante, aunque fuera por momentos. Joshua me ama y yo lo amo.

Me dejé caer al suelo, abracé mis piernas. Mis uñas seguían marcadas en mis palmas, un leve ardor acompañando las líneas rojizas. Saqué mi teléfono del bolsillo y abrí su chat. Tenía varios mensajes sin responder, pero ninguno de él. Mis dedos temblaban mientras escribía:

"Te extraño."

Lo envié antes de pensarlo demasiado, y la espera se sintió como una eternidad. Cada segundo que pasaba sin respuesta era como una punzada en mi pecho.

“Nos vemos mañana en la escuela” fue su respuesta.

Apreté mi teléfono entre mis manos, respiré hondo y envíe otro mensaje. “¿Crees que debería bajar de peso?. Esta vez la respuesta no demoró tanto en llegar.

“Si” “Pero aun así. te amo”

Me levanté, caminando hacia el espejo. El reflejo frente a mí parecía... incorrecto. ¿Era mi cara, mis ojos, solo mi cuerpo? Me observé detenidamente, me quité el uniforme y observé mi cuerpo a través del espejo,

Mi reflejo está ahí, inmóvil, pero yo me muevo, aprieto, jalo.

“Demasiada carne”, pienso.

Me pellizco el vientre. Uno, dos, tres pliegues entre mis dedos. No debería haber tantos. No debería haber nada. “Si, estás algo gorda.” “pero yo te amo”. Él no quiso herirme. Me lo dijo con amor, con esa voz dulce que adoro, con esa sonrisa que quisiera que me perteneciera solo a mi, que no le sonriera a nadie más que a mi.

Giro para verme de perfil. La curva de mi vientre parece gritar, invadiendo el espacio donde no debería haber nada. ¿Cómo no me había dado cuenta antes?

¿Por qué me dejé llegar a esto? Respiro profundo, pero no logro calmarme. El aire entra, pero no llena. Mis manos tiemblan mientras intentan abarcar mis caderas, contarlas, medirlas. Una cadera tan ancha no puede ser atractiva. No como chicas como Sarha Riders, esas con cinturas diminutas y piernas largas, perfectas. Yo no soy perfecta. Soy demasiado.




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