Solo Un Latido MÁs

Capitulo Cuarenta

 

Eros Morón

 

Eros Morón

 

Los sacrificios que se hacen por las personas que amamos nunca pesaran tanto como alejarse del amor de tu vida para salvar su vida, lo que hago tiene una buena razón, pero me pesa en el pecho porque mi vida depende de que ella siga viviendo.

Respiro profundo pegando la espalda del viejo árbol que sostiene cada una de mis dudas y mis muchos miedos por lo que estoy a nada de hacer.

—Las amo tanto Peter que sería capaz de darle cada gota de mi sangre para que ellas puedan vivir— suspiro con el dolor calándome en lo más profundo de mi ser mientras Mikhaelo le da calada tras calada a la mota que tiene en sus manos.

—Lo sé, soy testigo del amor que se tienen, así como tú sabes que me opongo a que juegues de esta manera con su mente, pero si ya tomaste tu decisión la respetaré— habla como si mi decisión le decepcionara y en cierto punto a mi igual porque tanto luchar para quedarnos a medias.

A medias con un amor que no pudo ser y nunca será, por un amor tan intenso como la fuerza de un huracán, un amor que existirá en el infinito, recordado en cada gota de lluvia que del cielo baje anunciando que nuestro amor si existió y que esa mujer siempre será el amor de mi vida.

—Es hora— Mi amigo asiente bajando primero que yo, la vista sigue siendo igual de hermosa, pero ahora que la veo solo no es más que un paisaje gris que se ha quedado sin el final feliz que tanto deseaba.

Camino en silencio al lado de Mikhaelo mientras este le comenta todo a Zeus obligándolo a que guarde silencio por el bien de ella. Mi descompensación se debió a la debilidad por la sangre perdida, sangre que le volvería a dar a mis amores.

—Adelántense, debo ir aún lugar primero— ellos me miran y es la mirada que más odio porque es aquella que viene acompañada de lástima y tristeza.

Los veo subirse al auto de Zeus y perderse de mi vista para seguir con el plan de tener todo listo con Amahia en la clínica tal como lo planeamos.

Las sensaciones de mi niñez vuelven a mí haciéndome sentir solo una vez más, pero la diferencia de esta vez es que esta será la última vez que fume, esta será la última vez que llore porque esta será la última vez que regrese a este lugar donde la bese por primera vez, donde la mire como jamás había visto a alguien.

Paso los dedos por el retrato de ella, donde su cabellera sigue igual de roja como el día que lo dibuje pensando en su sonrisa, los ojos azul oscuro como el océano me miran y siento que desfallezco ante esa mirada tan penetrante que siempre lleva y es así como las lágrimas surgen recordándome cada instante que viví a su lado.

Recuerdo como arruga el entrecejo cada que no le gusta algo, como muerde su labio ante la duda, lo sarcástica que puede ser y lo directa también, se me erizan los vellos del cuerpo cuando recuerdo como ríe y como llora también.

Lo delicada como el cristal que es su piel y lo perfecta que es su sonrisa. Me despido del callejón del beso donde dejo parte de mi alma y mis recuerdos.

Atenea Grey me ha hecho el hombre más feliz del mundo, se caos conmigo aun sabiendo que soy un drogadicto, se unió a mi aun sabiendo lo lastimado que estaba y no se alejó al contrario me regalo el mejor obsequio del mundo el de ser padre, mi nena hermosa nació ayer en medio de mi ataque, es tan preciosa y se ve tan guerrera como su madre.

Lleva los pocos cabellos rojos y su mirada se ve transparente, te observa y te llena el alma de vida, esta entubada y eso me parte el alma por eso hago esto.

Me toma treinta minutos caminando llegar a la clínica donde el amor de mi vida reposa en un coma que la tiene tan pálida que me tiembla el corazón de verla así.

—Está todo listo— Amahia me toma de los hombros observándome con valentía, no lleva mucho que llego de Italia.

—Ya todos saben lo que deben hacer— asiente

—Está todo para que la cura sea un éxito y de mi cuenta corre que tu corazón nos regale miles de latidos más— y ese es el plan porque de lo contrario ellas vivirán y a mí me tocara verlas desde el cielo.

—Y es que este es el gran plan que salvara sus vidas, mi sangre de alguna forma con toda la droga que consumí se volvió un antídoto para el veneno que su propia madre le daba cada día para matarla lentamente, ella jamás— se me apaga la voz por un momento donde le cuento a Amahia mis verdaderas razones

—Respira.

—Atenea jamás sufrió de síndrome de Fisher Evans, todo fue un invento de su madre para tenerla bajo los efectos del veneno, cada día aplicaba gotas de veneno en las gotas que Atenea se aplicaba en los ojos, desde ayer cuando nació nuestra hija quedo en coa por el veneno que la sigue debilitando y su mamá por más presión que se le metió sigue presa y no ha dicho el verdadero motivo de hacer sufrir a su propia hija, veneno que ahora puede matar a nuestra hija.

—Yo sé por qué lo hizo— la voz del padre de Atenea me hace voltear observando lo rojo e hinchado que trae los ojos.

Amahia se retira cosa que agradezco siguiendo al padre de Atenea al mini balcón donde tenemos más privacidad.

—La persona que por tantos años pensé era la madre de Atenea, no era más que su tía— abro los ojos de par en par sin poder creer lo que me está confesando.

— ¿Cómo es posible eso?

—La mamá de Atenea tenía una hermana gemela que le encantaba jugar haciéndonos creer a todos que era su hermana, siempre me amo aunque yo moría y daba mi vida por quien realmente es la mamá de Atenea, ahora sé que el gran amor de mi vida ha estado secuestrada todo este tiempo condenada a vivir como una vagabunda, la tía de Atenea odiando el fruto del amor de su hermana y yo la envenenaba cada día y por eso pagara bien caro lo que hizo.




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